Los halcones del ELN matan la paloma de la paz y cruzan la frontera hacia la guerra total
La guerrilla ha hecho el milagro de resucitar a la extrema derecha y darle jaque mate a la solución negociada del conflicto armado interno en lo que queda del primer gobierno de izquierda en 200 años
El año 2025 ha comenzado en Colombia en medio del terror de la guerra. Desde las selvas del Catatumbo, en el departamento del Norte de Santander, frontera con Venezuela, se escucha el grito desesperado de la población civil inerme que ha sido perseguida, masacrada, desplazada, amenazada por el Ejército de Liberación Nacional (ELN) un grupo guerrillero surgido en 1964 en el apogeo de las ideas guevaristas y la Revolución cubana. Esa organización hoy se ha envilecido y degradado, ha sepultado cualquier vestigio revolucionario, perdido su legitimidad política y, ante los ojos del país y el mundo, aparece como un aparato terrorista, sanguinario, asociado a las economías ilícitas, auspiciado por el régimen venezolano, que ha protagonizado uno de los más graves episodios nacionales de violación a las normas del derecho internacional humanitario de las últimas décadas y parece condenado a sumarle a su derrota política, la militar, así como al sometimiento de su cúpula a los tribunales como criminales de guerra.
Entre la tragedia de Machuca, del 18 de octubre de 1998, cuando volaron un tramo de un oleoducto en Segovia (Antioquia), que causó la muerte de 84 personas y heridas a muchísimas más, y la toma sangrienta del Catatumbo, en 2025, que deja un saldo parcial de decenas de muertos y cerca de 40.000 desplazados, el ELN ha cremado cualquier rezago de ideología y razón.
Esa guerrilla ha hecho el milagro de resucitar a la extrema derecha guerrerista y darle jaque mate a la solución negociada del conflicto armado interno en lo que queda del primer gobierno de izquierda en 200 años. Si el desafío armado de las FARC y su demencia militarista dio vida política y llevó al poder a Álvaro Uribe y permitió el fortalecimiento del paramilitarismo, durante varias décadas, el ELN pareciera estar en vía de aniquilar la reelección de la izquierda, en 2026, convirtiéndose en el gran elector de la derecha.
El ELN, además, está reemplazando a las FARC como el mayor objeto de odio de los colombianos ―de izquierda o derecha― hastiados de sus métodos criminales, ataques a la democracia y desprecio a las ofertas de paz de este y otros gobiernos. En tiempos de redes sociales e inmediatez de la información, las imágenes virales que circulan, tomadas por sobrevivientes de la tragedia en el Catatumbo, muestran montañas de cadáveres de civiles ejecutados por el ELN, recogidos en volquetas por los sobrevivientes, así como combates entre ejércitos irregulares, sometimiento de la población, desplazamiento en medio del terror, ante un Gobierno nacional que ratifica la fragilidad de su aparato de inteligencia, su incapacidad de controlar el territorio, contener a la ilegalidad y proteger a la sociedad civil, mientras el presidente daba órdenes desde Haití y República Dominicana, donde andaba en misión oficial.
En un país con una fuerza pública disminuida en sus capacidades y, en especial, los servicios de inteligencia, es imposible impedir este tipo de tragedias. Las alarmas debieron encenderse a tiempo para proteger a la sociedad civil y fortalecer la respuesta de la fuerza pública ante la amenaza de una masacre. Esta acción ha aumentado, además, la temperatura del conflicto en la frontera con Venezuela, acusada de ser protagonista del fortalecimiento militar del ELN y de prestar su territorio para la movilización de miles de guerrilleros desde el departamento de Arauca, que arribaron para desarrollar ese plan de exterminio.
Venezuela se convierte así en actor principal de una narrativa de guerra irregular contra la democracia colombiana, usando, además, al ELN como retaguardia armada en la frontera binacional, ante un supuesto ataque contra su soberanía por parte de grupos paramilitares o fuerzas invasoras patrocinadas por Washington. La tragedia humanitaria del Catatumbo coincide, asimismo, con demostraciones de poder militar del régimen venezolano, que desplegó sus poderosos aviones Sukhoi, que sobrevolaron la frontera mientras Diosdado Cabello, el deslenguado ministro del Interior, daba declaraciones del otro lado de la frontera, a pocos kilómetros del Catatumbo. Maduro suma así más puntos para que Trump aumente el monto de la recompensa por su captura y Venezuela alcance la categoría de aliado del terrorismo.
Toda esta situación ha elevado la desconfianza ciudadana en la capacidad de reacción de las Fuerzas Militares, que acusan una fragilidad latente. Colombia, en estos primeros días del año, pareciera volver a las épocas pasadas en que era percibida como un Estado fallido en poder de las FARC, los paramilitares, los narcos y la podredumbre de la clase política aliada con la criminalidad. Pareciera como si el tiempo no hubiera pasado y disminuyera la calidad de la democracia y la búsqueda de la paz estuviera condenada al fracaso. Son tiempos de dolor y desesperanza, y, por supuesto, de una creciente percepción de ausencia de liderazgo para superar la crisis humanitaria y responder el desafío del ELN.
El discurso de la paz total hoy, más que nunca, suena vacío, estéril, inane. Los halcones del ELN han aniquilado la paloma de la paz, y empoderado a la derecha, que está de fiesta con la llegada de Trump y su narrativa de garrote y autoridad. La izquierda democrática aparece arrinconada por la crueldad de la extrema izquierda armada narcotizada, convertida en verdugo de la democracia y la reconciliación
Con el estruendoso fracaso de la política de paz total, el país ha dado un salto al pasado. A los peores años de la Violencia, de los años cincuenta, con sus métodos crueles de exterminio del adversario, en una tragedia humanitaria que dejó más de 300.000 muertos. La máquina de la muerte está más activa que nunca y los desafíos a la democracia aumentan con la posibilidad de que la guerra interna se profundice y la puerta de la salida negociada quede cerrada por décadas.
En la campaña electoral de 2002 los colombianos eligieron a Uribe para que respondiera con fuerza los abusos de las FARC. Ahora, con Trump en el poder y una eventual arremetida de Estados Unidos contra Maduro, la frontera pareciera ser el teatro de una guerra interminable que pone a prueba la democracia colombiana. El péndulo de la derecha viene de regreso a Colombia. La seguridad ha logrado desbancar a otros temas de las prioridades de los electores, que al momento de votar ya no pensarán en cómo castigar a la clase política corrupta, ni cómo garantizar las políticas sociales, sino cómo someter a la delincuencia del ELN, desideologizada y perdida en la mente criminal del narco, que ha condenado a la caneca de la basura de la historia toda la literatura del heroísmo guerrillerista de esa organización.
En el Catatumbo, el presidente Petro lucha por no perder el rumbo de la paz. Para su desgracia, cualquier discurso de reconciliación suena hoy hueco: el ELN masacró la paz y cruzó la frontera hacia la guerra total. Y no hay vuelta atrás. Ya su lema no parece ser vencer o morir, sino morir sin vencer.
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