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Crisis de salud mental: Falta de atención, tabú e intentos de suicidio afectan a la población latina

El porcentaje de adultos hispanos en Estados Unidos que se plantearon el suicidio se duplica desde el 2008. La actual crisis migratoria y las consecuencias de la pandemia recrudecen las condiciones de la comunidad

Personas con depresión severa y pensamientos suicidas
Un hombre en una imagen de archivo que representa la depresión.Wacharaphong
Ana Vidal Egea

La salud mental es uno de los problemas sanitarios que más se ha agravado en los últimos años. Es una cuestión global, pero en Estados Unidos, un grupo en particular la manifiesta claramente. El porcentaje de adultos hispanos en Estados Unidos que se plantearon el suicidio se ha duplicado del 2008 (2,5%) al 2022 (5,2%), según un estudio reciente publicado por Statista. Es un porcentaje y un aumento preocupante, que añade más urgencia que nunca a un tema que cuesta confrontar y que en muchos casos sigue siendo tabú. Las causas proceden de un compendio de emociones y experiencias. La inmigración y sus dificultades pueden ser el origen de ansiedades, desilusión, desesperación, depresión, pérdida de identidad o aislamiento social.

La realidad de los hispanos en Estados Unidos es compleja. Entre los casos más difíciles se encuentran aquellos de personas que emigraron con la esperanza de poder trabajar y mandar dinero a sus familias, pero que en el camino sufrieron accidentes graves. Hay quien perdió una pierna en el tren de La Bestia o quienes sufren parálisis totales o parciales por caídas después de saltar el muro fronterizo. Situaciones que no solo limitan sus posibilidades de encontrar trabajo, sino que amenazan su supervivencia en los hostiles ecosistemas de las grandes ciudades estadounidenses. Además, muchos cuentan con la agravante de estar indocumentados, lo cual les dificulta enormemente el acceso a un tratamiento o apoyo psicológico.

La crisis migratoria actual ha recrudecido las condiciones de la población hispana en Estados Unidos. La política de asilo hacia la población procedente de Venezuela, Nicaragua y Haití proporciona alojamiento y legalidad a estos nuevos inmigrantes en un plazo de 151 días. Una medida que, pese a su valor humanitario, impacta en otros inmigrantes indocumentados que, tras décadas asentados en Estados Unidos, están perdiendo sus trabajos por el aumento de mano de obra. “Hay un problema político serio de distribución de inmigrantes. Hay espacio para todos, pero no en el mismo sitio y al concentrar a la población inmigrante en pocos lugares, las ciudades y los recursos se están colapsando”, comenta Magdalena Mariño Campos, psicoterapeuta con más de 17 años de experiencia atendiendo a pacientes hispanos en Estados Unidos.

Algunos días de los últimos años han llegado hasta 60 autobuses llenos de migrantes a la ciudad de Nueva York. “En la actualidad no se está repartiendo el trabajo entre la población estadounidense y la población inmigrante, sino entre los propios inmigrantes, que se están quitando el trabajo entre ellos”, matiza Mariño, cuyo trabajo no se limita a atender la salud mental de sus pacientes, sino también a ayudarles a encontrar recursos y oportunidades para reconstruir sus vidas. Muchos de los inmigrantes que ya llevaban décadas en las ciudades sufren al constatar que no tienen opciones para regularizar su estancia, una desesperación e impotencia que se incrementa a medida que van envejeciendo y su capacidad de trabajo se ve limitada.

La población más vulnerable son los niños y adolescentes. Las cifras más alarmantes son las de los intentos de suicidio entre adolescentes de 13 a 18 años. Aunque cada caso es un mundo, los expertos tienden a señalar el sentimiento de responsabilidad de algunos niños en entornos familiares complejos, donde, por ejemplo, son los únicos que hablan inglés y se sienten obligados a hacer de intérpretes constantemente. Esto se suma al estrés producido por su condición de inmigrantes, viviendo, en algunos casos, sin dinero para cubrir las necesidades básicas, sin la oportunidad de que sus padres tengan un trabajo digno u obligados a compartir su hogar con otras familias.

La falta de recursos imposibilita un seguimiento adecuado del comportamiento y estado de ánimo tanto de niños y jóvenes, como de adultos. En el encuentro anual del 2023 de la Asociación Americana de Psiquiatría (APA, por sus siglas en inglés), una de las panelistas fue la doctora Ruby Castilla-Puentes, neurocientífica y psiquiatra, fundadora de WARMI mental health (una red de profesionales enfocados en la salud mental de las latinas). Esta señaló que una de las razones por las que se dispara el pensamiento suicida entre la población latina es la estigmatización de la enfermedad mental. “Durante la etapa previa al diagnóstico, las creencias culturales, como la fe y el fatalismo, parecen fomentar una mentalidad resignada y desesperada. Esa actitud parece jugar un papel en evitar que los pacientes busquen ayuda, ya que prefieren vivir y enfrentar la situación que enfrentarse a la vergüenza pública o al etiquetado”.

En la actualidad, la escasez de proveedores de salud mental bilingües hace que la situación se agrave aún más. El centro público de salud Roberto Clemente/Sylvia del Villard abrió sus puertas en 1980 precisamente para ayudar a solventar esa situación ofreciendo servicios de salud mental para hispanos residentes en Nueva York que, principalmente a causa de la barrera del idioma, no disponían de ninguna alternativa para tratarse. Es uno de los poquísimos centros del país donde absolutamente todos los empleados hablan español. En la actualidad ofrecen terapia a una media de 600 pacientes, en su mayoría inmigrantes procedentes de toda Latinoamérica. Aceptan seguros públicos (Medicare, Medicaid) y privados, atendiendo también a toda aquella persona indocumentada que lo necesite sin pedirle ningún tipo de información y a cambio de una cantidad mínima o nula.

En los últimos dos años han visto crecer las necesidades de los hondureños, ecuatorianos y venezolanos, así como en general han percibido el aumento de crisis graves o de alto riesgo. “A este incremento ha contribuido mucho la desarticulación social que existe después de la covid. La gente se adaptó a unas medidas sociales de cautiverio y la vida en sociedad es como un deporte cuando se deja de practicar”, explica su director y fundador, Jaime Inclán. “Existía la gran esperanza de que cuando la pandemia pasara, retomaríamos nuestras redes, conexiones y espacios que se interrumpieron durante la pandemia. Pero eso no pasó. Cuando se abrió el telón para el segundo acto todo el mundo empezó de cero. Aunque uno estuviera rodeado de las mismas personas en los mismos lugares. La realidad fue distinta y el desajuste provoca muchos intentos de fuga, ya sean suicidios o de otro tipo”.

Magdalena Mariño también encuentra un vínculo directo con el aumento del pensamiento suicida debido a que durante la pandemia se cerraron muchos dispositivos para tratar abusos de sustancias. “La covid afectó más a la población latina y afroamericana, y las familias con adolescentes se han visto más desbordadas. Hay un nivel de estrés mucho más alto”, comenta.

La población más vulnerable tiene entre 11 y 17 años y a su atención se dedica especialmente el centro Ser familia, fundado en 2001 por Belisa Urbina y su esposo. En 2023, la organización abrió sus puertas a 1.571 pacientes, ofreciéndoles programas de salud mental individuales o grupales. Se encuentra en Georgia, un estado que cuenta con 1,1 millones de hispanos en la actualidad, pero muy pocos recursos en español. “Nuestro sistema de inmigración necesita una transformación completa. Estados Unidos es un país de inmigrantes que vienen a trabajar, a contribuir, pero lamentablemente hay muchos niños hispanos que nacieron aquí y no sienten que este es su país porque creen que no son aceptados ni bienvenidos”, comenta Urbina. Y este es precisamente uno de los retos de la salud mental: la integración.

Si necesita ayuda, puede llamar gratuitamente a la Línea de Prevención del Suicidio y Crisis del 988, llamando o texteando “988″.

Sobre la firma

Ana Vidal Egea
Periodista, escritora y doctora en literatura comparada. Colabora con EL PAÍS desde 2017. Ganadora del Premio Nacional Carmen de Burgos de divulgación feminista y finalista del premio Adonais de poesía. Tiene publicados tres poemarios. Dirige el podcast 'Hablemos de la muerte'. Su último libro es 'Cómo acompañar a morir' (La esfera de los libros).
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