Molando
La trilogía de Carmen Mola solo raspa el aprobado. El suntuoso premio de un millón ha bastado para que los autores descubran su identidad. Normal. Poderoso caballero es don Dinero. Pero no mola
Firmaba Trevanian. Era un seudónimo. Me fascinaban sus novelas. Le descubrí con La sanción del Eiger y La sanción de Loo. Las protagonizaba un corrosivo profesor de arte. Compaginaba ese trabajo con el de asesino profesional. Lo practicaba como si fuera una de las bellas artes. Los villanos eran sofisticados y abominables. Brillante la escritura. Durante años Fernando Trueba y yo nos obsesionamos con descubrir quién era Trevanian. Fernando Colomo nos contó que se había encontrado con un antiguo compañero del colegio y este le había dicho que se ganaba la vida escribiendo bajo un seudónimo. Adivinen cuál.
Concertó una cita con nosotros. Consentía que le entrevistáramos a condición de no revelar su nombre. Su seguridad corría peligro. Y, por supuesto, tuvimos iniciales dudas, no éramos crédulos ni tontos pero él nos ofreció montones de datos y pistas que confirmaban su autoría.
Esta intriga duró meses y exóticas aventuras. Poco antes de publicar la entrevista, Colomo nos avisó de que le habían confirmado que todo era un montaje por parte del supuesto Trevanian. Era falso. Este hombre había dedicado infinito tiempo a adueñarse de la personalidad del misterioso escritor. No sabíamos si reír o llorar. Llegamos a creernos sus continuas mentiras. Cuánto trabajo el suyo, cuánto delirio. Trevanian siguió publicando la magnética y exótica Shibumi, la conmovedora El Main o la duramente romántica El verano de Katya. Fue un bestseller de lujo. Sigo recordándole. Al final descubrió su identidad. Era un profesor de universidad llamado Rodney Whitaker.
Me tragué, sin que nadie me forzara, la trilogía que firmaba Carmen Mola. De acuerdo, como literatura solo raspa el aprobado. El suntuoso premio de un millón de euros ha bastado para que los autores descubran su identidad. Normal. Poderoso caballero es don Dinero. Pero no mola.
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