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Proceso de paz
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La osadía de incluir a Lafaurie en la mesa con el ELN

El nuevo diálogo político en Colombia acaba con la vieja convicción dogmática de que con los opuestos no se dialoga y menos se pacta

El presidente Gustavo Petro y José Félix Lafaurie firman un acuerdo de compra de tierras para la reforma agraria.
El presidente Gustavo Petro y José Félix Lafaurie firman un acuerdo de compra de tierras para la reforma agraria.Presidencia de Colombia (EFE)

El momento político que vive Colombia es excepcional. Por primera vez, luego de un período de encarnizadas confrontaciones, todas las fuerzas políticas y sociales comienzan a coincidir en la necesidad de buscar en forma conjunta una solución definitiva al conflicto armado y a las violencias que aún persisten, así como en construir las transformaciones estructurales que nos permitan realizar la transición hacia un nuevo estadio de la vida nacional. No es que se hayan acabado los conflictos. Los debates de las diferencias en torno a los problemas nacionales se llevan en forma permanente e hirsuta. Pero empiezan a presentarse sorprendentes diálogos que conducen a acuerdos puntuales. Es el camino hacia lo que el presidente Gustavo Petro y desde el Pacto Histórico hemos denominado el Acuerdo Nacional.

En ese preciso contexto se inscribe el diálogo entre el actual Gobierno y José Félix Lafaurie, líder del poderoso sector ganadero que concentra la tenencia del más alto porcentaje de las tierras cultivables y cuya influencia política como gremio es determinante en muchas regiones rurales del país.

No es la primera vez que ocurre un fenómeno de esta naturaleza en la historia contemporánea. Se debe recordar que en 1991 una coalición de fuerzas políticas que incluía al líder conservador Álvaro Gómez Hurtado y a los dirigentes de la Alianza Democrática M-19, organización que emergía de un proceso de paz, hizo posible la redacción y adopción de la carta política que hoy nos rige. A esa clase de pacto el líder conservador llamaba la búsqueda del “acuerdo sobre lo fundamental”.

En esa oportunidad, un amplio proceso constituyente hizo posible el surgimiento de transformaciones que han permitido avances democráticos, especialmente en la esfera de los derechos políticos en la sociedad colombiana. En esta ocasión, lo novedoso es que el proceso de diálogo puede conducir a transformaciones económicas que tengan efectos reales en la modificación de las causas del conflicto armado y las violencias que persisten. Es un diálogo que ha conducido al diseño de un camino hacia la reforma estructural del campo colombiano a través de la compra de millones de hectáreas de tierra y la planificación de modelos de desarrollo rural. Esto a partir del consenso sobre la implementación del primer punto del acuerdo de paz suscrito en 2016.

El título del compromiso entre el Gobierno Nacional y la Federación Colombiana de Ganaderos es Acuerdo para la materialización de la paz territorial. En su parte introductoria se dice “que es necesario allanar los caminos que conduzcan a la Paz Total, mediante decisiones de política pública que, dentro de la Constitución y la Ley, rompan paradigmas y hagan diferencias sustantivas en las estrategias y, por consiguiente, también en los resultados”. El valor de este documento, además, es que explicita un reconocimiento a la reforma rural integral contenida en el acuerdo de paz que se logró luego de grandes esfuerzos en la ciudad de La Habana, Cuba, y que motivó durante los últimos años enfrentamientos que ocuparon el centro del debate público.

Ahora, en un nuevo desarrollo de este proceso de diálogo, José Félix Lafaurie fue invitado por el presidente Petro a que integre la delegación oficial que adelanta las conversaciones de paz con el Ejército de Liberación Nacional, ELN. Su aceptación de esta osada propuesta ha sido hecha en nombre del gremio ganadero al cual hoy representa en la búsqueda de la solución de una confrontación armada que se ha prolongado por seis décadas con esta organización insurgente. En la mesa de conversaciones se comienza a hablar de Acuerdo Nacional como acuerdo sobre lo fundamental.

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El significado de este diálogo político es que está rompiendo uno de los más enquistados prejuicios en Colombia: la vieja convicción dogmática de que con los opuestos no se dialoga, y menos se pacta. Esta “ruptura de paradigma” es el inicio de la ruptura con un pasado en el cual la palabra y el argumento han sido reemplazados por la violencia. O en otras palabras, es el surgimiento del más incluyente ejercicio de concertación social que hará posible la paz total.

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