Menos mal que quedan los libros
Ver la apestosa televisión invita al suicidio. El cine y las series son complacientemente mediocres o infames desde hace mucho tiempo
Menos mal que nos queda Portugal, aullaban esos genios de la titulación llamados Siniestro total. Menos mal, digo yo que me queda en los libros algo para seguir extasiándome. Ver la apestosa televisión invita al suicidio. El cine y las series son complacientemente mediocres o infames desde hace mucho tiempo. En mi supervivencia de eremita queda la literatura. O sea, la buena, la que no precisa de sonrojantes promociones como marcan el grotesco y patético signo de los tiempos. O sea, me otorgan placer y emoción los Diarios de Rafael Chirbes (qué vergüenza le hubiera dado aparecer en las páginas de cultura por ser homosexual), el magnífico Desde dentro del listísimo y sofisticado Martin Amis o la más que respetable Aniquilación, de Michel Houellebecq, con críticas de acusan al eterno nihilista de haberse instalado en el sentimentalismo, en la fuerza del amor. Que les den, que diría el borracho erotómano autor.
Ya ha dimitido Johnson, a la fuerza, como la Cifuentes, la Oltra y no sé cuantos políticos más. Qué enganche debe de suponer el afrodisiaco del poder. Y que gente más asquerosa lo ha ejercido desde Adán y Eva.
Dice Rubén Blades que todos somos responsables de que los corruptos lleguen al poder. Yo no. Jamás he votado. Me refugio en Cohen cantando Democracy y en Dylan definiendo Political World. Cómo somos los pijos culturalistas, ya no tenemos ni idea de si somos progres o fachas. O nada.
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