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Columna
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Vulnerables

En mi infancia solo existían los pobres y los ricos. Y después también apareció la bendita clase media, la que ahora tiene tan crudo su presente y su futuro

Cesta compra inflacion
Un hombre en un supermercado de Madrid.JUAN BARBOSA
Carlos Boyero

“Que disfruten de este caluroso fin de semana”, nos desea sonriente el presentador de un informativo. No es una broma, no parece estar ebrio o colocado. Los asfixiados tampoco sabemos si lo del disfrute lo ha improvisado o si lee un guion. Las televisiones en abierto son una continua película de terror. Terror cutre, teatralizado, repetitivo, histérico, vampírico, sensacionalista, encantado con las lamentables noticias del mundo. Tal vez los masoquistas disfruten con ello, pero imagino las ganas de no despertarse de los múltiples ancianos que no pueden salir a la calle y cuya única compañía de la mañana a la noche es la televisión. Qué nervios, qué depresión.

Cambiar de canal se convierte en un gesto compulsivo, aunque inútil. Más de lo mismo en todos ellos. Son clónicos e insoportables. Y los apago definitivamente con gesto de asco cada vez que veo en ellos a una dama o un señor hablando rutinariamente o con expresión compungida de su inconsolable preocupación por los más vulnerables. Por supuesto, todos los que expresan esa justa y piadosa tutela de los débiles tienen pinta inequívoca de ser invulnerables, de que sus nóminas y su existencia no van a sufrir nunca el desamparo. Lo hacen los políticos de cualquier signo, presentadores, tertulianos, empresarios, sindicalistas, cotillas, artistas concienciados o famosos del universo hepático. Y no sé qué pueden sentir ante esto los que están muy jodidos en su supervivencia al constatar que los medios les otorgan el protagonismo absoluto.

En mi infancia solo existían los pobres y los ricos. Y después también apareció la bendita clase media, la que ahora tiene tan crudo su presente y su futuro. Lo de la vulnerabilidad extrema, que queda más lírico, se lo han inventado hace poco tiempo los invulnerables. Y todos en plan loro repitiendo la consigna. Los desgraciados que conviven con la miseria, el miedo y la desesperanza deben de estar hartos de su estrellato público.

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