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También el arte se mete en jardines

Lur es un vergel experimental y de autor, obra del paisajista Íñigo Segurola, que recuerda que cultivar, abonar o podar también pueden ser estrategias artísticas

Vista general de Lur Garden, de Íñigo Segurola, en Oiartzun.
Vista general de Lur Garden, de Íñigo Segurola, en Oiartzun.Claire Takacs
Javier Montes

“Lo mejor de esta planta es que es invasora. Una planta tan bonita… ¡oye, que nos invada!”, bromea Íñigo Segurola delante de unas matas de Setaria palmifolia, a mitad del paseo por su Lur Garden, cerca de Oiartzun. Hace solazo en esta mañana de finales de agosto, algo no tan descontado en uno de los lugares más húmedos de la Península y en un verano que además ha sido por aquí bastante lluvioso. La casa familiar de Segurola queda cerca de este terreno de 2 hectáreas “único en toda Gipuzkoa: llano, rodeado de árboles ¡y sin un polígono a la vista!”.

Hace 10 años, nada más saber que se vendía, se puso nervioso y no paró de regatear hasta comprarlo: “Menos mal que me ayudó mi hermano, que trabaja en un banco, porque el dueño, que lo usaba como prado de siega, me veía muy perroflauta… pero era cliente suyo y de él sí se fiaba”. Lur es tierra en euskera, y también uno de los nombres del numen que representa la totalidad de los seres vivos en la mitología vasca. Segurola está convencido de que la deidad femenina que lo encarna, Mari, protege el jardín y le inspiró en un arrebato numinoso el diseño a base de ovoides entrelazados, sobre los que lleva plantando, trabajando y haciendo experimentos desde entonces.

Derek Jarman, Umberto Pasti o Leandro Silva proyectaron jardines que son narrativas vegetales

Para entender del todo el espíritu de su obra lo suyo es aparcar el coche en el barrio de Iturrioz y caminar por el kilómetro y medio de pista que lleva al fondo del pequeño valle sin salida. Y sobre todo asegurarse de reservar previamente en su web alguna de las visitas guiadas por el propio Segurola para pequeños grupos. Están a medio camino entre el relato biográfico-botánico, la conferencia performativa y una impagable masterclass de jardinería práctica en la que transparece su sólida formación como paisajista contemporáneo. Apasionadas y llenas de gracia natural, en la jerga del mundillo del arte se diría que su paseo activa la obra en progreso permanente del jardín y transforma lo visitado y a los visitantes durante tres horas largas que se pasan en un suspiro.

Más allá del elegante pabellón/invernadero diseñado por Jon Begiristain, se suceden deslumbrantes los jardines de Hojas Grandes, Jurásico o de Musgo, hasta 11. Formalmente, Lur es un jardín de jardines, que enlaza con el Jardin Plume normando de Sylvie y Patrick Quibel, con el Manifiesto del Tercer Paisaje, el concepto de jardín en movimiento y la defensa de la hibridación global de Gilles Clément y con la corriente New Perennials del holandés Piet Oudolf, que propone espacios más aéreos, de plano más relajado, abiertos a una floración más natural y efímera y a lo inacabado e imperfecto. Aunque Segurola también se permite, en sus magníficas plantaciones de hortensias bajo manzanos añosos, una reivindicación de esos frutales y de esa flor tan repolluda, vistosa y demodé, tan ligada a la jardinería tradicional y anónima que evoca recuerdos y emociones en todo el Cantábrico.

Jardín de Musgo, en el Lur Garden de Íñigo Segurola, en Oiartzun.
Jardín de Musgo, en el Lur Garden de Íñigo Segurola, en Oiartzun.Íñigo Segurola

Pero, más allá de su diseño, Lur es sobre todo un jardín experimental y de autor, entretejido de su propia biografía, con las huellas de su mente pero también de su cuerpo, forjado según plan cambiante y adaptativo. Una obra literalmente viva y fruto de toda una vida, que expresa una visión individual y la supera: una narrativa vegetal, un espacio mental que podrá un día desaparecer físicamente, pero cuya idea perdurará en el tiempo. Está emparentado con otros jardines contemporáneos como el de Rhouna de Umberto Pasti, que lleva décadas cultivando lirios, narcisos y otros bulbos amenazados en la costa rifeña de Marruecos (imprescindible su Perdido en el paraíso, donde cuenta apasionadamente su historia y la del pueblo Jbala que lo acogió). O como Prospect Cottage, el oasis entre cantos rodados que cultivó el cineasta Derek Jarman en la desolada costa de Kent, a la sombra de una central nuclear, y sobre el que ya muy enfermo de sida publicó a principios de los noventa su deslumbrante diario Naturaleza moderna. O como el Romeral de San Marcos en Segovia, la obra más lírica y meditativa de Leandro Silva, que fue maestro renovador de la jardinería en España y restauró el Botánico de Madrid. Por algo fue discípulo predilecto del inmenso Carlos Burle Marx, que cultivó en su Sítio de Guaratiba, cerca de Río de Janeiro, su fabuloso jardín/banco de pruebas abierto al público y sin el que no podría entenderse el paisajismo contemporáneo, decolonial y autóctono en Latinoamérica y todo el sur global.

El paseo junto a Segurola, también conocido por sus participaciones en programas como Bricomanía y Decogarden, me recordó el que tuve la suerte de dar junto al artista Álvaro Perdices el año pasado por las ruinas de la Fábrica Algodonera que construyó Rafael de la Hoz en las afueras de Córdoba: un jardín no plantado, felizmente asalvajado, verdadero tercer paisaje en el que poco a poco rebrotan higueras y olivos y anidan las cigüeñas. El paseo performativo era la tercera pata, inmaterial y memoriosa, de su tríptico El tercer patio, dedicado a ese edificio como metáfora política de nuestra historia reciente. Fue Perdices quien me acabó de animar a venir al Lur Garden, y en otras obras como su proyecto de Rotonda-Zarzal o el acompañamiento vegetal para el centro de interpretación de las ruinas de Lancia, en León, de Gon Architects, interpreta y recalibra las teorías de Clément sobre jardines memoriosos, en diálogo con el paisaje histórico y mental: lugares para lo no-mediado y lo no-podado y la disidencia frente al avasallador discurso urbanocéntrico.

¿La jardinería es un arte? La pregunta es tan boba como todas las de ese estilo. Lo que sí es verdad es que cultivar, abonar, podar, escardar o esquejar pueden también ser estrategias artísticas. Así lo entendieron Agnes Denes al sembrar y cosechar un trigal en pleno Manhattan en 1982, o Joseph Beuys al plantar sus Siete mil robles en Kassel con ocasión de la Documenta 7. Por aquí vienen a la mente ejercicios como la Mesa parroquial de César Portela, que llena de misterio y poesía la Carballeira de Lalín, o su puente y torres de observación de madera para el Pinar de la Algaida; el Jardín de Cactus de César Manrique en Lanzarote; el Parc de la Pedra Tosca del estudio RCR en La Garrotxa o, muy cerca, las Cabanes d’en Garrell, del visionario autodidacta Josep Pujiula. Cada uno a su manera, como Lur Garden, proponen espacios de diversidad y de libertad, propuestas de otros órdenes y miradas, de modos de vivir y entender la belleza alternativos, rebeldes y justo por eso necesarios.

Lur Garden. Iñigo Segurola. Oiartzun (Gipuzkoa). Hasta el 29 de octubre.

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Sobre la firma

Javier Montes
Novelista y ensayista. Entre sus libros recientes están 'La radio puesta' (Anagrama, 2024), 'Luz del Fuego' (Anagrama, 2020) y 'El misterioso caso del asesinato del arte moderno' (Wunderkammer, 2020). En 2022 publicó la recopilación de sus textos sobre arte contemporáneo 'Visto y no visto' (Machado Libros). Ganador del Premio Anagrama de Ensayo.

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