En la recta final, Petro busca gobernabilidad y reparar los daños de la implosión de su mandato
En plena campaña de cara al 2026, la clase política se presenta insaciable, la negociación política se hace más sensible y cada jugada se mide con precisión de relojero
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A 15 meses de que Colombia cumpla el calendario electoral y se convoque la primera vuelta presidencial para elegir el sucesor del presidente Gustavo Petro, el país vive en un estado de permanente ebullición política, inseguridad en las regiones, envalentonamiento de los grupos armados ilegales, fracaso de la paz total, aumento de la percepción de caos institucional y disminución de la transparencia de la administración pública. Mientras, el Gobierno nacional siente los efectos de la implosión autoinfringida, enfrenta diversos frentes de batalla, una aguda crisis de gobernabilidad y el ataque permanente de fuego amigo que tiene contra las cuerdas la sobrevivencia del primer mandato de la izquierda democrática y sin oxígeno hoy cualquier posibilidad de reelección del proyecto político del petrismo.
La implosión descontrolada del Gobierno, promovida por el propio presidente Petro con su decisión de transmitir, el pasado 4 de febrero, un Consejo de Ministros que se convirtió en una sublevación interna del ala más radical del Gobierno contra la llegada de Armando Benedetti, como jefe de Gabinete, liderada por la vicepresidenta Francia Márquez y secundada por varios ministros, sigue teniendo efectos en la reconstrucción de la gobernabilidad perdida. Es como si después de un gran movimiento telúrico las placas tectónicas siguieran sin acomodarse, la falla geológica continuara creciendo y nada lograra estabilizarse, impidiendo el regreso a la normalidad, afectando la vida democrática de la nación y la confianza en la institucionalidad.
Después de propiciar un tsunami político, pedir la renuncia de todo su gabinete y luego tratar de calmar las aguas diciendo que solo se irían quienes tuvieran aspiraciones electorales, el presidente sigue sin resolver la interinidad de su equipo. Las renuncias irrevocables y protocolarias llegaron en cascada, pero los reemplazos han aparecido a cuentagotas.
En ese último período de crisis quedaron lesionadas las aspiraciones presidenciales del excanciller Luis Gilberto Murillo y del exministro del Interior Juan Fernando Cristo. Aún no se sabe qué pasará con la vicepresidenta Francia Márquez, cuya permanencia en el Gobierno y futuro electoral son fuente de toda clase de conjeturas. Lo evidente es que reconfigurar el Gabinete no parece tarea fácil, porque aceptar ministerios en la recta final de un gobierno en turbulencia, con el sol a las espaldas, las encuestas en contra y Trump respirándole en la nuca a Petro y demás mandatarios de izquierda, amenazando con quitar visas a los amigos y aliados de estos, no parece estar de moda. Ser ministro, ahora, semeja un acto de arrojo, lealtad y valentía.
Para superar la crisis, lo que ha hecho el mandatario es tratar de organizar una especie de gabinete de cierre, a 18 meses de entregar el mandato, cuando su Gobierno padece una campaña brutal de guerra sucia por parte de la oposición, que incluso en redes sociales ha cruzado todos los límites éticos y lanzó, el pasado domingo, el perverso e irresponsable bulo de la supuesta muerte por sobredosis de Petro. El presidente soporta, además, la creciente inconformidad de los gobernadores por la caótica situación de orden público, en especial en Chocó y Norte de Santander, y el incandescente fuego amigo por la financiación de la campaña electoral y las relaciones con el llamado zar del contrabando, conocido con el alias de Papá Pitufo, y su relación con el catalán Xavier Vendrell, amigo personal del jefe de Estado, quien recibió 500 millones de pesos del mencionado delincuente, los cuales, supuestamente, devolvió por orden de Petro.
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La truculencia del escándalo de la financiación de la campaña presidencial ha mantenido al país siguiendo cada denuncia como si fuera un programa de telerealidad. Que el funcionario más cercano de Petro haya denunciado la entrega de ese dinero ilegal a un asesor de campaña extranjero, con la presencia de Benedetti, y que el candidato se haya reunido con ese oscuro personaje, son temas que desmoronan la columna vertebral de la narrativa con la que se eligió Petro. La lucha contra la corrupción ha sido demolida por el propio petrismo. La batalla interna por el poder ha dejado sin aire a un Gobierno que se hizo elegir para derrotar a la cloaca política y, hoy, ante los ojos del mundo, pareciera hundido en esa cloaca, colapsado por la tragedia de la deslealtad, ineficacia y falta de resultados.
Nada garantiza que de verdad este sea el Gabinete que acompañe a Petro hasta el final. El carácter explosivo del presidente, su inclinación a no soportar críticas ni reparos a sus órdenes, su desdén por las opiniones contrarias, la terquedad en sus objetivos y su obsesión con escenarios catastróficos de golpes de Estado, atentados, inmolaciones heroicas y sucesos extraordinarios que lo martiricen y conviertan en símbolo inmortal de resistencia, hacen que cada día a su lado sea una gran victoria para sus colaboradores, o un suplicio, dependiendo de cómo se perciba el nivel de sacrificio en el servicio público. Conocedores del estilo de toma de decisiones de Petro, es posible que haya nuevas crisis ministeriales y más recambios antes de que suene el pitazo final de su gestión.
Frente a la tormenta, el jefe de Estado parece estar decidido a jugársela con una nueva generación de jóvenes dispuestos a servirle a su proyecto de país, procedentes de diferentes escenarios y con formación técnica, excepto el ministro de Trabajo, Antonio Sanguino, firmante de paz en el Gobierno de César Gaviria, como disidente del ELN. Su nombramiento es un guiño a un sector más pragmático de la izquierda democrática, cercano a Claudia López.
Los primeros nombres del nuevo equipo parecen mostrar la voluntad de Petro de formar una nueva élite de jóvenes progresistas, entre quienes se cuenta el ministro del Interior, Gustavo García Figueroa, nariñense de origen liberal y excelente trayectoria. El Mininterior tendrá un camino lleno de espinas, con una oposición obsesionada con frenar la agenda legislativa gubernamental y dinamitar la campaña presidencial de la izquierda.
En plena campaña de cara al 2026, la clase política se presenta insaciable, la negociación política se hace más sensible y cada jugada se mide con precisión de relojero. Lograr consensos, convertir proyectos en leyes, y limpiar de nubarrones el futuro de la Administración son tareas de altísima complejidad política, que el ministro del Interior deberá cumplir en cohabitación permanente con el todopoderoso e inamovible jefe de Gabinete, Armando Benedetti.
La gran sorpresa del relevo ministerial ha sido el nombramiento del general Pedro Sánchez como ministro de Defensa, que envía un fuerte mensaje sobre el reconocimiento de Petro a la trayectoria de un militar respetuoso de la vida y los derechos humanos, dejando atrás 30 años de civiles en Mindefensa. La gran paradoja es que un firmante de paz como Petro devuelva al país a las épocas anteriores a la Constituyente de 1991, cuando el M-19 exigía que un civil definiera los asuntos de la defensa nacional.
Qué tanto significará esta jugada en el fortalecimiento de la democracia está por verse, pero sin duda Petro se está blindando con un general de su entera confianza, de probada lealtad, en tiempos en que denuncia públicamente que hay un complot para asesinarlo y que la ilegalidad compró dos misiles antiaéreos para derribar la aeronave en que se desplaza. También, consolida una línea de comunicación con la tropa para retomar el control territorial y detener la agresividad de los ejércitos irregulares y bandas criminales, que como denunció la valiente gobernadora del Chocó, tiene sitiados a los colombianos en las regiones.
En conclusión, el 2025 ha sido un tsunami de hechos políticos que han descuadernado la Administración, desmoronado su narrativa de transparencia y eficiencia, y mostrado, a la vez, la poca capacidad de respuesta de la derecha, que se ha conformado con sentarse a mirar desde el andén la implosión del Gobierno del cambio sin ofrecer una alternativa diferente a insultar al presidente y viralizar bulos llenos de odio.
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