Carlos Giménez, la posguerra a través de los ojos de un niño de cómic
El dibujante y guionista opta a un premio en el Festival Internacional de Angulema
El cómic Paracuellos cuenta con dos grandes bazas: un dibujo atractivo y un guión autobiográfico sobre la posguerra franquista. Ambos méritos se deben a la misma persona, el dibujante Carlos Giménez (Madrid, 1941), que en pequeñas viñetas retrata sus vivencias en un hogar de Auxilio Social, uno de esos lugares donde el franquismo internaba a niños huérfanos o que no podían ser mantenidos. El autor, que vive y trabaja en la capital, atiende al teléfono y comenta la obra que le hace ser candidato a uno de los galardones del Festival Internacional de Cómic. "Con la edad, aprendes quién eres y a lo que puedes aspirar. Yo creo que no me van a dar el premio", pronostica, sin darle mucha importancia.
Quizá no sean tan pesimistas los responsables del Salón del Cómic de Barcelona de 1999, que le concedieron la distinción a Mejor Obra y Mejor Guión. "En Francia, Paracuellos siempre ha tenido lo que se llama buena acogida: no hablamos de un gran éxito, pero se ha ido publicando y ha llegado a estar entre los cuarenta o cincuenta obras destacadas..." comenta el propio autor, que no tiene claro el por qué tantos lectores españoles y franceses se acercan a su obra. "Alguna virtud tendrá, vaya usted a saber... las personas a las que firmo ejemplares suelen ser profesionales de la enseñanza. Para saber como funcionaba un barrio en los años cuarenta o cincuenta es más atractivo este cómic que un libro de texto, supongo", opina.
El cómic por el que ahora está nominado apareció en los años setenta. Consiste en una colección de historias cortas, que el autor da por terminada, y que se ha reeditado varias veces. También ha trabajado para la revista El Papus y ahora adapta el guión cinematográfico Año 1000: La sangre. "Tiras de prensa, semanal... he hecho de todo". Su obra más conocida es un alegato contra la guerra que siempre es "canalla, muy dura. Nunca es necesaria y llamarla preventiva no es más que un ardid".
"La historia de España hay que contarla sin fechas ni generales, hay que mostrar lo que le pasaba a la gente de a pie. La guerra no la hacen ellos, pero siempre las pierden. Siempre tienen más bajas que los militares. No me interesan los estrategas ni las grandes frases. Tenemos que analizar cómo aguantó la gente de la calle y, a partir de ahí, sacar conclusiones. El héroe es el que consigue subsistir", dice convencido.
El autor no entra a valorar sus excelentes dibujos, cuyos trazos amables no restan dureza a la vida en estos centros donde la religión y la disciplina eran la norma. Las páginas nos muestran como chicos con cara de no haber roto un plato se convierten en carceleros y castigan a sus compañeros. Giménez habla sin dudar: "El niño es siempre inocente. Incluso el verdugo o la máquina de matar actúan porque le han enseñado. Detrás de esto siempre está la mano de un adulto".
Escribir Paracuellos le costó alguna lágrima. "La posguerra no tiene por qué ser tan dura como la guerra. Pero, en la nuestra, no se hizo una sola concesión". Hervir su infancia, a pesar de todo, mereció la pena. "Cuando escarbas en esta clase de asuntos biográficos, sufres. Recuerdas las carencias, a tu madre, todo. Una vez que lo has dibujado, es distinto. Antes, comentaba con frecuencia todo aquello pero ya no. Tengo los fantasmas exorcizados. Incluso empiezo a olvidar cosas..."
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