El sonidista de la naturaleza: “Las personas ciegas queremos ser protagonistas de nuestros caminos”
El uruguayo Juan Pablo Culasso utiliza su oído absoluto para capturar los sonidos del mundo y promover la inclusión de las personas ciegas en experiencias naturales
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Como suele ocurrir en casi todas las historias extraordinarias, la del uruguayo Juan Pablo Culasso se ha nutrido de buenas dosis de desobediencia. Primero fue su madre quien desoyó las directivas que le dieron en la única escuela para ciegos que existe en Montevideo. “No le cambies de lugar los muebles de la casa”, le dijo la maestra. “Él se va a aprender el camino, como cualquier niño ciego”. La docente continuó y cerró su mandamiento: “Si le cambias los muebles, se va a chocar con ellos todo el tiempo”. La madre escuchó, pero no se convenció. “Si se los cambio, aprenderá el camino nuevo”, respondió.
Juan Pablo Culasso, de 38 años, recuerda aquel intercambio a pocos días de haber sido premiado en Portugal como parte de la promoción 2024 de The Explorers Club 50, dedicada a cincuenta personas “que están cambiando el mundo y que el mundo necesita conocer”, según reza en la página web de esta organización estadounidense. Ciego de nacimiento, Culasso fue reconocido por las obras que ha desarrollado durante 20 años como conservacionista y sonidista de la naturaleza, así como por su trabajo en pos de la inclusión y accesibilidad de las personas invidentes, en experiencias como las que él ha vivido en los entornos más fascinantes del continente americano.
“El sonido es como el libro: te permite imaginarlo todo. Por eso digo que un sonido vale más que mil imágenes. Es fabuloso, con los sonidos y los libros podés irte adonde quieras”, le dice a América Futura en una charla telefónica desde Bogotá, donde reside. Su memoria está poblada de melodías de la naturaleza, que ha explorado en los bañados de su Uruguay natal, en las llanuras del Pantanal en Brasil, en los enigmáticos bosques de niebla colombianos o en los inhóspitos parajes de la Antártida. Esos y otros paisajes sonoros están recogidos en 15 álbumes digitales que llevan su firma, pero también se alojan en los pliegos de su mente privilegiada.
El don del oído absoluto
“Todo empezó como un juego”, cuenta. De pequeño, su padre solía leerle una enciclopedia sobre pájaros que iba acompañada de casetes que reproducían sus trinos y sus correspondientes nombres en latín. Los escuchó, los memorizó. Más adelante, hizo lo propio cuando le regalaron un nuevo casete que atesoraba cantos de aves comunes en la vecina Argentina. Y el juego siguió, relata Juan Pablo, hasta que la profesora Susie, con quien estudió piano cerca de ocho años, reveló el misterio: el pequeño memorioso había nacido con el don del “oído absoluto”, la condición cerebral que permite identificar frecuencias de sonidos y asociarlos a notas musicales. Por esa cualidad, con el paso del tiempo sería capaz de identificar 1.000 especies de aves, de las que ha memorizado unos 3.000 sonidos diferentes.
Pero antes de ser consciente de ese don que lo conduciría a descubrir su vocación, debió franquear las barreras que la educación formal le puso en el camino. Recuerda que un colegio de Montevideo lo rechazó: “No tenemos pedagogía para enseñarle a un niño ciego”, le dijeron a su madre. En secundaria, recuerda también, varios profesores lo ningunearon. “Me hicieron eso que hoy llaman bulliyng”, agrega.
No fue sencillo —a veces imposible— hacerse con los textos en braille. “Uruguay no tiene una política para que las personas ciegas cuenten con un acceso tranquilo, fluido y constante al material educativo”, comenta Culasso. De haber obedecido el mandato social, sostiene, se habría resignado a estudiar leyes. “Nos meten ese chip en la cabeza”, apunta. Pero el chip no funcionó y el joven, desobediente, marchó contra la corriente.
Cuenta que el arrojo familiar compensó los sinsabores del paso obligatorio por el sistema educativo. “Mis padres buscaron la manera de proveerme experiencias y estimularme todo lo posible”, afirma. Junto a ellos y sus dos hermanos exploró el campo uruguayo, acampó en la costa Atlántica, recorrió en bote algunos de sus ríos. Cuando tenía 16 años, en una expedición que hizo con su padre para observar aves en el noroeste del país, se topó con un ornitólogo que le prestó su grabador. Juan Pablo le dio al REC y grabó el canto del Martín Pescador, el pájaro con penacho punk que suena como una matraca en tierras uruguayas.
“Fue como una revelación. Pregunté: ¿cómo hace uno para seguir grabando el canto de los pájaros y trabajar con pájaros? Por eso estoy acá hoy”, recuerda.
Después de aquella suerte de epifanía hubo una mudanza familiar que cambiaría el rumbo de sus días. Ocurrió en 2005, cuando su padre, ingeniero de sistemas, aceptó una oportunidad laboral en Campinas, en el Estado brasileño de Sao Paulo. Instalado allí, Juan Pablo se presentó ante el francés Jacques Vielliard, fundador de la Fonoteca Neotropical, el quinto laboratorio de sonidos de la naturaleza más grande del mundo. “Yo no te puedo pagar, pero te puedo dar el conocimiento”, le dijo Vielliard. Junto a este referente, aprendió durante casi tres años los procesos para recopilar, clasificar y almacenar los registros. “Aprendí por qué es necesario grabar los sonidos de la naturaleza, más allá del gusto o la satisfacción personal”, indica. “El patrimonio sonoro es algo intangible y mucho más difícil de detectar. Por medio de los diferentes paisajes sonoros, por ejemplo, he podido mostrar cómo los sonidos de la naturaleza están siendo invadidos o han desaparecido por los que produce la humanidad”.
El golpe de suerte definitivo se dio en 2013, cuando Juan Pablo fue convocado por el concurso de televisión SuperCerebros de National Geographic, que buscaba la mente “más brillante de América Latina”, según decía la promoción. Emitido desde Brasil, en el programa participaron 20 personas de todo el continente con habilidades mentales extraordinarias, que debían superar en pocos minutos pruebas de memoria, resolución de cálculos complejos o desafíos auditivos. Juan Pablo resultó ganador, tras identificar el canto de 15 pájaros escogidos al azar entre 230 aves diferentes. Los nombró en latín sin cometer ningún error, como cuando jugaba con su padre en la casa de Montevideo.
“Eso me abrió muchas puertas”, dice Juan Pablo, en referencia al impacto de su participación en el programa de NatGeo. Con los 45.000 dólares que recibió de premio pudo comprarse sofisticados equipos de grabación y continuar con sus expediciones por todo el continente americano. Desde entonces, ha participado en varios proyectos en defensa de la conservación de la naturaleza, dicta conferencias y talleres, y también colabora con la colección de sonidos de la Biblioteca Macaulay, la más importante del mundo.
“Uno tiene que ser consciente de las oportunidades que le da la vida”, comenta. Y en ese plano, el de la conciencia, dice que una pregunta lo ha perseguido con insistencia: “¿Qué puedo hacer para que otras personas ciegas también tengan, por lo menos en parte, la experiencia que yo he tenido a lo largo de tantos años?”. La respuesta parece haberla hallado —al menos en parte— en Colombia, adonde se marchó a vivir con Sara, su compañera de ruta, en 2020. Tras la pandemia, Juan Pablo puso en marcha en ese país la primera ruta de aviturismo para personas con discapacidad visual en Sudamérica, junto a la organización Colombia Birdfair y la Asociación Río Cali. La iniciativa, financiada por Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, fue seleccionada entre 1.500 propuestas. “El proyecto es escalable y sostenible a largo plazo”, explica. Arrancó en Cali, pero fue replicado en otras tres regiones de Colombia, traspasó fronteras y sirvió de inspiración para experiencias que se concretaron en países como Paraguay o Panamá.
“Mucho de lo que se hace por nosotros, las personas ciegas, apunta al acceso a la educación, a la salud y al trabajo, que no está mal, porque las carencias son brutales. Pero nunca se habla del acceso a la recreación y a la cultura, que es tan importante como el acceso al trabajo, a la salud y a la educación”, reflexiona.
Para Juan Pablo, es tiempo de que las personas con algún tipo de discapacidad tomen las riendas de iniciativas como la que pusieron en marcha en Cali. “Queremos ser protagonistas de nuestros propios caminos”, resalta. Y al cierre de la conversación recuerda la frase “nada para nosotros sin nosotros”, que sintetiza lo que entiende por verdadera inclusión: “Ustedes apóyennos, estén entre bastidores, pero déjennos brillar a nosotros”.
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