‘La memoria del alambre’, ese algo misterioso que daba miedo
La novela de Bárbara Blasco, llena de música y congoja, habla de asumir la culpa años después de una adolescencia salvaje e inconsciente
Escribir sobre la culpa, el duelo, la autopunición y los abusos sexuales no es tarea sencilla. Tampoco sobre la traición o sobre las trampas de la memoria o sobre la raíz traumática de una existencia inane. Pero es más difícil escribir sobre todo ello de manera equilibrada y contenida, sin el desgarrón de un pathos que pide desbordarse. Bárbara Blasco lo consigue a través de la voz reticente de su narradora anónima, una cantante de orquesta verbenera que ha recibido un e-mail inesperado de la madre de su difunta amiga, Clara, que revuelve el fondo aquietado de sus recuerdos adolescentes. Estos se remontan a la Valencia ochentera de la movida y la ruta Destroy antes de la invasión de la música mákina y el bakalao, la ruta de las noches de tres días, droga, baile y sexo, en la que Clara y la narradora, dos crías de familia bien de solo 14 años, se entregan a la embriaguez de vivir a tope probándolo todo antes de hacerse mayores. Y Blasco lo cuenta desde la perspectiva de las niñas inconscientes que fueron, sin necesidad de subrayados moralizantes para que el lector se sobrecoja ante su desvalido atolondramiento, ante su obvia condición de víctimas ciegas de un juego que las cosifica.
El contraste entre las vicisitudes de aquella juventud compartida y salvaje (todo parecía divertido, desde robar en El Corte Inglés a perder la virginidad juntas), y la vida mustia y nómada que lleva la cantante apunta a un doble proceso de desdibujamiento: el de la carismática e inteligente Clara, modelo adorado de rebeldía, y el de la identidad refleja y ahora diluida de la narradora sin nombre. La irrupción de la madre de Clara rompe el dique de contención del pasado dañino, el que el subconsciente esconde bajo capas de olvido y que de pronto se abre paso hacia la superficie del relato. La posibilidad de que la muerte de Clara no fuera accidental sino voluntaria y de que a su amiga le cupiera una porción generosa de culpa va introduciéndose de manera sutil. Y con la misma sutileza se siembran los indicios acerca de los abusos sufridos por Clara, sin decir más de lo necesario, manteniendo lo espantoso en la penumbra hasta que en el desenlace todo se vuelve claro para el lector.
Como quiera que ese es el poderoso nervio que tensa la novela (y del que no debo revelar nada más), los personajes secundarios resultan meramente auxiliares, como sucede con los miembros de la banda: Jaime, Juan Carlos, su expareja Paco o el Lobo, un urbanita reconvertido en colono rural. Todos están al servicio de la caracterización de una narradora a la que el peso de su conciencia, como piedras en los bolsillos, la mantiene hundida. La sensación de asco que Carla expresa en un momento ante una mirada desafiante y familiar será la misma que sienta su amiga en el instante de la asunción de su culpa, que es también, por eso mismo, el comienzo de su absolución. A pesar de que la memoria traumatizada o retorcida, como la del alambre, conserve siempre su deformación.
A la narradora le repugna la estandarización de la música popular, la homogeneización y previsibilidad de las melodías, la “mierda en lugar de canciones”, como ella dice, y yo diría que a la autora le ocurre otro tanto con la literatura aquejada de la misma mecanización empobrecedora, porque en esta novela llena de música y congoja escapa a ese riesgo.
La memoria del alambre
Autora: Bárbara Blasco.
Editorial: Editorial, 2022.
Formato: tapa blanda (192 páginas. 18,50 euros) y e-book (9,99 euros).
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