El camino más corto para que un escritor salga en la tele es la muerte

Si queréis los mejores elogios, moríos, como reza el epitafio de Jardiel Poncela, y si sois escritores y queréis salir en televisión, también. El fallecimiento de Javier Marías es un triste ejemplo de los dos enunciados. Me pregunto cuándo fue la última vez que lo vi en televisión y no me acuerdo, lo cual, para un escritor que hizo tanto hincapié en la importancia de las ausencias es un amargo homenaje.

Hubo un tiempo en el que los escritores eran estrellas de televisión y no al revés. Eran frecuentes los programas sobre literatura y su presencia en otro tipo de espacios era constante. Teníamos a Terenci Moix ejerciendo de entrevistador en Más estrellas que en el cielo, a Gloria Fuertes en Un globo, dos globos, tres globos y en La cometa blanca y a más de 50 ilustres de las letras sentados frente a Joaquín Soler Serrano en A fondo, por nombrar tres grandes ejemplos.

La llegada de las privadas empezó a desbaratar este matrimonio, pero la intelectualidad y el entretenimiento siguieron viéndose de vez en cuando. Asistimos a las acaloradas intervenciones de Gustavo Bueno en Gran Hermano y vimos a Lucía Etxebarria (ahora en Espejo Público) en el concurso de telerrealidad Campamento de verano (Telecinco, 2013), donde sus compañeros la despreciaban llamándola “Premio Planeta”. Y Mercedes Milá intentó volver a los libros con ConvénZeme. Todo tipo de formatos, de géneros y de tonos.

Hoy nos queda Página dos (La 2), al que este otoño se le unirá Un país para leerlo (La 2), un viaje por librerías de toda España, que comienza su emisión en breve. Y poco más. Podríamos tener, yo qué sé, a Sergio del Molino recorriendo la España vacía para La 2. O a Kiko Amat entrevistando a músicos. O a Cristina Morales —¿sería capaz de fundir su espectáculo de danza con un chuminero de Lydia Lozano?— luciendo su fina elocuencia bruta en cualquier debate. Pero hemos elegido muerte.

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