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De Herrera a Velázquez, una vía mágica

Una exposición se adentra en la pintura sevillana del primer cuarto del siglo XVII

Sevilla es una de las capitales del mundo cuando comienza el siglo XVII. Puerto y puerta de Indias, la ciudad es un enclave por el que pululan comerciantes, frailes, aventureros y pícaros. También andan por Sevilla muchos artistas. Unos quieren formarse con los maestros más prestigiosos; otros sueñan con cruzar el Atlántico. La ciudad tiene, además, otro atractivo para los artistas. La nueva iconografía religiosa nacida tras el Concilio de Trento los necesita. Todo este escenario, lleno de magia y fuerza, centra la exposición De Herrera a Velázquez. El primer naturalismo en Sevilla, que será inaugurada hoy por los duques de Lugo en el hospital de los Venerables de la capital andaluza.

En este imán de talentos que es Sevilla soplan aires que llegan de Italia. Un nuevo lenguaje artístico basado en el naturalismo apuesta fuerte por la verosimilitud, mientras desplaza a un manierismo que cada día se ve más artificioso. La exposición se adentra en unos años en los que el realismo de Caravaggio, con su pulso de veracidad, rompe con cualquier conato de idealización. La Sevilla cosmopolita es un cruce de caminos en el que se funden el influjo de la pintura flamenca con las modas italianas. En ese crisol empieza a bullir la maestría de un joven Velázquez, al que el poso de Herrera el Viejo no resulta ajeno.

La exposición, que estará abierta hasta el 28 de febrero, ha sido organizada por la Fundación Focus-Abengoa (Sevilla) y el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Después se exhibirá en Bilbao entre los días 28 de marzo y 28 de mayo de 2006. Los comisarios de De Herrera a Velázquez. El primer naturalismo en Sevilla son Alfonso E. Pérez Sánchez, director honorario del Museo del Prado, y Benito Navarrete, profesor de Historia del Arte de la Universidad de Alcalá de Henares (Madrid).

El papel de Caravaggio

La exposición reúne 14 obras de Francisco de Herrera el Viejo y nueve de Velázquez. Ribera, Alonso Cano y Luis Tristán están representados con cinco obras cada uno. La importancia de Caravaggio, Zurbarán y Juan de Roelas queda ilustrada con tres pinturas de cada uno de ellos. Además, hay obras de Guy Romano, Borgianni, Cavarozzi, Artemisa Gentileschi, Maíno y autores anónimos hasta completar las 62 piezas que integran la exposición.

La muestra presenta obras clave para comprender cómo Sevilla sirvió de escenario para un cambio artístico fundamental. Es el caso de pinturas de Velázquez como La mulata, de The Art Institute of Chicago; Cabeza de muchacho, del Museo del Ermitage de San Petersburgo; Los músicos, de la Gemäldegalerie de Berlín, o El almuerzo, del Museo de Budapest.

El arte de Caravaggio se interna por las sombras de una atmósfera cruel con El sacrificio de Isaac (Barbara Piasecka Johnson Collection Foundation) y David, vencedor de Goliat (Museo del Prado). Las obras de Herrera el Viejo son otro de los atractivos de la muestra. Navarrete recalca la "importancia decisiva de Herrera el Viejo en la evolución de Velázquez". Su cuadro La sagrada parentela rebosa ternura y misterio. Herrera el Viejo ofrece un alarde de riqueza cromática.

Otra pieza clave es La adoración de los pastores, de la National Gallery de Londres, que durante años fue atribuida a Velázquez y hoy es tenida por anónima. Este cuadro se puede ver por primera vez en España desde su salida en el siglo XIX.

Navarrete hace hincapié en la importancia de San Juan Bautista en el desierto, de Alonso Cano, que ha sido cedido por The Art Institute of Chicago. Con todo, es difícil destacar un cuadro en una auténtica apoteosis de belleza como la que reúne el hospital de los Venerables de Sevilla.

Benito Navarrete, en el centro, comenta <i>La Santa Cena,</i> de Francisco de Herrera el Viejo.
Benito Navarrete, en el centro, comenta La Santa Cena, de Francisco de Herrera el Viejo.PABLO JULIÁ
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