Banco de Anteojos: una segunda vida a los lentes usados y una oportunidad para quien no puede comprarlos
Una ONG argentina recolecta lentes en desuso y los convierte en funcionales. Realiza unos 200 pares por mes junto a campañas de medicina ocular en zonas desfavorecidas
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El edificio está en pleno centro de San Miguel de Tucumán, la ciudad ubicada al noroeste de la Argentina. Junto a las oficinas de la Fundación Hacer Futuro, hay un cuarto lleno de cajas. Cada una con etiquetas que dicen: “Para arreglar”, “Para entregar”, “Metal”. “Plástico”. Hay de sol, modernos y antiguos, pero en buen estado. Decenas de estuches y algunos espejos. Produce cierta inquietud ese paisaje multicolor de lentes y monturas de gran variedad, que esperan a sus nuevos dueños.
Allí funciona el Banco de Anteojos, una iniciativa socioambiental que nació hace siete años como parte de las actividades de una fundación enfocada en la equidad social, la educación, la capacitación laboral y el medio ambiente. El proyecto busca aprovechar anteojos en desuso y convertirlos en funcionales para personas que no pueden acceder a ellos por cuestiones económicas. En Argentina, casi 900.000 personas tienen algún grado de discapacidad visual, según los últimos datos oficiales de 2018.
La idea fue, como muchas otras, hija de la casualidad. “En uno de los trabajos con una escuela pública, de la cual éramos padrinos, nos pidieron zapatillas, computadoras, delantales y anteojos para los chicos. Los compramos algunas veces, pero después no nos daba el presupuesto porque somos una fundación pequeña. Ahí comenzamos a pensar qué podíamos hacer. Se me ocurrió fabricarlos en 3D y hablé con ingenieros de la Universidad Tecnológica Nacional. Hasta que se me prendió la lamparita”, dice Enrique Bach, presidente de la Fundación Hacer Futuro, que lleva adelante el Banco de Anteojos.
“¿Qué pasa si los reciclamos?” se preguntaron. Juntaron dos cajas de lentes en desuso y resolvieron el problema de la escuela que había hecho el pedido. Bach y su equipo pensaron que la tarea estaba hecha, pero surgió otro pedido en Amaicha del Valle, una comunidad indígena en medio de los valles calchaquíes, ubicada a 170 kilómetros de San Miguel de Tucumán.
Como el lugar está alejado y allí solo llega la atención de salud primaria, llegaron con algunas cajas de lentes y un oftalmólogo. Se juntaron unas 200 personas con diferentes problemas vinculados a la visión, algo frecuente no sólo por la falta de atención sino también por la radiación solar del lugar ubicado a 2.200 metros sobre el nivel del mar.
“Ahí pensamos que había una necesidad que cubrir. Comencé a tender puentes con fábricas de lentes y algunas marcas que donaron pares con un pequeño defecto de pintura. Así juntamos unos 250 pares; el proyecto fue creciendo y comenzó a difundirse en todo el país. Eso generó una cantidad impresionante de donaciones de particulares principalmente y también de empresas, instituciones educativas e iglesias, que hacen campañas de recolección”, agregó Bach.
Luego de recibir las donaciones, el primer paso de los empleados y voluntarios de la fundación es clasificar los lentes; se fijan si están sanos, el tipo de material, si son de adultos o niños… Para solicitar un par a la fundación, la institución pide algunos requisitos.
“Es un proyecto ecosocial. Apuntamos a la gente que no tiene obra social —en Argentina, éstas suelen cubrir la confección de lentes— ni empleo. Las personas que los necesitan deben presentar una certificación de la Administración Nacional de la Seguridad Social (ANSES). Hacemos una excepción con PAMI (la obra social de jubilados y pensionados) porque a los adultos mayores suelen darles sólo un par cada dos años. En ese tiempo, pueden perderlos o romperlos. Y no pueden esperar tanto tiempo”.
La excepción también incluye a personas con discapacidad y otras patologías. Luego, las personas sacan un turno para visitar la fundación, a la que llegan ya con la receta médica. Allí eligen el marco que más les gusta para mandar a confeccionar sus lentes.
“A los pocos minutos se van con la solución. Luego de elegir los marcos, los mandamos a una óptica con la que trabajamos junto a los detalles de la graduación. A los pocos días, se les entregan los anteojos y firman un libro de registro para que la gente que aportó sepa cuál fue el destino de su donación”, narra.
El proyecto, que realiza unos 200 lentes por mes, se financia principalmente con las donaciones y gracias al apoyo de algunas empresas. La fundación pide un pago simbólico de 1.500 pesos argentinos (unos cuatro dólares) por cada par y sólo a aquellos que pueden afrontarlo. Ese precio es alrededor del 5% de lo que cuestan unos lentes de graduación baja en el mercado. El funcionamiento del Banco de Anteojos es posible gracias a una red de alianzas que cada día es más sólida.
Hace un tiempo, cerraron un acuerdo con una empresa de transporte, que permite mandar las donaciones de forma gratuita desde cualquier punto del país a Tucumán. También abrieron puntos fijos de recepción en Salta, Jujuy y la ciudad de Buenos Aires. Y están empezando a asentarse también en España.
Francisco Pineda es gerente de desarrollo y producción de la Óptica Solmar, la encargada de confeccionar los lentes del proyecto. Además del rol social del Banco de Anteojos, destacada la importancia de darle una “segunda oportunidad” a materiales de difícil reciclaje que, de otra forma, terminarían en un vertedero.
“A veces no dimensionamos la importancia de la visión, que conecta con el desarrollo de una persona. Sin una buena visión, no podemos estudiar ni desarrollar un oficio o una profesión. Es nuestro granito de arena para fomentar ese desarrollo”, dijo Pineda.
Las campañas con equipos médicos fuera de la ciudad de San Miguel de Tucumán, la capital de la provincia, son uno de los grandes aportes del proyecto, además de la confección de los lentes. En muchos casos, significa el primer contacto con un especialista de la visión; en ocasiones, sirve para detectar enfermedades oculares y derivarlas a los hospitales de la provincia.
“Hacemos estudios de refracción ocular y vemos qué graduación necesitan los pacientes. En muchos casos, recetamos la confección de los anteojos. Pero hay otros que no se resuelven con lentes y ahí aparecen las patologías oculares, como presión ocular alta, glaucoma, cataratas, retinopatía diabética y otras que requieren derivaciones. El proyecto va a lugares donde muchas veces el médico no llega”, opinó Daiana Selman Ponce, médica oftalmóloga, jefa de residencia en el Hospital Padilla de Tucumán y participante de algunas de las campañas de la fundación.
En un mediodía caliente en la ciudad, Bach muestra los cientos de armazones que esperan a sus dueños. Dice que en la fundación pueden elegir el que más les guste y que también dan estuches. En unos días, será jornada de turnos y en otros habrá una campaña en Banda del Río Salí, una de las periferias más pobres del Gran San Miguel de Tucumán.
Recuerda a una chica que hace un año no iba a la escuela porque no tenía lentes. Y habla de otro niño con aniridia (ausencia parcial o total del iris), al que hicieron unos lentes especiales “cerrados como antiparras”. Bach mira el paisaje multicolor de lentes y monturas y termina con un orgullo que no puede disimular. “Es fácil pensar el destino final de una caja de cartón, pero no sucedía lo mismo con los lentes. Encontramos una solución a algo que no la tenía. Los reutilizamos y el proyecto tiene un impacto social porque llega a quienes no podían adquirirlo. Le cambió la vida a mucha gente que no podía trabajar ni estudiar. Nosotros decimos que no son sólo anteojos: hay una historia de vida detrás de cada par que entregamos”.
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