Lafaurie, adaptación y supervivencia
El poderoso líder ganadero, enemigo histórico de Petro, se alía con el Gobierno para sacar adelante la reforma agraria
El poder y el dinero han acompañado toda la vida a José Félix Lafaurie. De pequeño vivió en una suite del hotel Continental de Bogotá porque su padre consideraba que su mamá “era muy niña” para llevar una casa. Construyó el elitista Club El Nogal, donde jugó squash hasta desgastarse las rodillas. Se considera una mezcla entre español —por su madre — y caribeño, por haber crecido en la ciudad de Barranquilla. De familia de terratenientes, se reconoce de derechas con tremendo orgullo. Dice que no es “machista ni feminista”. Le importa “un reverendo pepino” que una mujer sea lesbiana y cree que la educación en Colombia es un desastre que solo crea “tíos que no saben nada”. Piensa que los partidos políticos se degradaron y no reconoce ahora al Partido Conservador, el suyo. Mientras habla, encierra en su mano un mando que desde el móvil le manda frecuencias a las mitocondrias para ver si le curan una gripe. Le gusta más preguntar que contestar, porque quien conoce el poder está acostumbrado a ejercerlo. Incluso aunque quien esté ahora al mando fuese para él hace dos días un peligroso comunista.
Este debería ser uno de esos momentos que Lafaurie, de 64 años, nunca querría haber vivido: un gobierno de izquierdas dirigido por un exguerrillero obsesionado con hacer un reparto justo de la tierra en Colombia. Sentado en una butaca verde de un salón en penumbra, el presidente de la poderosa federación de ganaderos —los dueños de la tierra— se proclama un verdadero demócrata liberal. “Quienes tenemos un sentimiento genuino de la democracia sabemos que cuando te ganan, te ganan”. Y Petro le venció. Podría haberse quedarse en los márgenes —en realidad, no los conoce— arremetiendo contra el presidente. Pero decidió todo lo contrario. Hace unos días firmaron juntos la venta por parte de los ganaderos de tres millones de hectáreas que pasarán a manos de campesinos pobres. Posaron para una foto impensable que ha metido de lleno al empresario en esta nueva era política.
Él está exultante y no tiene ninguna intención de ocultarlo.
Lafaurie recibe a EL PAÍS en la casa que comparte con su mujer, María Fernanda Cabal, una senadora del ala más dura de la derecha colombiana. Se excusa porque solo tiene 30 minutos antes de una reunión que seguirá a través del teléfono móvil, pero en cuanto empieza a hablar no volverá a callarse hasta pasadas dos horas. Con tenis, pantalón de hacer deporte y un chaleco de plumas, se acomoda en la sala rodeada de libros de su casa en el norte de Bogotá para contar un episodio detrás de otro. Decenas de fechas, cargos y puestos públicos y privados por los que ha pasado a lo largo de toda su vida.
—Todo esos libros rojos de ahí, desgastados, son de Ortega y Gasset. Lo he leído todo. Hoy en día los políticos son unos ignorantes. Mi papá y Alvaro Gómez eran hombres cultos. Ya no hay como ellos.
Su padre fue una figura determinante en su vida. Le hizo estudiar ingeniería cuando él quería hacer derecho y lo puso a “sembrar algodón” cuando quería irse a “London” para hacer un posgrado. Con su participación en la reforma agraria de Petro, Lafaurie siente que está continuando su legado. El padre fue senador conservador a principios de los 60. Entonces Estados Unidos estaba preocupado porque la revolución que había triunfado en Cuba se extendiera por la región. El Departamento de Estado estudió dónde anidaban las semillas del comunismo y concluyó que uno de los mayores problemas de la desigualdad en Colombia estaba en la tierra. Lafaurie padre alcanzó un acuerdo con los liberales para poner en marcha un nuevo reparto del suelo.
Ni ese ni otros intentos de reforma agraria han resuelto nunca el problema. Las desigualdades se mantienen. Por eso la obstinación de Petro por entregar tierra a los campesinos es nueva. Haberse llevado a su terreno al poderoso líder ganadero resulta inédito.
Bajo este techo convive un matrimonio formado por un nuevo amigo de Petro y una mujer que lo aborrece. Los retratos de Cabal llenan las paredes del apartamento. Hubiese sido interesante el momento en el que acordaron que él estrecharía la mano del presidente y ella seguiría siendo su enemiga confesa en el Congreso, con una virulencia que a veces sorprende. No hubo problemas en esa negociación, dice él, porque los dos son personas “coherentes”. Se conocieron cuando Lafaurie tenía 30 años y Cabal 19, pero ya entonces manejaban los mismos códigos. Vienen de esas familias que se han tratado “de siempre”.
El caso de Lafaurie llama la atención por haber sido un enemigo directo del presidente, pero no es único. El Petro candidato era odiado entre las élites bogotanas que se reúnen en los salones de El Nogal. En cuanto accedió al poder -ese espacio acotado a solo unos pocos-, muchos optaron por aprender a convivir con quien hasta ahora era el otro, el invasor, el extraño. Una cuestión de superviviencia y adaptación, como el de las mitocondrias.
A quien nunca se adaptó Lafaurie fue al expresidente Juan Manuel Santos, al que considera un “traidor” por poner la propiedad de la tierra en el “asador” del acuerdo de paz con las FARC. Lo dice con un profundo desprecio.
- ¿Y por qué ahora no me opongo? Porque este tipo [Petro] dijo desde el primer día que lo iba a hacer. Entonces es mejor hacerlo bien que a través de mecanismos que tiene incluso legalmente, como expropiando y generando unos escenarios de guerra civil. El Gobierno dice que va a comprar tres millones de hectáreas. Yo digo: magnífico, pero hágase bien. Buena parte del acuerdo lo redacté yo.
Él también conoce el odio en la mirada de los otros. Se le acusa de tener nexos con el paramilitarismo pero no le preocupa. “A mí que me esculquen”. Hace unas semanas, antes de dar a conocer el acuerdo, Lafaurie propuso crear unas brigadas solidarias entre los ganaderos para defenderse de las invasiones de tierras. Con la promesa de Petro de un nuevo reparto de la tierra, cientos de desplazados y campesinos decidieron ocupar propiedades en varios departamentos del país por las bravas para forzar al Gobierno a ejecutar cuanto antes la reforma agraria. Las invasiones siempre se han dado en Colombia -es la razón por la que el padre de Lafaurie y otros ganaderos fundaron Fedegan en el 63- pero aumentaron con la llegada del nuevo Ejecutivo en agosto.
Las palabras del líder ganadero resonaron al pasado más sangriento del país. En la década de los 90 se crearon los llamados grupos Convivir para defender la propiedad rural, que acabaron siendo origen del paramilitarismo. Lafaurie explicó alterado que una cosa no tenía que ver con la otra y que se trataba de una reacción solidaria sin armas para defender la propiedad privada, que está en el “ADN de Fedagán”. Ahora vuelve a hacerlo: “Yo en mi vida he usado ni un cortaúñas”.
Profundo admirador del expresidente Álvaro Uribe, votó por Rodolfo Hernández en las pasadas elecciones. El constructor millonario de estilo trumpista que barrió a la derecha clásica y le puso la presidencia difícil a Petro se ganó a Lafaurie con el mensaje de “lógica, ética y estética”. El idilio duró poco, más o menos como la aventura de Hernández como presidenciable, o ahora como senador. El ganadero cree ahora que la actuación del ingeniero de la primera a la segunda vuelta “es un caso digno de estudio en Harvard sobre las cosas que no hay que hacer”. Se refiere a la estrategia de Hernández, que decidió esconderse y no asistir a un solo debate con Petro, lo que desinfló el globo que lo había aupado en la primera vuelta.
—¿Habría sido mejor presidente él que Petro?
—Hoy no sé, con todo lo que ha pasado con él. Me parece una caja de Pandora.
La conversación se acaba porque el líder ganadero tiene una cita. Le atormenta la idea de que se le fotografíe con esa ropa y sube a su cuarto a cambiarse de cintura para arriba. Vuelve con camisa, chaqueta y un pañuelo en el bolsillo. Así se siente mejor. Después de agarrar la cámara de manos de la fotógrafa para señalar qué imágenes son las buenas, avisa por el móvil al senador Iván Cepeda de que ya sale hacia su casa. Cepeda es el todero del Gobierno y quien trabajó en la sombra el acuerdo con Fedegan. Un hombre de izquierdas que incluso llevó a Uribe ante la Corte. Pero eso no tiene importancia en este momento. No importa quienes éramos ayer, sino quienes somos hoy.
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