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‘Tres luces’, la pobreza desde la mirada de una niña

Con una prosa que prefiere la sugerencia al trazo explícito, Claire Keegan narra el despertar al mundo de una chica que vive temporalmente con unos familiares

Tres luces
La autora irlandesa Claire Keegan, fotografiada en 2021.Duygu Getiren ( TT NEWS AGENCY / AFP / ContactoPhoto)

Siempre he mantenido que cuando la narrativa inglesa flojea, acuden en su auxilio los irlandeses, una tradición que empieza con Jonathan Swift y Laurence Sterne, sigue con Oscar Wilde, James Joyce, Flann O’Brien, William Trevor, Edna O’Brien y finaliza, por ahora, con Jamie O’Neill, John Banville y la última aportación: Claire Keegan; y sólo cito a algunos nombres entre otros muchos.

Esta novela corta de Keegan, escrita en presente de indicativo, es un modelo de escritura de esa sensibilidad literaria esencial que apela a la imaginación del lector por medio de la sugerencia. En su caso, la autora utiliza una variante de la técnica de espejo, la de mostrar la vida en el medio rural de una situación social de pobreza, de carencia y de dificultades a través de la mirada de una niña perteneciente a un hogar ahogado por las dificultades materiales y que es enviada a casa de unos parientes mientras la madre está embarazada y necesitada de espacio y descanso. La chica habrá de permanecer una temporada en su nuevo hogar provisional, lejos de sus padres y hermanos menores. Así es como accede al seno de una pareja de vida más desahogada, unos parientes llamados Kinsella que viven en una localidad cercana.

Allí se encuentra con la otra cara de la moneda. Los Kinsella son una pareja sola y afectuosa y desde el primer momento se ocupan de adecentar a la niña medio salvaje que les llega. Edna Kinsella le explica enseguida que entre ellos no hay secretos, que puede expresarse libremente y así, por medio de las reacciones de la muchachita a la nueva forma de vida que conoce durante su estancia, la autora obra la magia de contarnos la realidad familiar, personal y social auténtica de la niña desde su mirada sobre esa forma de vida distinta de la suya.

Claire Keegan confía en la poderosa carga de sensibilidad de su relato apoyándose en la diferencia de trato

Keegan confía en la poderosa carga de sensibilidad de su relato apoyándose en la diferencia de trato, aunque en el pueblo puede constatar también que las comadres son unas cotillas invasivas y empequeñecidas y la niña intuye que en este grato lugar donde es cuidada y acogida hay también un secreto y un dolor: la del hijo perdido de los Kinsella que, si en estos momentos son dos luces que alumbran en la breve vida de la niña, ella es la tercera luz para ellos. Tres luces.

Los Kinsella la devuelven a su casa después del parto. La madre se preocupa por el fuerte resfriado que trae su hija. La noche en que se quedó sola mientras su tío acudía en ayuda de un vecino, ella se acercó en medio de la oscuridad y la lluvia al pozo donde se ahogó el hijo de los Kinsella, y cuando se dispuso a recoger el balde de agua para hacer el té a Edna, una mano como la suya surge del agua y trata de arrastrarla consigo. Dos días más tarde la llevan a su casa. Cuando los Kinsella se disponen a retornar a su pueblo, una serie de imágenes recurrentes y decisivas en el relato acuden de una sola vez a la chica: “El niño del empapelado, las grosellas, ese momento en que el balde me hizo caer, la ternera perdida, el colchón chorreando, la tercera luz”, y corre a despedirlos. El lector descubrirá su sentido en el texto.

Y Claire Keegan, desde una admirable serenidad, llena la despedida con una descarga emocional que resume el paso a la vida adulta de una niña que aún es una niña que empieza a comprender.

Portada de ‘Tres luces’, de Claire Keegan.

Tres cruces

Claire Keegan
Traducción de Jorge Fondebrider
Eterna Cadencia, 2022
96 páginas. 17,10 euros


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