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Extrema derecha
Crónica
Texto informativo con interpretación

Alejandro Fernández, copiando. Lo que hay que ver

Hay que reconocerle a esta extrema derecha que se disfraza de nueva que ha entendido los mecanismos de la popularidad y sabe generar discurso fácil y metáforas efectivas

Manel Lucas Giralt
Alejandro Fernández
El presidente de la Generalitat, Salvador Illa, durante la sesión de control en el pleno del Parlament de este miércoles.Marta Pérez (EFE)

Lo más descacharrante de esta extrema derecha ostentosa de hoy en día es que se atribuya la defensa del “libre pensamiento” frente al “pensamiento único” al que se adscribirían todos los demás, desde el PP a la CUP. Así se presentaba este miércoles en el Parlament la líder de Aliança Catalana, Sílvia Orriols. Con un proyecto de sociedad blanca monolingüística, un discurso antimusulmán que haría ruborizar a Fernando III el Santo y un subtexto aporofóbico, la alcaldesa de Ripoll, crucifijo en pecho, enarbola esa bandera de una supuesta libertad mental. Entiendo que ese pensamiento único al que pretende hacer frente es el de los consensos colectivos que hunden sus raíces en la Declaración de los Derechos Humanos de 1945. Pero ya tiene eso, la extrema derecha actual reniega de todo lo que va más acá de los años 30 (en el caso de Vox es distinto, ellos reivindican la España de 1939 a 1975) y se aprovecha de que el ser humano tiene la memoria colectiva de Dory, la de Buscando a Nemo. Y un poco también de que los planes de estudios no hayan caído en la cuenta de que la Historia Contemporánea queda demasiado al final del programa.

Hay que reconocerle a esta extrema derecha que se disfraza de nueva que ha entendido los mecanismos de la popularidad y sabe generar discurso fácil y metáforas efectivas. Por eso, en esta misma sesión, hemos podido comprobar cómo el líder del PP, Alejandro Fermández, plagiaba la idea de la motosierra de Javier Milei para pedir recortes en el “despilfarro” en la Generalitat. ¡Fernández! El diputado más ocurrente y creativo del Parlament copiando al presidente argentino, lo que faltaba por ver. Y el copión no era nadie de Vox, sino el jefe de filas de la derecha europeísta: una prueba evidente de que a estos partidos les está costando mucho desasirse del abrazo del oso ultra.

Hasta el president de la Generalitat ha utilizado los éxitos recientes de la extrema derecha occidental como argumento en sus intervenciones. Trump, Musk y Alternativa por Alemania le servían para cargar contra sus opositores. Su ataque a Orriols merecía suaves asentimientos de cabeza tanto de los parlamentarios de los comunes como de la diputada musulmana de ERC, Najat Driouech. El portavoz republicano, Josep Maria Jové, también exigía más contundencia contra todos los ultras, y se quejaba de que los Mossos hubieran protegido a Vox frente a una protesta vecinal en Santa Coloma de Gramenet. Mientras Jové intervenía, el diputado ultra Javier Ramírez hacía el gesto del lloriqueo con sorna.

Este miércoles, el Parlament ha hablado de la construcción de pisos de protección oficial, de la defensa del catalán -que pasa momentos difíciles- y de la condonación de 17.000 millones de la deuda de la Generalitat. Pero el fantasma que recorría el hemiciclo era el de esa combinación ideológica de autoritarismo político, moral tradicional y pensamiento económico libertario que está poniendo en riesgo el Estado del Bienestar que todos conocemos.


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