La migración venezolana aporta miles de millones de dólares a América Latina, pero sigue trabajando en la informalidad
La diáspora venezolana en la región mueve más de 10.600 millones de dólares, según la OIM, pero aún hay un 30% que vive en la irregularidad

Irvin Ibarra salió de Venezuela hace diez años con lo puesto y un oficio que no pudo ejercer. En Colombia empezó vendiendo café en la calle y hoy dirige una escuela de danza en un barrio popular de Bogotá. Su historia es una entre cientos de miles que conforman una diáspora de más de 7,9 millones de venezolanos, una de las mayores del mundo. La mayoría ha recalado en América Latina y, más allá del desafío social que ha supuesto su llegada, ya forma parte del motor de las economías que los acogieron: los 6,9 millones de venezolanos que viven en la región han movido al menos 10.600 millones de dólares, según el último informe de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), divulgado este jueves.
“Los países de América Latina y el Caribe han comprobado que la migración es una fuente de crecimiento económico, así como de creatividad y dinamismo”, afirmó Maria Moita, directora regional de la OIM para América Latina y el Caribe. “Los hallazgos de este estudio muestran claramente que cuando los gobiernos amplían las oportunidades para las personas migrantes a través de procesos de regularización e integración, toda la sociedad se beneficia”.
El informe se centra en los venezolanos porque se trata del flujo migratorio “más grande de la historia contemporánea y del grupo que lidera las comunidades extranjeras en los países de acogida”, explicó Julio Croci, oficial de Política y Enlace de la OIM, durante la presentación de los datos. El análisis se basa en investigaciones realizadas desde 2021 en Colombia, Panamá, Ecuador, Chile, Costa Rica, República Dominicana, Perú y Aruba, países que concentran a unos 5,7 millones de los migrantes venezolanos que viven en la región.
Según el estudio, los venezolanos aportan en promedio alrededor del 3% del total de la recaudación tributaria en los países analizados. Solo en Colombia, donde viven cerca de tres millones de venezolanos, esta contribución ha superado los 529 millones de dólares.
En Perú, la contribución fiscal de sus 1,6 millones de migrantes venezolanos alcanzó casi los 527 millones de dólares en 2024, el equivalente al 1,35% de la recaudación total o al 0,23% del PIB nacional. El consumo estimado de esta población asciende a 2.400 millones de dólares. Sin embargo, Perú presenta una de las mayores brechas de oportunidad debido a la llamada “degradación de habilidades”: menos del 10% de los profesionales venezolanos ejerce su carrera por las trabas en la convalidación de títulos y la formalización. De superarse estos obstáculos, la OIM estima que el ingreso fiscal podría aumentar un 51,3%, hasta alcanzar los 797,7 millones de dólares.
En Chile, los venezolanos representan el 8,2% de la población y su aporte equivale al 10% de la economía del país. Han contribuido, además, con fuerza laboral joven en una sociedad marcada por el envejecimiento. El impacto, sostiene la OIM, podría ser mayor si aumentara el porcentaje de regularización, que hoy se sitúa en apenas el 24,8%. Aun así, el presidente electo José Antonio Kast ha propuesto la creación de un “corredor” para devolver a los migrantes a sus países de origen.
El empuje también se refleja en el emprendimiento. Los migrantes venezolanos han creado pequeñas, medianas y grandes empresas, sobre todo en los sectores de alimentos, bebidas, gastronomía, servicios financieros y tecnológicos. En Panamá, las compañías lideradas por venezolanos han generado cerca de 40.000 puestos de trabajo en la última década. En Aruba, esta comunidad ha impulsado inversiones en turismo y hotelería que superan los 1.100 millones de dólares, y en República Dominicana alcanzan los 550 millones.

Regularización e informalidad
Pese a estos avances, la integración sigue siendo desigual. Al menos 5,1 millones de venezolanos (68%) están regularizados en sus países de destino, ya sea mediante permisos de residencia o trabajo, reconocimiento de refugio o solicitudes de asilo en trámite. Aun así, más del 30% vive sin papeles, con fuertes diferencias entre países.
En Perú, Colombia y Costa Rica, más del 60% de la población venezolana se encuentra en situación regular, mientras que en Chile, Aruba y Ecuador la proporción no alcanza el 30%. En Colombia, donde viven casi tres millones de venezolanos, el 65,8% está regularizado, frente al 80,8% de los 1,6 millones de venezolanos en Perú.
Uno de los principales obstáculos es el costo y la complejidad de validar la documentación del país de origen, agravados por el cierre de consulados venezolanos tras la ruptura de relaciones diplomáticas. “Algunas familias optan por regularizar solo a uno de sus miembros porque los costos pueden llegar a 3.000 dólares por persona. Algunos países aceptan documentos vencidos y otros no. Por eso, la regularización es el primer paso del proceso de integración”, explica Croci.
El aporte podría ser aún mayor. Se estima que el 82% de las personas venezolanas en la región trabaja en el mercado informal y que el 41% no tiene acceso a servicios financieros formales, pese a que la mayoría sí los tenía antes de emigrar. “Es el flujo migratorio más formado, con un porcentaje altísimo de profesionales, pero la gran mayoría no ha podido convalidar sus estudios y está subempleada o en la informalidad”, señala la OIM. Estas barreras, advierte el organismo, limitan su autonomía económica, el crecimiento de sus negocios y su capacidad de contribuir más al desarrollo local.
La historia de Irvin Ibarra resume ese recorrido. Hoy tiene 59 años y emigró a Colombia por la falta de alimentos en Venezuela, donde trabajaba como docente y entrenadora de fútbol. Primero salió su esposo; luego ella. Con el tiempo se reencontró con sus hijos, que terminaron en Chile. En Colombia comenzó vendiendo café en la calle, con dos termos prestados, y enfrentó dificultades para homologar sus estudios. Hoy dirige The Royal Family, una escuela de danza en el barrio Ciudad Bolívar, en Bogotá, donde enseña a niños vulnerables, entre ellos otros migrantes como ella. “No fue fácil llegar y tener que trabajar en la calle, pero lo hice porque necesitaba sostenerme y enviar dinero a mis hijos”, contó a la OIM. “Yo no soy de aquí, soy venezolana, pero me siento orgullosa de serlo y de ayudar a que esto [su escuela] suceda”.
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