El miedo como poder creador
Los pequeños miedos de los que está hecha la vida son los que nos impulsan a arriesgar y nos dan la fuerza corporal y mental para actuar
¿Se han sentido en algún momento de su vida agobiados, con ansiedad ante el futuro? ¿Qué decirle a alguien ―y a uno mismo― cuando siente que se paraliza ante la vida? Estas preguntas conectan con una emoción que se aloja en el cuerpo con facilidad: el miedo. Una emoción muy útil que nos impulsa y nos da valentía cuando la transmutamos en oportunidad y contribuye a mantenernos vivos, como especie, porque nos cuida del peligro. Pero es una emoción con mala reputación, tal vez porque no sabemos fluir con ella, preferimos no hablar de ella, la evadimos o invitamos a no sentirla.
A los jóvenes les decimos que no sientan miedo ante las situaciones que se les presentan, pero nos equivocamos. Además de ser una pretensión absurda, pues es imposible no sentir miedo ya que es propio de nuestra condición como personas, descuidamos la importancia de educar sobre esta emoción y de preguntarnos sobre su poder creador y su capacidad para protegernos y advertirnos sobre los riesgos. En general, necesitamos hacer mucho más en torno a la educación sobre las emociones y entender qué nos dicen y cómo cultivarlas, saber qué nos advierten y cómo fluir con ellas para liberar su potencia.
Meditar sobre el miedo nos trae a la memoria esos momentos en que nos sentimos paralizados y fríos, en que nos duele el estómago y sufrimos ante lo incierto. Pero vale la pena preguntarnos por el valor de sentir miedo como fuerza inspiradora y generadora, para reivindicar el miedo como emoción, pero también como concepto de futuro.
Así es, el miedo nos conecta con el futuro, con lo que va a pasar, y para ello bebe de la imaginación como facultad mental y creadora de escenarios. A diferencia de la tristeza, que muchas veces se aloja en el pasado, en lo que ocurrió, el miedo se pregunta siempre por lo que va a pasar y por el riesgo ante la incertidumbre.
Se dice que ante el miedo las reacciones naturales son la huida, la parálisis o el ataque, pero la verdad es que los pequeños miedos de los que está hecha la vida son los que nos impulsan a arriesgar y nos dan la fuerza corporal y mental para actuar. Pensemos en una actividad que nos ocupa a cada uno. En mi caso, por ejemplo, dictar una clase a jóvenes universitarios. Todavía recuerdo el primer día en que estuve como profesora frente a un grupo de alumnos. Tenía 23 años y me congelaba ante la idea de tenerlos ahí, me sentía insegura. Es más, en mi inconsciente creo que sentía a los estudiantes casi como un enemigo que debía neutralizar.
Ahora me río de mi inmadurez. Hoy, frente a un grupo de alumnos, sigo sintiendo miedo, pero de una forma en que me da fuerza, emoción y sensación de creación. Ese miedo me hace esforzarme a hacerlo bien, me hace consciente de que los otros también sienten miedo y que eso nos hace humanos, frágiles y bellos. También comprendí que debemos cuidar nuestros miedos, para fluir con ellos como fuerza creadora.
Recuerdo a mi papá cuando de pequeña me decía: “Si tiene miedo, no se levante”. Sé que lo hacía con la idea de impulsarme. Pero hoy pienso que era ingenuo y equivocado, porque justamente ha sido el miedo productivo en mi vida el que me ha hecho hacer y lograr aquello que ni siquiera imaginé; en el miedo a perder en muchas ocasiones he encontrado la fuerza y la disciplina para lograr mis objetivos. Quiero entender que mi papá lo que quiso decirme es que no me dejara congelar por el miedo, porque hoy comprendo que es inevitable y que no debemos huirle.
Cuando estamos conectados saludablemente con nuestras emociones, somos capaces de reconocer un lugar o ambiente que representa un peligro, y allí el miedo nos hace actuar con prudencia; también nos hace cuidar algo cuando aparece el miedo a perderlo; el miedo a fallar en una prueba nos invita a esforzarnos más para prepararnos. La incertidumbre ante el futuro nos llama a sabernos frágiles y a activar el poder de la imaginación para soñar y realizar nuevos mundos.
¿Cuándo nos congela el miedo? Cuando no lo respiramos, cuando dejamos que se riegue por el cuerpo y nos impide actuar, cuando evitamos reconocerlo y, sobre todo, cuando juzgamos el miedo como malo, sin abrazarlo como parte de nosotros mismos. ¿Qué haríamos sin miedo? Probablemente no crearíamos futuro de la misma manera, no avanzaríamos en la ciencia y en el conocimiento para generar escenarios de mayor certidumbre, con la energía movilizadora de la fuerza y la creatividad.
Así que cuando sintamos miedo mirémoslo con amor, sin aferrarnos a él ni magnificarlo. Entonces la próxima vez que sientan ansiedad ante el futuro, los invito a abrazar la incertidumbre, a sentir sus miedos, a dejarse retar por ellos. Y si se sienten paralizados, agradezcan al miedo porque quiere protegerlos, pero invítenlo a la fiesta, díganle: “Acompáñame y ayúdame a ser cuidadosa, pero a la vez audaz. Dame la fuerza física y psíquica para ver y crear el futuro”.
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