La carga viral de General Idea, pioneros en la lucha (artística) contra el sida
El Stedelijk de Ámsterdam acoge la mayor retrospectiva dedicada al colectivo canadiense, testimonio directo de la epidemia del VIH durante los ochenta y noventa
“Cada imagen es una autoimagen, cada imagen es un espejo”, decían los tres integrantes de General Idea en uno de sus primeros textos, allá por 1971. ¿Qué reflejo ofrece entonces su obra, recogida en la mayor exposición dedicada hasta la fecha a este colectivo artístico, que tiene lugar en el Stedelijk Museum de Ámsterdam? El cristal devuelve una imagen cambiante, pero siempre traviesa e irreverente, cargada de lucidez y mala leche, que se materializa en una obra multiforme, opuesta a las nociones de autoría y propiedad propias del arte en mayúsculas, partidaria del préstamo e incluso del plagio deliberado. Política por defecto, queer por definición, de forma pop y fondo conceptual, en el cruce de caminos entre Duchamp y Warhol. En el recorrido cronológico de la muestra, parece llegar a su cúspide con las instalaciones e intervenciones en el espacio público que desarrollaron durante los ochenta, cuando dos de sus miembros, Felix Partz y Jorge Zontal, contrajeron el virus del sida. Murieron en 1994. El único superviviente, AA Bronson, decidió disolver el grupo, aunque su legado, no siempre conocido por el espectador medio, haya adquirido proporciones casi mitológicas en el mundo del arte.
El Stedelijk fue el primer museo que dedicó una exposición a General Idea, en 1979, y es depositario de gran parte del archivo del colectivo canadiense, formado en Toronto una década antes por tres estudiantes de Arquitectura que vivían en una comuna. Por todo ello, era el escenario perfecto para acoger esta retrospectiva, menos concurrida que la histórica muestra dedicada a Vermeer en el vecino Rijksmuseum, pero igual de ambiciosa en su objetivo: inscribir a General Idea en la nómina de pioneros de lo posmoderno. Por la hibridez y la heterogeneidad de su arte, pero también por su mezcla improbable de sátira y gravedad (“humor serio”, lo llamaban ellos) con la que se mofaron de la sociedad de consumo y sus falsas promesas, del patético culto al genio y la deriva mercantil del arte. Siendo aún desconocidos, regalaron sus obras a todo tipo de instituciones, incluidos el Louvre, el MoMA o la jefatura del Gobierno canadiense, encabezada entonces por Pierre Trudeau, el padre de Justin. No les mandaban ningún objeto material, sino un mero certificado: la obra era la idea, el concepto, una abstracción, la nada. La desacralización de la obra de arte quedaba completada.
El colectivo contaminó el sistema usando sus propios códigos gráficos hasta lograr infiltrarse en una Troya que, en los albores del neoliberalismo, toleraba cada vez peor la disidencia
La exposición comienza con su obra más temprana, sobria y rayana en el minimalismo, que ejemplifica Orgasm Energy Chart (1970), un gráfico a disposición del visitante que sirve para medir la intensidad de los orgasmos experimentados a lo largo de un mes, que parece reírse de los estudios para cuantificar la sexualidad que se estilaban a mediados del siglo pasado. Su parodia de los concursos de belleza aplicados al mundo del arte (Miss General Idea Pageant, en 1971) les dio notoriedad, así como la revista File, nacida como caricatura contracultural de Life, que acabó contando con Warhol entre sus suscriptores y con estrellas como Debbie Harry y Tina Turner en la portada. Su objetivo era contaminar el sistema usando sus propios códigos gráficos e infiltrarse así en una Troya que, en los albores del neoliberalismo, toleraba cada vez peor la disidencia. En los ochenta, la serie de pinturas Copyright caricaturizó el símbolo de la propiedad intelectual, que en sus manos ya no significaba nada, usando la pasta de sopa de los macaroni and cheese, plato estadounidense por antonomasia, para representar los logos de marcas como Marlboro o Mastercard, en una parodia de la estética corporativa que ha llegado hasta la moda contemporánea de la mano de nombres como Demna Gvasalia.
En los noventa, tras la sentencia de muerte que Partz y Zontal tuvieron que encajar, el colectivo firmó sus obras más perturbadoras y sombrías; seguramente las mejores. En Fin de siècle (1990), instalación de gran escala donde tres focas de peluche yacen sobre un mar de hielo hecho con láminas de poliestireno, formularon una crítica sardónica a las campañas contra la caza de mamíferos marinos que tanto éxito tuvieron durante los ochenta. Mientras tanto, otra especie en extinción moría ante la indiferencia general: los varones homosexuales. En Magi© Bullet (1992), se inspiraron en las nubes plateadas del mismo Warhol y cubrieron el techo de globos de helio en forma de comprimidos de AZT, el primer medicamento contra el VIH, flotando sobre un lecho de fríos neones, símbolo de la inaccesibilidad de los tratamientos contra el virus del sida.
Tras el contagio de VIH de dos de sus tres miembros, General Idea firmó sus obras más perturbadoras y sombrías, seguramente las mejores
Coincidiendo con las tesis de Félix González-Torres, el contagio simbólico del sistema del arte —sus cuadros tuneados de Mondrian o Fontana son una broma que ha envejecido mal— y de la sociedad en su conjunto fue el nodo conceptual de su trabajo más tardío, que también es el más conocido. Sin pedir permiso a nadie, los tres francotiradores transformaron el emblema pop del LOVE (1967) de Robert Indiana en AIDS (1987), gesto de una genialidad absoluta que, al visitante sin perspectiva histórica, tal vez le parecerá inane. Con ese logo adulterado invadieron las calles de varias ciudades. No se inventaron nada: meses antes, Act Up había hecho algo parecido con su eslogan Silence = Death. La diferencia es que se situaban en el extremo opuesto del espectro que va de la militancia al arte.
¿Predijeron los memes y la cultura de TikTok, como se atreven a aseverar hoy algunos críticos? No hay que pasarse. Digamos que participaron en el caldo de cultivo de la ironía como lenguaje único de la contemporaneidad y en la victoria de la imagen reproducida ad nauseam como icono de nuestro tiempo. Acostumbrados como estamos al uso del absurdo y al détournement de los avatares del capitalismo, su potencial de subversión puede parecer hoy de baja intensidad, cuando existen pocos intentos similares de inocular ideas susceptibles de destruir ese sistema. No lo lograron, pero sí abrieron una grieta en él que se alarga hasta nuestros días.
‘General Idea’. Stedelijk Museum. Ámsterdam. Hasta el 16 de julio.
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