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En colaboración conCAF

Un laboratorio en medio del desierto de Perú para proteger a los animales de la gripe aviar y ‘El Niño’

Una estación científica ubicada en la Reserva Punta San Juan, una de las más ricas en fauna, monitorea a las especies y se convierte en un aula masiva para que más personas conozcan sobre las especies y sus riesgos

Estudiantes en las aulas naturales del Programa Punta San Juan
Estudiantes en las aulas naturales del Programa Punta San Juan.ALFONSO SILVA SANTIESTEBAN

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“¿Cómo vamos a hacer?”, se preguntó Susana Cárdenas cuando llegaron los primeros reportes de gripe aviar desde la costa norte del Perú. Eran mediados de noviembre del 2022 y en la estación científica del Programa Punta San Juan, casi dos mil kilómetros al sur, la ecóloga y su equipo dimensionaban el riesgo que corrían las miles de aves guaneras, pingüinos y lobos de mar que conviven en ese lugar desértico donde la vida florece.

Once días después, llegó el primer pelícano temblando a San Juan. La gripe pasó a las otras aves y después a los lobos. Ese verano, además, las aguas tibias de la corriente de El Niño desplazaron a las anchovetas que alimentan a la fauna. Cárdenas, que llegó a San Juan hace 20 años cuando estudiaba biología, nunca había visto algo así. Para septiembre del 2023, había cuatro pelícanos en la reserva, cuando, un año antes, el Ministerio de Ambiente había contado 4.000. Los guanayes pasaron de casi 200.000 a menos de 100, los lobos de 7.000 a 300. Todas las especies estaban diezmadas. “Fue un golpe muy duro”, dice Cárdenas. “Pero es cuando pasan estas cosas que la conservación es más urgente”.

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Estación científica del Programa Punta San Juan.ALFONSO SILVA SANTIESTEBAN

Un laboratorio natural en el desierto

Punta San Juan es una península de 54 hectáreas en el sur de Ica. Su base está cercada por un muro construido en los años cuarenta para repoblarla de guanayes, piqueros y pelícanos, las aves guaneras del Perú. A fines del siglo XIX y principios del XX, el guano —el excremento de las aves que se usa como abono— era una mercancía de altísimo valor en todo el mundo y se extrajo casi en su totalidad. El muro hizo que las aves guaneras, los pingüinos y los lobos se multiplicaran exponencialmente, convirtiendo a San Juan en un laboratorio natural. Desde 2009 es un área natural protegida por el Estado.

“Eres la bióloga detrás del muro, vives y mueres ahí adentro”, agrega Cárdenas, refiriéndose al trabajo en la estación científica. Durante todo el año hay un equipo de dos a cuatro personas estudiando la fauna. Cárdenas llegó a San Juan en 2004, en el último año de su pregrado de la Universidad Peruana Cayetano Heredia, donde ahora es catedrática, tal como lo había hecho su mentora, Patricia Majluf, quien inició el estudio de lobos marinos en 1979. Poco a poco, esa iniciativa personal se convirtió en un programa de conservación que ahora dirige Cárdenas y por el que han pasado decenas de científicos y conservacionistas.

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Colonia de lobos finos (Arctocephalus australis) en una de las playas de Punta San Juan.ALFONSO SILVA SANTIESTEBAN

Estudiando la fauna

Kevin Farfán se pone la chaqueta cortaviento, se cuelga los binoculares, la cámara de fotos y empieza la ronda de monitoreo como todos los días a las 6:30 am. Llegó a San Juan hace siete años como pasante y actualmente coordina la estación. Visita las veinte playas de la reserva, enumera las especies con un contómetro y anota todo lo que le llama la atención.

La temporada de reproducción de lobos empezó recién y llega a su pico entre enero y febrero. En San Juan conviven dos especies de lobos marinos, algo inusual: los lobos finos (Arctocephalus australis), y los chuscos (Otaria flavescens), llamados así por el tipo de pelaje que los llevó a ser cazados para la industria de pieles.

Una vez al año, con la ayuda de veterinarios estadounidenses, capturan y marcan una muestra de lobos y pingüinos. A algunos les colocan transmisores para estudiar sus desplazamientos. “Tenemos cuarenta años de datos”, comenta Cárdenas con orgullo.

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Jorge Jordán, Susana Cárdenas y Ximena Turcke frente a la playa La Herradura.ALFONSO SILVA SANTIESTEBAN

La caminata es lenta. Es necesario tirarse al piso si se cruzan pingüinos u otras aves para no asustarlos. A mediados de octubre llegó un grupo de 1.500 guanayes que forman una pequeña mancha. Antes de la gripe aviar del 2022 eran tantos que, por momentos, obstaculizaban la entrada a la caseta desde donde el equipo los observa. Deben sentirse tranquilos para formar parejas y anidar.

La amenaza de la pesca

Cuando Cárdenas llegó a San Juan, la fauna se recuperaba del fenómeno de El Niño de 1998. Los mamíferos y aves se han adaptado a los ciclos naturales cuando la comida desaparece, pero la confluencia de gripe aviar y El Niño ha sido un evento extraordinario. Aun así, Cárdenas es optimista sobre el repoblamiento de San Juan. Tomará algunos años y se necesita que la actividad humana no altere las condiciones de recuperación.

El mar peruano es uno de los más productivos del mundo debido al afloramiento de aguas ricas en nutrientes hacia la superficie. Por eso, la pesca es una de las principales actividades industriales, pero también una de las principales amenazas para el ecosistema.

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Pingüinos de Humboldt volviendo a sus nidos.ALFONSO SILVA SANTIESTEBAN

Casi 9 de cada 10 anchovetas del mar peruano se convierten en harina de pescado. “La pesca industrial ha desarrollado tal tecnología que sobrepasa la extracción de energía de cualquier depredador”, dice Cárdenas. Cuatro toneladas de anchoveta producen una de harina, que se usa principalmente para alimentar salmones, cerdos o pollos en granjas industriales del mundo.

Año a año hay tensión entre la industria pesquera, el Estado y los conservacionistas para definir las cuotas de pesca o los tamaños mínimos de anchoveta que puedan ser pescados. En San Juan han observado y analizando las heces de los lobos, cómo cada vez estos se alimentan de peces más pequeños y con menor valor nutricional. Consumen lo que los ecólogos llaman la comida chatarra del ecosistema marino. Para Cárdenas y Farfán, el problema es de enfoque. La industria cree que puede expandirse infinitamente sin consecuencias y el Estado la regula débilmente.

Construyendo puentes

Otro de los retos para el programa es convencer a los pescadores artesanales a que se unan a la conservación. “Se han extinguido todo tipo de peces por el exceso de pescadores y embarcaciones”, dice Jorge Jordán, presidente de la asociación de pescadores Pacífico Sur en La Herradura, la playa al sur de la reserva. Su organización repobló la playa de erizos. También colectan el sargazo que llega a la orilla y lo venden a acopiadores. “No ha sido un trabajo de un día, han sido ocho años o más”, agrega, explicando el proceso de conservación.

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Estudiantes observan algunas especies marinas.ALFONSO SILVA SANTIESTEBAN

Desde 2013, el programa tiene una iniciativa llamada Construyendo Puentes con Punta San Juan para acercar a los vecinos de Marcona, la localidad colindante que fue fundada en los años cincuenta tras el descubrimiento de un yacimiento de hierro. Actualmente tiene 15.000 habitantes. Empezaron con visitas guiadas y desde 2023 tienen un proyecto de aulas naturales.

El equipo recibe a 30 estudiantes de secundaria del colegio Miguel Grau de Marcona. “La idea es que puedan aprender afuera”, dice Ximena Turcke, encargada de la iniciativa y bióloga marconina que llegó al programa como pasante. Solo dos han venido antes a la reserva, pero todos han oído hablar sobre ella. Desde el puesto de la playa S7 observan a los lobos con binoculares. Cárdenas les muestra los dispositivos de rastreo y marcaje. Luego van a La Herradura, donde los recibe Jordán. “Muchos son de Marcona y no conocen pingüinos, tortugas, solo de foto”, dice.

Esa tarde, en la playa, los estudiantes aprendieron sobre redes tróficas; la forma en la que el alimento del mar se distribuye entre las diferentes especies. “Buscamos que la gente conozca este lugar, que es como su patio trasero, para que lo quiera y para que lo proteja” dice Cárdenas.

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