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La colonia Sinaí, un refugio para los desplazados climáticos en Honduras

Los vecinos de una de las comunidades más vulnerables por la violencia y la pobreza en San Pedro Sula se organizan para ayudar a las víctimas de las tormentas

colonia Sinaí
Voluntarios del comité de emergencia local del albergue Emanuel ubicado en el Sector Rivera Hernández.ELIAS ASSAF (ACNUR)

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Hace poco más de dos años, mientras los huracanes Eta e Iota sacudían Honduras, una abuela y su nieto alimentaban a centenares de damnificados en un centro comunitario de la ciudad de San Pedro Sula. La colonia Sinaí, en la que aún viven Martha Molina, de 72 años, y José Pineda, de 13, es una de las pocas que no se inunda en el sector de Rivera Hernández, en el que la mayoría de los hogares sucumbe ante las tormentas, que cada vez acechan con más frecuencia. Ahora, mientras la zozobra de la comunidad crece ante la amenaza de lluvias intensas durante el fin de año, Molina y su nieto se preparan para ayudar a los posibles afectados en el centro Emanuel, que se ha convertido en un refugio seguro para las víctimas del cambio climático en el sector gracias al trabajo de los vecinos de la Sinaí.

La colonia, que debe su nombre a un monte sagrado según la historia bíblica, representa una esperanza para los pobladores de Rivera Hernández, uno de los sectores más pobres y violentos de esta ciudad industrial de Honduras. Los vecinos del barrio han construido, sin anticiparlo, una estructura de apoyo para las tempestades desde noviembre de 2020. “No estábamos preparados para responder a la emergencia de Eta e Iota, pero abrimos el lugar para quien pudiera necesitarlo. Al final, tuvimos unas 500 personas alojadas aquí”, cuenta la líder comunitaria Karla Castellón, mientras recorre los pasillos del centro Emanuel, al que llegaron unas cien familias con los enseres que salvaron de los huracanes.

“Había una mujer que parecía un caballo halando de una carreta. Iba sola con varios niños, arrastrando con cuerdas las cosas que había sacado de su casa” recuerda Castellón, con la expresión aún estupefacta ante la memoria de esa imagen. La llegada inesperada de personas como esa madre hizo que los habitantes de la Sinaí organizaran una colecta rápida para brindar alimentos. Esa solidaridad permitió que las víctimas se refugiaran de la inclemencia de las lluvias. En aquel entonces, las ayudas llegaban improvisadamente y personas como Castellón y Molina se iban de madrugada para sus casas tras atender a los damnificados, sin saber que dos años después se encontrarían con un escenario similar durante la tormenta Julia.

Un hombre y su nieto recorren las calles inundadas de la comunidad La Lacayo, en el Sector Rivera Hernández.
Un hombre y su nieto recorren las calles inundadas de la comunidad La Lacayo, en el Sector Rivera Hernández.ELIAS ASSAF (ACNUR)

En esa segunda ocasión en la que el temporal arrasó con otros cientos de viviendas en octubre de 2022, la comunidad de la Sinaí estaba más preparada para atender a los afectados. Los vecinos registraron los nombres de las casi 450 personas que se alojaron en el centro, lograron habilitar los 11 baños de lo que alguna vez fue un colegio, reconectaron los servicios públicos y prepararon ollas comunales para dar de comer a las familias. “Yo ayudaba en la cocina y mi nieto hacía los mandados”, recuerda Molina, quien también padeció los huracanes Fifí y Mitch, en 1974 y 1998, respectivamente.

José Pineda era el encargado de ir a las tiendas porque era uno de los pocos que podía recorrer sin problemas las calles de la colonia. “Iba a las pulperías por las cosas que la gente necesitaba porque a mí me conocen los muchachos (maras o pandillas)”, comenta el adolescente, que cursa séptimo grado. En la Sinaí, al igual que en todos los barrios de la Rivera Hernández, las pandillas controlan el ingreso y permanencia en los territorios. Esa inseguridad, sumada a la precariedad que inunda los callejones de tierra de los barrios mellan los intentos por socorrer a personas de otras zonas. Por eso, al sobreponerse a las fronteras invisibles, los vecinos de la Sinaí se han convertido en un ejemplo en el sector. “Queremos garantizar el acceso humanitario a todas las personas sin importar de dónde vengan”, sentencia Castellón, madre de tres mujeres, que, como ella, también han crecido en la Rivera Hernández.

El trabajo de su comunidad se ha fortalecido en los últimos tres años. Eta, Iota y Julia han hecho que los habitantes de la colonia se unan en el segundo país más afectado por eventos climáticos extremos, según el Banco Mundial. En su Informe de 2023 Sobre Clima y Desarrollo en Honduras, se previó que entre 40.600 y 56.400 personas se verán forzadas a movilizarse dentro del país para 2050 debido a los impactos del cambio climático. Esto se suma a los 247. 000 desplazados internos, de acuerdo con la Agencia de la ONU para los Refugiados, ACNUR.

Martha Solórzano, afectada por las inundaciones en su comunidad, en el centro Emanuel del Sector Rivera Hernández.
Martha Solórzano, afectada por las inundaciones en su comunidad, en el centro Emanuel del Sector Rivera Hernández. ELIAS ASSAF (ACNUR)

Para responder a ese panorama, ACNUR ha apoyado acciones como las de los vecinos de la Sinaí y los ha ayudado a convertirse en un Comité de Emergencias Locales (Codel) reconocido y avalado por la municipalidad de la ciudad desde enero de 2023. Ese comité ya desarrolló un sistema de alertas tempranas para responder a las catástrofes, de la mano de los entes gubernamentales.

“Buscamos establecer puentes entre la ciudadanía y la institucionalidad”, explica José León Barrena, jefe de operaciones de ACNUR en el país. La asesoría de la agencia para que los líderes de la colonia dialoguen con la municipalidad ha hecho posible que la comunidad del Sinaí le tienda la mano a gente de los barrios Villas Kitur, Los Callos, Cristo Viene y otra decena de zonas de la Rivera Hernández.

Familias para las que muchas veces la ayuda comunitaria es la única opción para sufragar la crisis. De hecho, en los últimos días, familias del asentamiento informal Cristo Viene como la de Guadalupe Pineda y Tatiana Solórzano se han acercado para recibir alimentos al centro Emanuel, porque las lluvias de noviembre ya los forzaron a abandonar sus hogares. Al llegar, Castellón los recibe con bolsas de comida y kits de aseo. Las víctimas, una vez más, deben lamentar la perdida de sus pertenencias. “Apenas nos estábamos recuperando de Julia cuando pasa esto. La nevera que acabamos de comprar ya no sirve para nada”, cuenta Pineda, entre sollozos.

Grace Hilendara, estudiante e hija de la coordinadora general del Albergue Emanuel en la Rivera Hernández, durante una jornada de trabajo como voluntaria.
Grace Hilendara, estudiante e hija de la coordinadora general del Albergue Emanuel en la Rivera Hernández, durante una jornada de trabajo como voluntaria.ELIAS ASSAF (ACNUR)

En la Rivera Hernández, la población no cuenta con los bordos de contención apropiados para protegerse del desbordamiento de ríos como el Ulúa, Chamelecón y aguas pluviales durante los temporales de lluvias. Los habitantes temen cada vez que el agua toca su puerta. La misma agua que hace que Castellón y Molina aguarden la llegada de forasteros a su colonia, frente al centro comunitario Emanuel.

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