‘Materia oscura’, esta vida pide otras
No hay demasiada singularidad en eso de “qué hubiera sido de mi vida si...”, tampoco sorprende el multiverso, un escenario tan familiar ya en la ficción como un pisito en Desengaño 21, pero si lo cuentas bien da igual que cuentes siempre lo mismo
Como mirar al futuro de Estados Unidos resulta aterrador celebro el 4 de julio recordado a un personaje imprescindible de su pasado: el Paul Revere de la cabalgata de medianoche. Como el héroe —para los suyos, no pregunten a los británicos y menos hoy que bastante tienen con su presente—, cabalgaría a lomos de un brioso corcel colgando farolillos en forma de manzana mordisqueada sin otro motivo que alertar de las bondades de Apple TV; lo haría por egoísmo, necesito más gente con quien hablar de sus series. Ya lo lamentó Sergio del Molino a raíz de Ted Lasso: ¿de qué vale amar u odiar un capítulo si no tienes con quién comentarlo?
A los de Cupertino no parece importarles ser minoritarios, no me extraña, ya son multimillonarios gracias a los cables de sus portátiles que roe mi gata Bellota —las marcas de pienso están tardando en lanzar uno con sabor a plástico y cobre—, tampoco son de gatillo fácil para las cancelaciones, aunque no inmunes, ya sabemos que no habrá segunda temporada de Constelación, pero antes de que la echásemos de menos teníamos disponible Materia oscura, la enésima adaptación elegantísima de un éxito superventas de ciencia ficción que incorporan a su catálogo.
Como en la ficción con Noomi Rapace aquí también hay ciencia, extrañeza e interpretaciones más sólidas que algunos puntos del guión. Joel Edgerton, en su mejor papel desde Warrior, es un científico que pudo aspirar a una carrera brillante, pero prefirió centrarse en su familia, al menos en esta parcela del multiverso, en otra, una versión suya que eligió el trabajo está dispuesta a todo por apropiarse de la vida que nunca tuvo. Para recuperar al amor de su vida, Jennifer Connelly —que en una serie haya más de una Jennifer Connelly debería ser suficiente argumento para darle una oportunidad— diseña una caja que le permite intercambiarse con la versión de sí mismo que eligió el amor. Sí, recuerda vagamente a White Tulip, el extraordinario capítulo de Fringe, y es otro motivo para echarle un vistazo. Aquí lo importante también son las elecciones, los remordimientos y la imposibilidad de redimirse sin perderse en el camino. No hay demasiada singularidad en eso de “qué hubiera sido de mi vida si...”, tampoco sorprende ya el multiverso, un escenario que empieza a resultar tan familiar en la ficción como un pisito en Desengaño 21, pero si lo cuentas bien da igual que cuentes siempre lo mismo.
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