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‘Schlager’: los eternos programas de música popular que conectan con algo profundo de Alemania

Los festivales televisivos de estrellas folclóricas en lengua alemana resisten a todas las modas, nuevos formatos y revoluciones tecnológicas

Aura Dione actúa en 'Fernsehgarten', del canal ZDF, en julio de 2024.
Marc Bassets

Hay cosas inmutables en la televisión de Alemania, programas inmunes al paso del tiempo y las modas, a los nuevos formatos y las revoluciones tecnológicas. Uno es Tatort, la serie policíaca que se emite los domingos desde 1970. El otro, los espectáculos de Schlager, más antiguos todavía. La palabra alemana designa los éxitos de la música popular que congregan desde hace décadas a multitudes de telespectadores y conectan con algo profundo en la sociedad alemana.

Los programas de Schlager producen en el televidente profano un efecto ambivalente. En ellos se escenifica algo que a la vez es de cartón piedra (“sentimientos de sustitución”, escribió el filósofo Theodor W. Adorno, crítico con el género) y muy real (un “momento de la sensación verdadera”, por usar palabras de otro escritor, Peter Handke, que ha tenido palabras de aprecio por los Schlager).

Los ingredientes son sencillos. Un escenario por el que desfilan los artistas, auténtico star system cuya popularidad, masiva en Alemania y los países germanoparlantes, es inversamente proporcional al total desconocimiento fuera de sus fronteras (Roland Kaiser, Heino, Helene Fischer, ¿les suena a alguien en el resto del mundo?). Una música alegre y sin pretensiones, con letras que puede evocar desde viajes a países exóticos (Que viva España era, en origen, un Schlager neerlandés) o, en su variante más folclórica, la nostalgia por la vida bucólica en los Alpes. En un 85% tratan de amor, según el libro Schlager (no traducido), del crítico literario Rainer Moritz.

Otro ingrediente fundamental: un público más bien maduro sentado en mesas o bancos al estilo de la fiesta de la cerveza. Y todo esto, en un ambiente de jolgorio y evasión: la posibilidad, durante un par de horas, de salir de la vida cotidiana y volver a un viejo mundo donde todos sonríen y nada puede salir mal. O casi nada.

“¡Oh, no! ¡No, no, no!”, decía un domingo a finales de julio la presentadora de Fernsehgarten (Jardín televisivo) de la cadena pública ZDF. El programa era una gran fiesta, con centenares de asistentes en los jardines de la sede de la cadena en la ciudad de Maguncia, decorados para la ocasión como una playa balear. A los 15 minutos de empezar, y cuando los primeros números musicales habían disparado la temperatura (Fit für Malle, por ejemplo: “Nos hemos entrenado con vodka y cerveza. / En forma para ir a Malle [Mallorca]”), cayó un aguacero tropical. El resto del programa tuvo que hacerse en un estudio, sin público. “¡Qué pena! ¡Nooo!”, exclamaba la presentadora simulando una voz llorosa mientras se apresuraba a refugiarse de la lluvia.

En verano la televisión está llena de programas de música popular como este, desde el presentador y cantante Florian Silbereisen desde los Alpes austriacos, rey de las audiencias en su franja, hasta Immer wieder Sonntags (Siempre los domingos) con Stefan Mross, ambos en la primera cadena pública, la ARD.

El Schlager triunfa a lo largo de las décadas porque “hace más comprensible el mundo complejo”, escribe Moritz, una rara avis, al ser un intelectual aficionado al género, en vez de despreciarlo como la mayoría de sus colegas. Con sus letras sencillas, que van a los temas esenciales, estas canciones –y estos programas– “ayudan a vivir”, y explican el país y su evolución. “En círculos derechistas el Schlager es muy popular”, cuenta Moritz por teléfono. “Pero no se puede reducir el Schlager solo a esto”, añade, y señala, por ejemplo, que “en Alemania el Schlager tiene mucho que ver con el movimiento de gais y lesbianas”.

Los programas de actuaciones con música popular, más o menos kitsch, más o menos horteras, no son una exclusiva alemana (y Eurovisión es una derivada de este universo). Pero en Alemania presenta rasgos particulares. La dimensión hiperlocal, por ejemplo: la chanson francesa o la italiana han tenido históricamente una mayor proyección internacional, y posiblemente una mayor originalidad y calidad. En Alemania, constituyen un estilo televisivo y musical aparte: cuando se dice Schlager, uno sabe de inmediato el sonido y la estética a la que se refiere. Lo significativo es que cambie tan poco a lo largo de los años y, con altibajos, mantenga el éxito. En un sector de la sociedad estos programas tocan una tecla particular.

La ensayista Rosa Sala Rose, autora de El misterioso caso alemán y Diccionario crítico de mitos y símbolos del nazismo, lo relaciona con la Heimatliteratur o Heimatkunst: la literatura o el arte de la patria. Y con un concepto genuinamente alemán: die heile Welt, que significa el mundo sano e intacto, o entero, en el sentido de completo, sin carencias ni fracturas.

Stefan Mross, presentador de 'Immer wieder Sonntags'.

“La Heimatliteratur o Heimatkunst”, dice Sala Rosa en un correo, “es una herencia artística tardía del Romanticismo, como reacción a la industrialización y a la vida urbana. No creo que tenga equivalente en el entorno cultural de la península ibérica. Idealiza el mundo entero (die heile Welt) de la vida rural y de la naturaleza, con un marcado apego a la tradición y a lo folclórico que se consideraba propio del pueblo o Volk. Este género de consumo fácil se trivializó y popularizó hasta bien entrado el siglo XX. Confluía muy bien con el ideario nazi y no tardó en ser un vehículo y abono de dicho ideario.”

Añade Sala Rose: “Sorprendentemente, tras la guerra, el género, aunque ahora mayormente despojado de las aristas ideológico-políticas, de ningún modo cayó en el olvido. Sigue vigente, entre otros, con los llamados Schlager, canciones pegadizas y muy frecuentemente pseudo-folklóricas que aún hoy llenan horas y horas de programación televisiva y cuentan con un público numeroso que aún hoy sigue a la búsqueda de ese mundo entero que ya añoraban sus ancestros”.

“Las canciones no mienten”, decía en los años 20 el escritor Kurt Tucholsky, y en los cincuenta, en pleno inicio de la televisión, el poeta Gottfried Benn escribía que un Schlager cuenta más sobre la sociedad de su época que 500 páginas de un ensayo sesudo. La observación sigue válida para esta forma de televisión popular, poco sofisticada y, en apariencia, superficial pero que, bien mirado, es un espejo de Alemania y sus profundidades.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en Berlín y antes lo fue en París y Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).
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