Los agricultores son las piezas medulares del nuevo desarrollo
La geopolítica de los alimentos y la del clima hacen de la región un territorio esencial para ofrecer las seguridades que el mundo demanda
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La innovación tecnológica y la agenda climática modelan al siglo XXI, mostrando el camino por el que el planeta busca y encuentra soluciones hacia un desarrollo armónico, asociado a la recuperación de la naturaleza y el bienestar. Esa senda exige seguridad alimentaria, hídrica, energética y climática, pilares y punto de partida para atacar el hambre, la pobreza y la exclusión, y abordar cuestiones esenciales para la paz y el desarrollo, como la salud, la educación, el empleo y la convivencia social.
América Latina y el Caribe alberga el 46% del agua dulce y el 50% de la biodiversidad del planeta. Su vibrante sector agropecuario la constituye como la región exportadora de alimentos más importante del mundo y por lo tanto garante de la seguridad alimentaria global, que además provee 14% de los empleos totales y representa el 5% de su Producto Interno Bruto (PIB), con una interacción cada vez más profunda con la ciencia, la tecnología y innovación.
Esta nueva agenda ofrece a América Latina y el Caribe un papel insustituible: el de ser, al mismo tiempo que una gran potencia agroalimentaria y energética, un protagonista estratégico y principal en el combate, la mitigación y la adaptación al cambio climático, la conservación y el manejo sostenible de la biodiversidad y la naturaleza.
En ese marco, la agricultura sostenible y resiliente se presenta como el sector más relevante para que nuestra región, una zona del mundo sin conflictos armados, construya una visión estratégica común y ejerza un verdadero liderazgo capaz de proveer soluciones climáticas, entendiendo que el aumento de la temperatura del planeta y los eventos meteorológicos extremos dejaron de ser un asunto estrictamente ambiental, que hoy deben ser tratados como inherentes al desarrollo socioeconómico, la innovación y la geopolítica regional y global.
Por eso, la geopolítica de los alimentos y la del clima hacen de América Latina y el Caribe un territorio esencial para ofrecer las seguridades que el mundo demanda, incluida la bioenergética, de la mano de energías limpias que vienen de la biomasa, ofreciendo un catalizador al desarrollo y una nueva agenda de integración que consolide nuestra densidad como región.
Esa visión común exige estrategias ambiciosas y una organización destinada a proveer soluciones utilizando ventajas comparativas innegables –sol, tierra, suelo, clima, agua, recursos naturales, biodiversidad y fotosíntesis- para, desde esa base, agregar valor a nuestra producción e iniciar el camino hacia una industrialización verde, inteligente, inclusiva y sustentable.
La diversidad de la región, que presenta al mismo tiempo vulnerabilidades, impronta innovadora, capacidad empresarial y una sociedad civil organizada y atenta, configura un mosaico para encarar exitosamente estos retos y aprovechar la oportunidad de construir una relación simbiótica entre agricultura y ambiente, dejando de lado estrategias basadas en modelos tradicionales. El sector agropecuario debe seguir trabajando para participar de forma organizada en todos los foros de negociación ambiental y climática, en los que su posicionamiento es necesario y vital.
Eso significa promover un sector agropecuario sostenible, resiliente al clima y bajo en carbono, utilizando de forma intensiva y circular los recursos biológicos, reduciendo y reutilizando los desperdicios de los ciclos y cadenas productivas, hoy considerados valiosos bioinsumos, de modo de convertir a nuestros territorios rurales en grandes fábricas verdes, de alimentos sanos y nutritivos, de bioenergías, de biomateriales y de probióticos, ofreciendo oportunidades de desarrollo inclusivo en los territorios rurales.
Significa también actuar sin complejos, asumiendo con decisión que la nueva agenda otorga carácter estratégico y peso específico a las naciones latinoamericanas en el tablero global. Será necesario que la región, en la búsqueda de resiliencia y una reducción de su vulnerabilidad al cambio climático, acuerde una visión sobre las trayectorias de la adaptación.
Puertas adentro, la promoción de ese modelo de agricultura requiere nuevos y mejores entornos de políticas públicas, investigación sistemática, innovación, emprendedores y capital, para encaminarnos a una eco-intensificación que permita producir más con menos uso de tierra, disponer de más alimentos con menos agua, menos fertilizantes, menos pesticidas y menos energía, disminuyendo las emisiones de gases de efecto invernadero e incluso secuestrando carbono para convertir a la agricultura en una herramienta para la mitigación.
Estas concepciones y estrategias, que incentivan la modernización del sector agropecuario, la innovación de la gestión pública y el comercio, alimentan y convergen con la agenda de la descarbonización de la economía global, y ayudan a crear y ampliar capacidades locales mediante la incorporación a la faz productiva de las dimensiones social, ambiental, tecnológica y científica.
Como nunca, es tiempo de poner a los agricultores de América Latina y el Caribe en el centro de las políticas climáticas y de la protección a la naturaleza. Ellos son las piezas medulares para este nuevo desarrollo, anclado en la gestión del conocimiento, la facilitación del comercio, la bioeconomía, la acción climática y el desarrollo territorial, aportando soluciones concretas a un planeta en crisis que grita y reclama por nuevos y comprometidos liderazgos.
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