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TRIBUNA LIBRE
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Annie Ernaux, literatura de resistencia

La obra de la escritora francesa se nutre de la vida, propone un viaje de lo propio a lo común, de lo íntimo a colectivo, de lo personal a lo político

La escritora Annie Ernaux llega a la conferencia de prensa organizada tras el anuncio de la concesión del Nobel, este 6 de octubre, en la sede de Gallimard en París.
La escritora Annie Ernaux llega a la conferencia de prensa organizada tras el anuncio de la concesión del Nobel, este 6 de octubre, en la sede de Gallimard en París.CHRISTOPHE PETIT TESSON (EFE)

El tránsito de la infancia a la adolescencia, luego el camino hacia la primera juventud. El descubrimiento del amor y el descubrimiento del deseo; ignoro el orden. El cuerpo, en un sentido. El sexo. El descubrimiento del desamor y el descubrimiento de la decepción, en paralelo, acaso ya latiendo en el inicio. El aborto. El matrimonio y la maternidad. El trabajo: el remunerado y el intelectual —leer, escribir—, el que permite sobrevivir y el que permite ensanchar la vida. El desclasamiento: la tensión entre la conciencia del origen y la vergüenza ante el origen. La familia. La muerte del padre. La enfermedad y la muerte de la madre. El cuerpo, en otro sentido. La memoria para comprender quiénes somos, no para glorificar a quienes fuimos. El deseo. El deseo. El deseo. El sexo. El amor y el sexo y el deseo como sinónimos del poder, como prácticas de la teoría. La escritura. El tiempo. La enfermedad propia. El cuerpo, en más sentidos. Y un hilo engarzando, que se llama conciencia de clase, y otro hilo como refuerzo, que se llama feminismo.

La obra de Annie Ernaux se nutre de la vida, propone un viaje de lo propio a lo común, de lo íntimo a lo colectivo, de lo personal —sí— a lo político. Las tardes en el hipermercado, los recuerdos de las fiestas universitarias, una pelea que se intenta esconder bajo la alfombra. Tú has vivido algo así, algo parecido, es decir: tu historia importa. Tu historia importa, merece contarse tanto como las demás, y tu historia y la de la mujer que se sienta junto a ti en el autobús y la del hombre con el que coincides en la panadería forman parte de una historia mayor. Incluso en aquellas primeras novelas que camuflaba como ficciones —pienso en Los armarios vacíos, semillero de muchos de sus libros posteriores—, Annie Ernaux interpretaba su propia experiencia como punto de conexión para quien lee y, de partida, para quien narra.

Sin embargo, Annie Ernaux trasciende las etiquetas de “autobiografía” o “autoficción”. Ha apelado al concepto de “autosociobiografía”, quizá por la manera en la que su literatura se muestra porosa a la sociología —­asoma Bourdieu— y a la historia. En cierto modo, Ernaux construye sus novelas desde varias posibilidades de lectura. Una actitud que nos permite entender El lugar como una novela sobre la muerte del padre y, al mismo tiempo, como una novela sobre el choque entre generaciones: la clase obrera del padre frente a la nueva burguesía que ella misma representa. Y que nos permite enfrentarnos con El acontecimiento a una novela sobre el aborto, desde luego, que a la innegable cuestión de género añade matices de clase —el dinero lo facilitaría todo— e ideología, con su aproximación al machismo en los ambientes progresistas anteriores a Mayo del 68. O acercarnos a Pura pasión, el diario Perderse o La ocupación como retratos del sexo y el deseo, pero también reflexiones sobre los vínculos de poder —dominación, sumisión— que se establecen en la intimidad, el paso del tiempo y los prejuicios en torno al cuerpo de las mujeres.

En una entrevista con María Sonia Cristoff para Clarín, Ernaux ofreció algunas claves sobre su literatura: “Origen de clase y feminismo son dos ejes cruciales a la hora de escribir, atraviesan todo lo que escribo. (…) Para mí, escribir es de por sí un compromiso feminista. Pero no ligado al contenido, no porque cuente ‘historias de mujeres’, sino porque lo hago desde el punto de vista de una mujer, y creo que eso ya contribuye a ampliar el modo en el que se ve el mundo, pone un freno a la concepción masculina del mundo que todavía impera”. Resistencia, revancha, victoria. Cuesta desgajar su obra de las intenciones radicalmente políticas, que ella subraya con orgullo, y que sitúa centrales en su literatura.

Y la literatura, por supuesto; en primer lugar. Libros breves —por eso complejos en su andamiaje: véase Memoria de chica— en los que la narración se fragmenta, a imitación de la memoria —aquí torrencial, allá elíptica—, conscientes de que el recuerdo se forja en la invención, porque jamás se captará tal como fue. Afronta libro a libro la construcción de una ambiciosa novela en marcha: una comedia humana cuyos volúmenes comparten protagonista —Annie Ernaux, nacida Duchesne—, y que recorre la historia de Francia desde la II Guerra Mundial hasta la actualidad. Una prosa áspera, preocupada por el valor y la intención de las palabras, cuya fuerza reside en el detalle: en la posibilidad de que un detalle levísimo condense una vida. En mi libro favorito de los suyos, El lugar, la narradora vacía la cartera de su padre muerto, con el que mantenía una relación muy difícil, y encuentra entre los papeles el anuncio de su plaza de funcionaria, que él siempre llevaba consigo. Esa escena muestra a una hija en los espacios propios de su padre —la cartera, además—, a una hija que descubre el orgullo que el padre negaba y a la vez sentía, y muestra también las tensiones entre generaciones y géneros y clases. Una vida entera en una escena: el talento apabullante —monumental— de una escritora que sabe cómo mirar.

Elena Medel es poeta y novelista. Su último libro es la novela ‘Las maravillas’ (Anagrama).

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