¡Píntela!
Si hubiéramos nacido más al norte y en otra época, los colombianos habríamos tenido la lengua más rápida del Oeste. Nuestra manera de hablar explica cómo somos
“Dar papaya”. No puede negarse que aquí “a papaya servida, papaya partida”. Por eso las críticas a que una entidad de carácter oficial gaste en un concierto 3.900 millones de pesos, justo cuando el Gobierno clama por la austeridad y aplica severos recortes. La organizadora, RTVC, en respuesta a denuncias en este sentido, responde que se trata de una censura a expresiones culturales. Su director, Hollman Morris, asegura que quien paga no es el Gobierno sino el Sistema de Medios Públicos (lo que equivale a decir que, en 1994, no se paseó por Palacio de Nariño un elefante, sino un paquidermo). Y que tal evento se enmarca en el uso presupuestal de RTVC y su misionalidad. El gran beneficiado será el artista central, Residente, quien en el pasado ha sabido tocar las fibras más sensibles del presidente. El español tiene una palabra para entender estas cosas: autobombo.
“Lo que le diga es mentira”. Es la máxima demostración del escepticismo del colombiano frente a lo que alguien dice o a una situación en la que no se tiene confianza. Como hay duda, esta es la manera de no comprometerse. A pesar de no incluir palabras de difícil comprensión (a diferencia de frases como “¡nanay cucas!”), es complejo que la entienda un extranjero, por la tentación de traducirla a pie juntillas: lo que diga una persona es mentira. Cifras de compra de tierras, colombianos con doctorado en otros países contratados por el Gobierno, dejar los estudios definitivos del metro de Bogotá, imprimir billetes en exceso sin riesgo alguno y prometer que el Catatumbo será la capital nacional de la paz, son algunos ejemplos que inducen al turista a la fiel comprensión de la frase. Nos sucede también a los colombianos frente a casos trasnacionales: China opera el Canal de Panamá, el ruido de los molinos de viento causa cáncer, los deportados colombianos son peligrosos delincuentes, los migrantes en Ohio se almuerzan las mascotas y el tal cambio climático no existe, ejemplifican que “lo que diga es mentira” a veces se entiende en un inquietante sentido literal.
“Polos opuestos se atraen” (en especial si uno de los polos está cerca del Polo Democrático y, el otro, vecino a Groenlandia y al Polo Norte). Un estudio de la Universidad de Colorado, en Boulder, demostró lo contrario: la investigación concluyó que las personas tienden a crear pareja con gente de características parecidas y no diferentes. Entre el 82% y el 89% de los rasgos bajo estudio son similares (incluyendo las ideas políticas). En ese sentido, bien pueden terminar juntos los veganos, los poetas, los atletas, los militares, los coleccionistas, los gnósticos, los desordenados y los fascistas.
“Bájele al tonito”. Muchas veces no es lo que se dice, sino cómo se dice. Aunque los colombianos (término que, disculparán los enemigos del idioma, también incluye a las colombianas) damos la impresión de tener piel de gurre, las entonaciones despiertan en nosotros exóticas sensibilidades. Ejemplos abundan, algunos finamente recopilados por Fernando Velásquez en el escenario de la política: “La plata que deja una alcaldía no la deja un embarque”, “yo prefiero no robar al Estado y que me paguen la gasolina”, “al contralor lo puedo controlar yo”, “no hay que confundir moral con política”, “no quiero que futuras generaciones piensen que me aferré al poder”, “los ministros no tienen que saber cómo funcionan los ministerios”, “uno tiene que haber hecho algo muy malo en la vida para que lo nombren ministro de Salud”, “lo peor de la pobreza es que lo coge a uno siempre sin plata” o “me he reunido con el cuerpo diplomático (…) para explicarle, paso a paso, cómo se ha desarrollado el golpe de Estado en Colombia”. Como se nota, no es raro, para seguir con lo de las frases criollas, que nuestros estadistas estén “meando fuera del tiesto”.
“Páreme bolas”. El genial Roberto Cadavid Misas (Argos), la ubicaba, en sus orígenes, como un bogotanismo de cafetín. Allí a los jugadores les “ponían bolas” para empezar un “chico” de billar, pero, gracias al boca a boca, “poner” degeneró en “parar”. Se usa, a manera de amable muletilla, para reclamar atención a lo que se va a decir. Sabemos que nuestros líderes la aplican para que las masas les prendan reflectores. Hoy, la “paradera” de bolas es exponencial, gracias a las redes sociales, aquellos espacios de impunidad, acrimonia y cretinismo que insistimos en cultivar con esmero. “Paramos bolas”, pero que nadie crea que tragamos entero. Aquí sí sabemos “cuántos pares son tres moscas”.
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Retaguardia: Después de ver la emisión del reciente consejo de ministros, me dijo alguien que mucho admiro: “Pocas veces se había visto un espectáculo de tales magnitudes en la televisión”. El presidente, justo es decirlo, gratamente regañón, contundente e históricamente bien dateado. Pero se vino abajo con la sinceridad de Francia Márquez y Susana Muhamad, que demostraron carácter y sinceridad a prueba de politiquería. Cuando Muhamad dijo que, como feminista no se sentaría con Benedetti, el presidente, acorralado por la realidad, se dejó llevar por el remolino de la dialéctica. Ha debido beber en las aguas de la transparencia, como las sólidas mujeres de su gabinete que, sin proponérselo, lo hicieron ver como un diminuto actor de la serie sesentera Tierra de gigantes. Triunfal fracaso el del presidente tratando de desviar la conversación sobre Benedetti. Asistimos al colapso televisivo del Gobierno. Un tiro en un pie que no atendería ninguna EPS.
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