‘A orillas del tiempo’, de Fernando Wulff: tres miradas que se cruzan en el mar
El historiador mezcla relatos del emperador Trajano, un embajador chino de la dinastía Han y un personaje del ‘Mahābhārata’ para plasmar las fecundas conexiones culturales entre Oriente y Occidente
Nuestra personalidad social es una creación del pensamiento de los demás. Pero todos nos parecemos a la imagen que tienen de nosotros. Con las civilizaciones y los amores pasa algo parecido. El otro nos ayuda a saber quién somos. La interfecundación de Oriente y Occidente es uno de los grandes temas de la Antigüedad. A él se ha dedicado con brillantez el historiador Fernando Wulff. Hace unos años, presentó una hipótesis inédita y audaz que sorprendió a los indólogos. El autor del Mahābhārata conocía la Ilíada e incorporó algunos episodios de la épica griega a la hindú. Una línea de investigación que nadie siguió, quizá por ese pacto entre caballeros que hay en las disciplinas científicas.
Wulff vive hoy en un promontorio frente al mar. Entre las Columnas de Hércules y el Camino de Damasco. Dos pequeños edificios erigen su biblioteca. Uno de ellos (donde duerme) custodia los tesoros de Grecia y China (aderezados con pinturas japonesas). El segundo, a cierta distancia protectora, la India y las culturas de Mesoamérica. La biblioteca como atmósfera propicia para la felicidad y la alquimia. Aquel episodio de interfecundación tiene ahora una nueva versión, más amplia, en A orillas del tiempo. Un relato a tres bandas: tres lugares y tres miradas. La primera es la del emperador Trajano, que desde el golfo Pérsico sueña con pisar la India y lamenta no poder hacerlo debido a su edad. La segunda es la de un embajador chino, Gan Ying, enviado a Roma en el año 97, desde la China de la dinastía Han, para conectar los dos imperios. La tercera pertenece a Sahadeva, un personaje de ficción, el menor de los cinco hermanos Pāndava, protagonistas del Mahābhārata. Con esos tres hilos, Wulff teje un tapiz fabuloso de la Antigüedad, en la que romanos, chinos e indios dialogan, chocan, sueñan, aprenden y comercian, mucho más entretejidos de lo que habitualmente se piensa.
Los episodios son variados y divertidos. Un buda es desenterrado en Egipto. Una diosa hindú aparece en las ruinas de Pompeya. Las intrigas en la corte de Cleopatra. Heracles espanta las moscas a Siddhartha. Estrabón nos invita a pensar el mundo como una manzana. Filón de Alejandría advierte que todo hombre bueno es libre y que las gentes sabias están por todas partes, aunque sean pocas. Augusto visita la tumba de Alejandro y rehúsa ver a los Ptolomeos. Eurípides menciona la absurda exaltación de los deportistas y su vejez desdichada. Dión Crisóstomo critica a los cínicos mendicantes. Hay también sitio para episodios culinarios. Un flan con pimienta, una receta de salsa para ostras, otra para evitar los gases de las lechugas. Nos topamos con Luciano de Samosata, uno de los grandes humoristas de la antigüedad, genio satírico y monologuista itinerante.
Por influencia del budismo, los chinos siempre creyeron que la sabiduría estaba en Occidente. El occidente de China es la India. En la segunda parte del libro aparecen el emperador Wu, el Tao te Ching y su desconfianza hacia el Estado, los éxitos militares de Ban Chao, las fuentes de río Amarillo (punto de giro del Sol y la Luna), el estanque de Jade. La consejera confuciana de la emperatriz, Ban Zhao. La historia de Zhuang Zi que, como los cínicos griegos, utilizaba parábolas de animales para explicar asuntos humanos.
Del lado indio, Wulff nos habla del emperador Ashoka, de sus matanzas y su arrepentimiento. De las monedas de Menandro, rey griego al que instruye el budista Nāgasena. De ascetismo y la pobreza de quienes viven de granos que no cultivan. De dioses al servicio del dharma. De la prostituta que detuvo el curso del Ganges. De cómo Roma fue sometida por un emperador hindú. Del ejército de monos que va al rescate de Sita. De Apolonio de Tiana, que sostuvo que los brahmanes enseñaron a los egipcios lo que saben. De la imaginería cosmológica de Krishna en la Bhagavadgītā. De las instrucciones para príncipes en apuros de Kautilya. Del hilo y el enredo de las reencarnaciones. De la invención de la poesía. De las instrucciones para hacerse invisible.
Un sinfín de historias, de sueños y aspiraciones expresadas con diferentes símbolos y metáforas. Un libro que sigue la estela de La India y el Catay, de Juan Gil, pero escrito con mayor libertad. Wulff sabe mantener el pulso narrativo, tiene la agilidad del novelista y el rigor del historiador. Y concluye con un lema antropológico: ninguna cultura humana nos es ajena.
A orillas del tiempo
Siruela, 2024
528 páginas. 26,55 euros
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