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En colaboración conCAF

La lucha awajún para proteger uno de los bosques con mayor biodiversidad de Perú

Comunidades indígenas trabajan junto con agricultores migrantes en la reforestación en el valle de Alto Mayo. Tratan de escapar de la trampa del monocultivo y potenciar el desarrollo en la Amazonia

Mujeres de la étnia awajun participan en la producción de la plántulas en el vivero de Shampuyacu.
Mujeres de la étnia awajun participan en la producción de la plántulas en el vivero de Shampuyacu. Marco Zileri

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El valle del Alto Mayo es el principal productor de arroz del Perú, con casi 50.000 hectáreas de cultivos. Lo irrigan el río Mayo y otros 20 afluentes que se desprenden de las dos cordilleras que se alzan al sur y norte de la llanura. La cadena montañosa que lo flanquea al sur es el Bosque de Protección Alto Mayo, con 182.000 hectáreas protegidas desde 1987. Es uno de los puntos con mayor biodiversidad del país y se considera una de las zonas prioritarias para la conservación a nivel nacional, según el Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado.

En contraste, la enorme planicie que se extiende a los pies de ambos macizos ha sido deforestada y transformada en una enorme pradera dedicada fundamentalmente a los monocultivos de arroz, café y pastos para el ganado. En el territorio conviven los fieles de la iglesia presbiteriana Segunda Jerusalén con las comunidades nativas de la etnia awajún y miles de agricultores migrantes, sobre todo de la sierra de Cajamarca.

La incesante expansión de la frontera agrícola en las últimas décadas ha eliminado miles de hectáreas de foresta y amenaza la sostenibilidad de las principales fuentes de agua, mientras que el uso indiscriminado de pesticidas –algunos prescritos por la comunidad internacional– envenena los ríos y depreda las tierras. El río Mayo discurre turbio y cargado de sedimento por la espina dorsal de la cuenca arrocera.

“La práctica común es la tala y la quema del bosque y esperar que algo crezca. Nadie en el Gobierno dijo: ‘Haz de esta manera´”, describe Constantino Aucca, de la Asociación Ecosistemas Andinos (Ecoan). “Tuvimos que romper malas prácticas e introducir buenas prácticas. No hay cortoplacismos. Cambiar toma como mínimo cinco años”.

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EL Biólogo peruano Constantino Aucca Constantino Aucca, de la Asociación Ecosistemas Andinos (Ecoan). Marco Zileri

Aucca trabaja con la organización Conservación Internacional (CI) en una vasta y compleja estrategia para restaurar los bosques de la mano con las comunidades locales de manera que “puedan generar productos sostenibles y orgánicos de mayor valor en el mercado y mejoren la calidad de vida en armonía con la naturaleza”, sostiene Daniela Amico, de CI.

Un vivero de dimensiones industriales opera desde hace siete meses en la comunidad nativa awajún de Shampuyacu, en el corazón del valle del Alto Mayo. El plan es sembrar un millón de árboles en mil hectáreas en los próximos 12 meses. En total, se han instalado 10 viveros en el valle del Alto Mayo, pero el de Shampuyacu es el más grande.

“Guaba, tornillo, cedro, lagarto, shimbillo, metohuayo, caimito, caoba”, lista el ingeniero Santos Chasquibol, coordinador del vivero, mientras camina por largos pasadizos entre filas de plantones. “El tornillo es de madera muy dura y pega muy bien en la zona y no le afectan mucho los insectos; el cedro lo apreciarán nuestros hijos, quienes saben pensar así”, dice Chasquibol al describir las cualidades de las especies maderables más notorias.

“El chope es un fruto nativo de la zona y la vainilla, una variedad de orquídea, crece bien en la zona de fango y aguajales. El kilo paga a 160 soles (casi 45 dólares) y en el extranjero US$ 290 dólares bien manejado”, anota el ingeniero. También están germinando en el vivero plantones de café, pitajalla y copazu, entre las especies frutales, o guacapu, entre las maderables. En total son 40 especies nativas en producción bajo el inclemente sol tropical. La enorme variedad de semillas arbóreas que utilizan las cosechan los propios awajún en los bosques tropicales circundantes.

“Si la gente no ve un beneficio real, no va a participar del programa. El hombre es el responsable de la deforestación”, recuerda por su parte Aucca. “Si sabemos cuál es el problema, ¿por qué no trabajas con el problema?”.

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Vivero en la comunidad awajún de Shampuyacu dónde se cultivan especies de árboles y frutales nativos en el valle del Alto Mayo en el nororiente peruano. Marco Zileri

Recuperar el bosque por los ancestros

Las hermanas Meslibeth, Sherline y Sandy Achallap se dedican al trabajo manual de repique o siembra de las plántulas del semillero, 200.000 plantones por campaña. “El árbol nos da el aire que respiras, el agua y sirve para hacer nuestras casas”, dice Meslibeth, indígena awajún que con paciencia entierra una por una cada semilla en una bandeja infinita. “Queremos recuperar el bosque por nuestros ancestros”, afirma.

La faena comunitaria en el vivero se organiza en turnos rotativos semanales para que de esa manera participe la mayor cantidad de mujeres nativas y se beneficien del jornal correspondiente.

El año pasado, la comunidad de Shampuyacu firmó un acuerdo de conservación con el Servicio Nacional de Aéreas Protegidas por el Estado (Sernamp), entidad del estado adscrita al Ministerio de Agricultura. La comunidad se comprometió a no talar un pie más de bosque virgen o primario y reforestar sus hectáreas ya degradadas con árboles nativos provenientes del vivero.

Shampuyacu es una de las comunidades más castigadas por la tala y la roza del bosque primigenio y el uso indiscriminado de pesticidas. Los indígenas suelen arrendan sus tierras a los foráneos a precios muy bajos. La acelerada degradación del suelo fuerza a los agricultores a seguir deforestando en busca de suelo fértil.

Unas 20.000 hectáreas del área natural protegida del Bosque de Protección Alto Mayo también han sido depredadas, pero el fenómeno se ha logrado frenar en cierta medida con los acuerdos de conservación suscritos en los últimos años con 729 familias y otros 20 acuerdos colectivos, entre estos últimos con cinco comunidades nativas awajún de un total de 15. La tasa de deforestación anual en el periodo 2018-2020 fue de 195 hectáreas al año, registró CI.

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Las zonas rojas indican el avance de la deforestación en la última década en el valle del Alto Mayo. Cortesía

Los acuerdos de conservación comprenden la asistencia para la mejora de la productividad de los cafetales, escuelas de gobernanza, talleres de artesanía y de comercialización de los productos, bibliotecas comunales y emprendimientos ecoturísticos.

“La reforestación busca revertir ese perverso ciclo con la siembra de especies nativas, muchas leguminosas, que tienen la particularidad de captar el nitrógeno del aire y nitrificar el suelo y los suelos degradados. Lo que el nativo está sembrando son plantaciones de largo aliento y perennes”, subraya Aucca.

Un futuro sostenible que se enraíza en el suelo y las mentes en la comunidad nativa de Shampuyacu. “La conservación entendida como no toques, sola mira no es viable. Se debe entender que la gente tiene necesidades básicas, es un tema de equidad”, explica Braulio Andrade, ingeniero forestal y director de gestión de proyectos de CI.


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