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Paz hablaba así

El libro 'Memorias y palabras' recoge 30 años de relación epistolar entre Octavio Paz y Pere Gimferrer

En los primeros meses de 1966, Pere Gimferrer envió su primer libro, Arde el mar, a un poeta que admiraba y con el que se sentía especialmente vinculado. Octavio Paz era entonces, como lo fue siempre para Gimferrer, el último surrealista canónico, es decir, el heredero de la tradición moral y poética que circulaba por las venas de aquel joven de 21 años, rarísimo y genial. Paz le contestó el 17 de abril con una carta muy generosa que llevaba este párrafo. "Creo, por ejemplo, que para usted el lenguaje no es algo dado -como ocurre con la mayoría de los poetas españoles- sino algo que debemos rehacer cada día. Algo que inventamos diariamente -y que diariamente nos inventa-".El párrafo era más de lo que Gimferrer podía esperar. No sólo por su elogio profundo, sino porque el maestro ungía con él al discípulo y lo colocaba junto a sí. Los dos pensaban lo mismo sobre la palabra poética y también sobre la evolución de la poesía española, marcada por la destrucción física y psicológica de una guerra civil que había acabado con aquellas décadas -veinte y treinta- en que la poesía escrita en España había sido, ¡al fin!, la misma que se escribía en las mejores casas de Europa.

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El diálogo entre Paz y Gimferrrer duró 30 años. Y si empezó con una unción acabó con otra. En la que puede considerarse su última carta -luego hubo sólo una nota-, del 24 de enero de 1997, Paz comentaba Mascarada, el último poema de su amigo. E incluía este párrafo: "En cierto modo, Mascarada puede verse como un gran poema postsurrealista. Quiero decir: sería incomprensible sin cierta poesía surrealista, pero va más allá de ella y nos lleva a otro mundo". Qué más podía pedir Gimferrer: pocas semanas antes de morir, el último heredero en tierra del surrealismo repetía unción, y lo dejaba, triste y felizmente solo, en el melancólico corazón de los is(t)mos.

Memorias y palabras, que acaba de publicar Seix Barral, recoge en más de 400 páginas parte de la fértil conversación literaria que los dos poetas mantuvieron. Parte, porque están sólo las palabras de Paz: "Me hubiera parecido arrogante", explica Gimferrer, "el haber editado conjuntamente sus cartas y las mías. Además, habría supuesto un volumen desmesurado". Gimferrer descarta que en esta decisión hayan influido los juicios que algunas de sus cartas pudieran contener sobre contemporáneos activos y amigos: "No, en absoluto", replica el poeta. "Además, yo escribo las cartas con conciencia total de lo que escribo". Precisamente los comentarios sobre algunos amigos son la única zona de sombra que muestra la edición del epistolario respecto al original. "Por otra parte", escribe Gimferrer en el prólogo, "en algunos casos la presente edición omite ciertas palabras o frases que a todas luces Octavio no habría deseado que se publicaran de modo inmediato o en vida de las personas aludidas (...) La decisión al respecto correspondía en exclusiva a Marie José Paz y yo me he limitado a dar mi opinión".

Los textos de Paz están lejos, en general, del coloquialismo. Son cartas de hechura estetizante, muy estetizante a veces. Aunque su corresponsal matiza: "De hecho, Paz hablaba así. Sabía que lo que escribía, escrito quedaba, pero es que éste era su coloquialismo". Hay tres ejes en el epistolario. En primer lugar, un largo fragmento autobiográfico, en muchas ocasiones inédito; luego, una colección muy nutritiva de ideas sobre la poesía, y por último, vastas y memorables reflexiones sobre el lugar del artista en el mundo. Respecto a esto último hay un par de cartas importantes sobre Elliot y Proust, y el asomo de una discrepancia entre los corresponsales sobre lo que uno y otro habrían aportado a la conciencia moderna del hombre.

Hay también vacíos que sorprenden. Históricos, como el de la muerte de Franco. Literarios, como el Premio Nobel que le concedieron a Paz en 1990, o la decisión que tomó Gimferrer de escribir en catalán a partir de 1970. Una decisión que Paz pareció tomarse con una sabia indiferencia de políglota y que le llevó, primero, a leer a su amigo con la ayuda de un diccionario y del poeta Joaquim Xirau, ciudadano catalán de México; y al cabo de los años, a realizar versiones castellanas de algunos poemas. "La reacción de Paz ante mi paso al catalán fue de total comprensión. No le pasó lo mismo que a Vicente Aleixandre, que se mostró menos feliz. Aunque con Aleixandre, sobre este asunto, hay una historia curiosa. Primero me escribió una carta en la que rechazaba lo que había hecho. Pero acto seguido, y antes de que pudiera contestarla, recibí otra donde me pedía que olvidara lo que me había escrito y donde apoyaba mi decisión".

Las cartas de Paz trazan, por último, el camino de un hombre que ha acabado ganando, aun a costa de que su independencia frente a los sucesivos guardianes ideológicos convocara con frecuencia el rechazo y el insulto. El epistolario trae abundantes ejemplos de esa tensión constante con el siglo y, también, una pequeña noticia velada -nota a pie de página- sobre un texto que reflejaría un momento decisivo en la evolución ideológica de Paz. "Hay una novela inédita", explica Gimferrer, "que está situada en torno a los años 1947-1950, y que aborda un momento clave: cuando Paz elige a Camus frente a Sartre. Habíamos hablado de esta novela, pero nunca se decidió a editarla. Tal vez pudo destruirla. Lo cierto es que aún no ha aparecido entre sus cosas".

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