¿Por qué la COP30 debe transitar lejos de los combustibles fósiles?
En 2024, las emisiones del sector energético ascendieron a 3.000 millones de toneladas de metano y a 37,4 millones de toneladas de CO2

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El desarrollo económico mundial se encuentra encadenado, en gran medida, al uso de combustibles fósiles que obstaculizan el florecimiento de la humanidad con equidad, salud y prosperidad. A pesar de la urgente necesidad de disminuir los impactos del cambio climático, en 2024, las emisiones globales provenientes del sector energético ascendieron a 3.000 millones de toneladas de metano y a 37.400 millones de toneladas de CO2, 8,9 veces más que las emisiones por deforestación. Esto, sin duda, representa un grito de urgencia para que la COP30 produzca decisiones que habiliten acciones contundentes hacia la descarbonización de la matriz energética global.
De las emisiones globales de CO2 provenientes de los combustibles fósiles el carbón es el responsable del 41%, el petróleo del 32% y el gas natural aporta 21%, según datos de 2023 (Global Project Carbon). Una quinta parte del aumento de la temperatura global se debe al uso del gas natural, por lo que es incoherente afirmar que éste deba ser parte de una transición energética sostenible.
El uso de combustibles fósiles produce grandes ineficiencias que generan pérdidas en el Producto Interno Bruto (PIB). El Rocky Mountain Institute afirmó que el desperdicio de energía representa 4,6 billones de dólares al año, 5% del PIB que no fue utilizado para generar valor, si no desaprovechado en los procesos de extracción de combustibles crudos del suelo, en la conversión de los combustibles crudos en moléculas que puedan ser utilizadas por los motores de combustión, en la transformación de las moléculas de combustible a energía eléctrica, en el transporte de esas moléculas de combustible a los lugares donde van a ser utilizados por medio marítimo, tuberías y/o cables eléctricos. 45 % de la carga que mueve el transporte marítimo mundial son combustibles fósiles.
Como humanidad enfrentamos globalmente una gran contradicción al contar con la certeza científica de requerir una capacidad instalada de 11,2 teravatios de energía renovable a 2030 para que la temperatura no sobrepase un aumento de 1,5 grados, mientras se pierden 111,2 millones de gigavatios al año por ineficiencias del uso en la tecnología fósil. Todos estos recursos podrían ser direccionados a financiar la transición energética aceleradamente. Lo impresionante es que aunque no ha finalizado el 2025, ya se ha sobrepasado el umbral de los 1,5 grados.
Por otro lado, la salud también está involucrada en este asunto. Según un estudio de la Universidad de Harvard y de la Universidad de Birmingham realizado en 2021, la contaminación atmosférica procedente de la quema de combustibles fósiles como el carbón y el diésel fue responsable de aproximadamente 1 de cada 5 muertes en todo el mundo.
Además, a 570.000 asciende el número de personas que perdieron su vida a causa del impacto de los más letales huracanes, ciclones, olas de calor, sequías e inundaciones exacerbados por el cambio climático en los últimos 20 años. Y como si fuera poco, mientras escribo estas palabras, escucho el llamado de apoyo y solidaridad que exige el pueblo jamaiquino al ser impactado por Melissa, huracán categoría 5; pueblo que clama por soluciones para “vivir y no sólo sobrevivir”.
La COP30 tiene la oportunidad de convertirse en el punto de inflexión en la historia de la humanidad, y heredar al planeta un camino concreto que consolide las bases de una economía que proteja sus ecosistemas, una economía basada en las energías renovables, donde se internalice lo que le ha costado el desarrollo fósil a la salud, a la biodiversidad, a los suelos, al recurso agua, y a la humanidad.
La COP30 está a tiempo de reconocer que las energías renovables son fundamentales para el bienestar de nuestros pueblos, para la resiliencia ante un clima cambiante y para la seguridad energética en medio de una geopolítica inestable.
Hace 10 años, el Acuerdo de París hizo un llamado a una respuesta progresiva y eficaz a la amenaza apremiante del cambio climático, sobre la base de los mejores conocimientos científicos disponibles. Hoy sabemos que los países del globo poseen abundantes recursos para producir energías renovables, de todo tipo, que ofrecen una oportunidad estratégica para menguar la adición a los combustibles fósiles, a la dependencia de las importaciones que éstos conllevan. Se tiene la certeza técnica de que 90% de la producción de energía renovable es menos costosa que la producción con energía fósil; el mundo sabe que las energías renovables estabilizan los costos energéticos y fomentan la democratización del acceso a energéticos sostenibles, autosuficientes que impulsan la creación de empleo y las economías locales.
Las energías renovables representan hoy la mejor opción económica para nuestros países, encarnan un camino para la sobrevivencia de los ecosistemas, para disminuir el calentamiento y la acidificación de nuestros océanos. Las energías renovables se pueden generar con muy bajas pérdidas por ineficiencias y disminuyen en gran magnitud el consumo de energía fósil y su transporte en barcos alrededor del mundo.
La COP30 debe colocar en primer lugar el uso de las renovables como ese catalizador esencial que impulsa la competitividad y la sostenibilidad de una nueva arquitectura del desarrollo pensado, diseñado y planificado para perdurar y maximizar la calidad de vida de la población a nivel global. Un desarrollo donde se respete el derecho a la vida, donde se asegure una restructuración y redireccionamiento de los 7 billones de dólares que anualmente subsidian los combustibles fósiles, hacia inversiones que revitalicen las contribuciones nacionalmente determinadas.
Como ciudadana del mundo, invito a los tomadores de decisiones y negociadores que estarán presentes en la COP30 ha hacer un llamado a la coherencia y armonización entre los planes de desarrollo de gobiernos, los compromisos presentados en las NDC, lo que nos indica la ciencia que necesita el planeta para sostener la vida humana, y las condiciones habilitantes que requiere el sur global para que no continúen apagándose vidas a causa de la adicción al fósil.
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