Misterio en el pueblo: a la caza del ‘chupacabras’ de Boyacá
Al menos 50 cabras y ovejas han aparecido muertas en lo que va del año en el pequeño municipio de Floresta. Un animal no identificado las degüella, y solo en pocos casos las come
Martes, 4 de junio. Bogotá. A las 2:33 de la tarde suena el teléfono.
―Aló, alcalde. ¿Cómo me le va?
―Estoy muy preocupado. Anoche hubo otro ataque.
―Sí, nueve, y de forma muy brutal. Eran de una familia muy humilde y las destrozaron completamente. Debería venir para investigar lo que está pasando. Es todo muy extraño.
***
Rosa Linbañas no vio ni escuchó nada. Dice que llovió toda la noche y que solo recuerda el sonido de las gotas: “El ruido de la teja estaba fuerte. Uno de mis perros latió dos veces y ya”. Cuando se despertó, encontró a una de sus ovejas tirada en la tierra a pocos pasos de la casa, cubierta de sangre. Entró en pánico y mandó a su hijo de 15 años, Camilo, a revisar a las demás ovejas. El joven volvió llorando. “Se las tragaron todas”, le dijo a su mamá. La mujer y su esposo salieron inmediatamente y se encontraron con una masacre. Cada una de sus nueve ovejas estaban muertas, sus cuerpos descuartizados. Algunas habían sido decapitadas, otras tenían huecos tan grandes que se les veían las vísceras. “A unas se las comieron. A las demás las mataron y ya”, recuerda.
Así fue como Linbañas y su familia se convirtieron en las últimas víctimas de unas muertes incomprendidas que asolan a Floresta, un municipio de unos 4.000 habitantes enquistado en un valle de Los Andes colombianos. Y es que en este pequeño pueblo boyacense, a tres horas al nordeste de Bogotá, hay un misterio sin resolverse, un asesino suelto. Según el alcalde, Luis Mario Vargas, este año han aparecido al menos 50 cabras y ovejas muertas, con mordeduras por todo el cuerpo. Vargas dice que no saben qué o quién lo está haciendo: no pueden probar que sean perros ferales, ni felinos silvestres. Y lo más raro, agrega, es que casi nunca se las comen, las degüellan y ya: “Es como si fuera algo no natural. Algo que no se conoce”. Algo, quizás, como un chupacabras.
Los restos del último ataque están a plena vista en frente del ranchito de Linbañas, en la vereda Potreritos, a 15 minutos en carro del centro urbano de Floresta. Cuelgan los cadáveres de varias ovejas en una caseta. La carne y los huesos están totalmente expuestos. El olor es difícil de aguantar. Cerca, en una olla negra sobre una fogata al aire libre, la familia cocina la carne que pudieron salvar de los animales asesinados. Se la darán a sus dos perros. “Así ahorramos un poquito en la comida”, afirma Linbañas.
Con su hijo de tres años agarrado de sus piernas, la mujer cuenta que perder a sus ovejas es devastador: “Ellas eran el vivir de nosotros. Ahora no sé qué podemos hacer. Depende de la voluntad de mi Diosito”. A su lado, su esposo, que prefiere mantener el anonimato, agrega que se asustó al ver a los “animalitos hechos pedacitos”. Han pasado 36 horas y ahora le asustan aún más los impactos económicos. “Uno trabaja tanto pa’ poder armar el ranchito, pa’ mandar a los hijos a estudiar, y mire sumercé que pasó. Perdimos lo que nos daba de comer”, se lamenta. Según la pareja, reemplazar las nueve costaría 2 millones de pesos (unos 500 dólares).
―¿Y cuánto se demorarían en ahorrar esa plata?
―No creo que pase nunca. A veces no tenemos ni pa’ la panela.
―¿Saben qué o quién las atacó?
―Dicen por ahí que son los perros, pero no vimos nada. Nadie ha visto nada.
Matar por juego
Beto Reyes da exactamente la misma respuesta. El ganadero de 34 años viste unos jeans, una camisa polo amarilla y una gorra. Camina cojeando por su finca en la vereda de Hornos y Vivas Alto, a 15 minutos de la casa de Linbañas. De golpe se detiene y levanta el brazo. “Mírela, mire su cuello”, dice mientras señala a una oveja blanca con una enorme cicatriz en la garganta. “Es una sobreviviente”.
Dos semanas atrás, Reyes también fue víctima del asesino misterioso. Recuerda que esa mañana lo llamó una vecina y le dijo que había pasado algo. Un animal se había metido a su corral, una oveja estaba herida y otras estaban en la calle: “Llegamos a las ocho y nos encontramos con una matanza”. Había 18 ovejas muertas, esparcidas a lo largo de la finca, toda su carne intacta: “Solo las degollaron. Como si las mataran por juego”, afirma Reyes.
El campesino dice que recorrió el terreno durante horas buscando el responsable, y que no encontró nada; solo las tres ovejas que habían sobrevivido. Estaban lo más lejos posible de sus compañeras muertas. “Se escaparon para salvarse”, asegura Reyes. Triste, amontonó los cadáveres para que se comieran los chulos ―que siguen dos semanas después en la finca―. Y luego, pasadas tres horas de búsqueda, vio acercarse un perro desconocido, grande y de pelo blanco con amarillo.
―¿Cree que él lo hizo?
―No le puedo echar la culpa. No sé si fue él.
―¿Alguna vez ha visto manadas de perros ferales por acá?
―Nunca.
Las explicaciones científicas
Linbañas y Vargas coinciden con Reyes en que nunca han visto jaurías de perros en Floresta, ni en las zonas rurales. Sin embargo, apartando la existencia del mítico chupacabras, la ciencia señala que son los sospechosos más probables. Según un informe de la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca (CAR), los perros se vuelven ferales cuando los propietarios “no tienen en cuenta el buen cuidado de sus mascotas” y las abandonan en “sitios aledaños a bosques y parques naturales”. En estas circunstancias, terminan “uniéndose en jaurías, generando un comportamiento de depredación, similar al del lobo”. A falta de suficiente comida, estos perros tienen que cazar por sus alimentos, y a menudo atacan “poblaciones de animales de producción”, como ovejas o cabras.
Esto podría explicar el ataque a las ovejas de Linbañas, en el que varias fueron comidas. Pero deja poco claro las demás muertes, en las que los vecinos aseguran que los responsables degollaron a los animales sin comérselos. Según un informe del Gobierno de Ontario, una provincia canadiense que ha tenido en los últimos años un problema de ataques a ovejas, el número de animales que mueren en un asalto puede revelar la identidad del depredador. “Las muertes de más de dos o tres animales a la vez pueden sugerir la participación de perros. Normalmente, los perros atacan a las ovejas por diversión y no para alimentarse, por lo que su acoso suele desembocar en mutilaciones indiscriminadas”, se lee en el texto.
Esta explicación coincide con la visión del equipo de coexistencia de la fundación Panthera Colombia. En diálogo con este periódico, y tras revisar fotos del asesinato de las ovejas de Linbañas, los expertos dicen que los desorganizados patrones de las mordeduras y la forma en que algunas ovejas están destrozadas son indicativos de un ataque de perros. La conclusión es distinta al revisar las fotos del ataque a las ovejas de Reyes. “Por la forma, el número y las heridas de los animales, es un patrón de puma. Puede ser un adulto joven que se está dispersando, o cachorros que aún están aprendiendo a cazar, porque se ve que la han ‘embarrado’ con algunos animales”, aseguran vía WhatsApp.
Reyes y el alcalde dicen que han vivido todas sus vidas en Floresta y que nunca han visto un puma en la zona. Tampoco han visto chupacabras.
El testigo
A media hora en carro de la finca de Reyes, en la cima de una loma, se encuentra el predio de casi la única persona en Floresta que dice que ha visto, a lo lejos, al culpable de las muertes. En el terreno del médico veterinario Carlos Rincón abundan cabras y ovejas. Los animales pastorean libremente. Emiten balidos de tanto en tanto, algunos de repente chocan a cabezazos, uno camina sin usar una de sus piernas delanteras: está negra, destruida por el asesino, cuenta su dueño.
Rincón dice que han matado a 28 de sus animales en el último año. En tres ataques distintos, el último en enero, murieron 18 ovejas y 10 cabras. “Gracias a Dios hago esto por hobby. Donde me dedicara a esto me habrían quebrado”, comenta. El florestano de 37 años camina entre sus animales. Los revisa e identifica a los cuatro sobrevivientes. Se para frente a una vista hermosa del pequeño pueblo y de las montañas que lo rodean: “Yo sé quién lo está haciendo. Llegué un día cerca de las 11 de la mañana y justo habían terminado de atacar. Mis animales estaban todos mordidos, sangrados. Y de lejos vi dos perros grandes, uno de ellos de color amarrillo”.
―¿Usted cree que los responsables son perros y no pumas?
―Aquí pumas no hay. Son los perros. Segurísimo. Pero igual es curioso porque no se las comen. Solo les chupan la sangre.
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