El fenómeno del poder
Detrás de la actual búsqueda de liderazgo dentro de empresas, gobiernos y organizaciones hay un fenómeno del poder que le subyace y que es tan antiguo como el mismo ser humano
¿Estamos viviendo una crisis de liderazgo? ¿De qué hablamos cuando hablamos de liderazgo? Estas preguntas son válidas tanto para el escenario de lo público como para el de las empresas, las organizaciones sociales y las universidades. El debate por la necesidad de contar con personas que ofrezcan credibilidad y confianza en la dirección de gobiernos y organizaciones hace parte de las preguntas constantes sobre las cuales vale la pena meditar, más allá de la coyuntura.
Para esta reflexión, empecemos por precisar que el concepto de liderazgo como lo conocemos hoy es relativamente nuevo. En la historia ha habido múltiples formas de explicar el fenómeno sin llamarlo así. Maquiavelo, por ejemplo, dio luces de lo que consideraba para la época a un buen dirigente y lo llamaría El príncipe. Cuando Aristóteles escribía su tratado Ética para Nicómaco o su Política, de alguna manera estaba describiendo al ser virtuoso que merecía dirigir y guiar, al que llamaba magistrado. También en los escritos de guerra como El arte de la guerra, de Sun Tzu, se trataba de descubrir la estrategia y el lugar del líder ante la confrontación.
Es así como a lo largo de la historia muchos pensadores, hombres y mujeres, al igual que dirigentes en ejercicio, han tratado de ilustrar el arte de la dirección. Sin embargo, es solo hasta mediados del siglo XIX cuando la gerencia y la disciplina de la administración empiezan a ser asunto de estudio y se ocupan, en rigor, de comprender la dirección como función, dando luego paso al surgimiento del liderazgo como concepto y teoría.
Por esta razón preferiría que nos preguntáramos, a propósito de nuestra reflexión sobre el liderazgo, por el fenómeno del poder que le subyace y que es tan antiguo como el mismo ser humano cuando entra en interacción con otros. Es en la comprensión del poder donde podemos entender los problemas del líder y la denominada crisis de dirección que vivimos.
Así como la palabra líder se ha romantizado y deja sobre la mesa la idealización de la persona que es capaz de ser resolutiva, movilizadora, transformadora, adaptativa e inclusiva, entre otros atributos; al poder le ha tocado la peor parte porque se le ha relegado a la polemología, es decir, al estudio de la guerra, al uso del poder como concepto de fuerza o, lo que es peor, al calificativo negativo para algún dirigente: “se le subió el poder a la cabeza” o “lo dañó el poder”. Esto, sin duda, es equívoco porque el poder no tiene condición de valor, de bondad o maldad. Un dirigente que lo hace bien, lo hace porque es capaz de ejercer su poder con un alto nivel, porque entiende cómo expandir su capacidad de influencia.
El poder surge en la interacción organizacional, es un fenómeno social y comunicativo, como explica el filósofo Byung Chul Han, que ocurre en el encuentro entre dos, en el que cada uno trata de darle continuidad a su yo en el otro. Por eso allí hay tensión, pero también disposición a crear de manera conjunta una nueva realidad a partir de ese flujo comunicativo que se despliega en el encuentro. El poder es un productor y capacitador, no podríamos hablar de un líder sin poder, sólo esa capacidad le habilita para la transformación.
Es necesario que, al conversar sobre liderazgo, evitemos los juicios de valor y busquemos mantener su sentido filosófico, desde la perspectiva del poder como su esencia. Quien quiere ejercer el liderazgo debe entender el fenómeno del poder en profundidad, saberlo como una interacción comunicativa que no solo se refiere a la capacidad de acción, sino también de concertación. Es la capacidad de crear una voluntad común.
La poética del poder abraza su sentido creativo y expansivo. Al ser un flujo de interacciones y de comunicación que pasan por nuestra capacidad de darle continuidad al yo, de expandir nuestro alcance en el otro, es lenguaje y usa el lenguaje, está lleno de símbolos, de narrativas, tiene una estética. El poder se recrea en el discurso, en el relato que crea ilusión, imaginarios y sentimientos, lo que es altamente valorado en el liderazgo.
En ciertas estéticas, el populismo y la polarización tienen el espacio necesario para producir su efecto, justamente porque saben aprovechar esa lógica comunicativa. Por eso al poder también le corresponde una ética, pues como fenómeno social que se produce en la expansión del yo, exige el cuidado del ser. “El poder no daña lo que no había… solo muestra lo que siempre existió”, dicen por ahí cuando a alguien se le salen los demonios. Una ética del cuidado significa cultivar las condiciones en las que la expansión del yo ofrezca la mejor versión de sí.
Cuando mis alumnos se cuestionan sobre ¿por qué hoy en día los líderes empresariales y emprendedores(as), cuando les preguntan por su historia, hacen tanto énfasis en su mentalidad, en sus hábitos y creencias?, suelo conducir su reflexión hacia esta ética del cuidado. Esos líderes han vivido el fenómeno del poder, han descubierto sus luces y sombras, son conscientes de que es su yo el que se expande y crea interacciones productivas, y que si no cuidan de sí mismos, si no se cultivan, esas interacciones serán el reflejo de quienes son. Ya han visto el efecto expansivo del poder que, como un gran proyector, transmite lo que hay. No hay misterios.
Todo esto nos lleva a pensar que nuestra preocupación por la crisis de liderazgo no puede ser ingenua en su abordaje. Comprender el fenómeno del poder debe ser esencial para cualquier líder y no puede dejársele a quienes quieren imponer narrativas populistas y concentradoras. Es tarea de quienes lideran hacerse conscientes del fenómeno expansivo y de continuidad de su ser que es el poder, y ejercerlo. Un buen líder no es vergonzante con el uso del poder, más bien comprende el fenómeno social que es y lo sabe convertir en una fuerza creadora y ética que genera confianza al entregar lo mejor de sí.
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