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Josué Canales gana el bronce en la prueba de 800m en el mundial en pista cubierta en Nanjing

El atleta, con una marca de 1m 45,03s, logra el tercer metal para España. En el 1.500m, Jakob Ingebrigtsen gana otro oro y hace doblete tras triunfar ayer en el 3.000m

Josué Canales, a la izquierda, persigue al belga Eliott Crestan, segundo, y el estadounidense Josh Hoey, primero, en los 800m del Mundial en pista cubierta.
Fernando Miñana

A Josué Canales, mitad hombre, mitad niño, le entran los miedos en la salida del 800m del Mundial en pista cubierta de Nanjing (China). El síndrome del impostor le agarra del cuello y le mira a los ojos. ¿Qué hace ahí un humilde chico nacido en Honduras hace 23 años? Pero entonces le enfoca la cámara y cambia la cara mientras levanta la mano y hace un tres, un uno y otro tres: 313. El número de la habitación del Centro de Alto Rendimiento de Sant Cugat, en Barcelona, que le pagaba la federación catalana y que le cambió la vida. Antes de eso, todavía en Girona, vivía con su abuela, Ruth Liliana, en un piso y no les daba para pagar todo lo que necesita un deportista de élite. Cuando llegó a Barcelona pesaba 58 kilos. Ahora, cuatro años después, es un joven sano y corpulento de 66. Y ahora, además, posee la medalla de bronce del Campeonato del Mundo después de realizar una carrera sensacional.

Canales fue sacudiéndose todos sus complejos en cada zancada. Tenía piernas, cabeza y corazón. Era su día. El español dejó que los favoritos lanzaran la carrera y la limpiaran. Y allá que se fue, envenenado, el estadounidense Josh Hoey, el atleta que este invierno se ha convertido en el segundo hombre más rápido de todos los tiempos, solo por detrás del gran Wilson Kipketer. El paso por el 200m en 24.60 es desmesurado. Su compatriota Brandon Miller, el segundo más rápido este año, se sube al tren y pasa por el 400m en 50.64. Canales, por detrás, empieza a leer la carrera. Es la hora de adelantar o se le irá el grupo de cabeza. Es la hora de mover los pistones. Porque Josué Canales, que nació en Honduras pero que a los tres años ya vivía con la abuela Ruth en un modesto piso de Girona, la ciudad por la que se perdía en una adolescencia confusa, corre con pasos muy cortos, pero muy rápidos. El pistones.

A falta de 400 metros se coloca cuarto. El ugandés Tom Dradriga está fuera de la pelea. Suena la campana una vuelta después y Canales ya ve tambalearse a Miller por delante, que paga el derroche. Se marcha detrás del belga Eliott Crestan, subcampeón europeo en Apeldoorn hace dos semanas, y escucha por atrás los pies del neerlandés Samuel Chapple, el campeón de Europa en aquella carrera que acabó con Canales llorando desconsoladamente en el hombro de Jorge González Amo. Ese día salió herido pero más sabio. Y de aquella derrota vino esta medalla.

Chappel no puede con Canales, que cruza la meta con la segunda mejor marca española de todos los tiempos (1m 45,03s), solo por detrás de su récord nacional. Atrás han quedado el neerlandés, Miller, Dradriga y, sobre todo, el impostor. El español se ha ganado a pulso estar en las élite mundial. Y agarra entonces la bandera que le lanzan sus compañeros desde la grada y grita y llora y es feliz. Y se acuerda de la abuela Ruth. De los años duros en Girona. La calle antes que el instituto. Cuando no había para mucho en casa. Hasta que encontró el desahogo en una pista de atletismo. Y se le daba bien. Pasitos cortos, pero endiabladamente rápidos. El pistones.

Luego vinieron sus primeros años en Girona junto a Josep Badosa, cuando lo mismo corría el 800m que el 400m. Más tarde, el salto a Mataró con Andreu Novakowski. Entonces todavía prefería correr por Honduras. Una beca de 500 dólares —luego subió a 1.000— era motivo suficiente para un chaval pobre que aún no había despuntado. Hasta que un año se sintió maltratado por la federación hondureña y reclamó su derecho a competir como español. Pero no le daban el documento. Necesitaba hacer más ruido y lo hizo en la pista. Por aquel entonces, en 2024, ya dormía en la 313 y entrenaba con Carles Castillejo. Le gustaba su grupo y ahí quería estar. En 30 días del verano 2024 corrió dos veces en 1m45s y una, en Guadalajara, en 1m44s, donde cruzó la meta y gritó: “¿Dónde está el transfer?”. La marca fue tan contundente que en cuatro días llegaron los papeles y al séptimo se llevó la medalla de plata en el Campeonato de España. Una plaza para los Juegos de París era suya. Su vida había cambiado.

Luego llegó el invierno y ahora, en la primavera de Nanjing, Josué Canales se sube al podio de un Mundial muy emocionado. “Sabía que iba a ser una carrera muy rápida. La llevaba analizando desde ayer. Primero tuve que dejar atrás las emociones, incluso cohibiendo mi alegría, luchar contra mis pensamientos intrusivos. Llevo tres finales y sentía que no se me daban bien. Hoy no quería que me afectara el síndrome del impostor, que no me merecía. He estado pensando todo el rato que yo también me lo merecía, que he estado trabajando muy duro para esto y al final he explotado porque me ha salido a la perfección lo que tenía en la cabeza”.

Ingebrigtsen, como Gebrselassie

En la cabeza de Mariano García, cada día más cómico en la pista, también había una gran carrera. Por eso, nada más comenzar la final de 1.500m, se coloca a la espalda de Jakob Ingebrigtsen. Su plan no tenía fallo. Solo tenía que seguir al campeón noruego, acelerar con él y al final, aprovechar su velocidad de ochocentista. “Pero luego él pasa muy fácil, como rodando, y yo pasaba, pero no pasaba rodando… Mis fuerzas no eran tantas, pero él sí tiene mucha fuerza”, reconocía el murciano de Cuevas de Reyllo, risueño, al final de la carrera en la que el gran campeón noruego, esta vez daba igual el planteamiento, volvió a arrasar. No tuvo rival en Apeldoorn y no lo ha tenido en Nanjing. Acelera relajado y se va. No hay más. Cuatro medallas de oro en dos semanas. En el Mundial triunfó en 1.500m y 3.000m, como solo lo había hecho, en 1999, una leyenda como el etíope Haile Gebrselassie. Al final, además, un título de campeón del mundo en el kilómetro y medio.

A Mariano, que entra penúltimo, ya le da igual todo y en plena celebración del noruego, quien, con solo 24 años, ya suma 22 títulos internacionales —dos de ellos olímpicos y otros tres mundiales—, se colocó a su lado y le pide que haga la moto. Ingebrigtsen le sigue el rollo y, al final, como un premio a la simpatía, hasta le regala su dorsal. El murciano se marcha tan feliz después de probar con el 1.500m, igual que Adrián Ben, el gallego de Viveiro, que fue más calculador y acabó sexto, en plaza de finalista.

A Esther Guerrero no le dio para calcular cuando vio que Gudaf Tsegay, plusmarquista mundial de 1.500m en pista corta y 5.000m, salió disparada a un ritmo que era un disparate. A 30 segundos cada vuelta. Como si quisiera renovar su récord en la distancia. Nadie comete la temeridad de seguirla y la catalana de Banyoles, asustada, también inteligente, se refugia en la cola. La etíope terminó aflojando, claro, pero aún le dio tiempo de batir la marca de los campeonatos (3m 54,86s). Guerrero intentó ganar una plaza a costa de la portuguesa Salomé Afonso, pero finalmente terminó novena.

Cuatro carreras seguidas de mediofondo mientras los saltadores se baten sobre el foso de longitud en una gran final con siete atletas por encima de 8,10m y las medallas en dos centímetros: oro para el italiano Mattia Furlani (8,31m), plata para el jamaicano Wayne Pinnock (8,30m) y bronce para el australiano Liam Adcock (8,29m). Así como las vallistas quedan separadas por dos centésimas en el triunfo de la bahameña Devynne Charlton (7.72) sobre la suiza Kambudji (plata) y la jamaicana Nugent (bronce).

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Sobre la firma

Fernando Miñana
Lleva en el periodismo desde 1993. Primero en 'Las Provincias' y escribiendo para los periódicos del Grupo Vocento, y ahora en EL PAÍS. También colabora con Valencia Plaza y la revista 'Corredor'. Viaja habitualmente a los campeonatos internacionales de atletismo.
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