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Columna
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ElBulli

Se cumplen 10 años del cierre del restaurante. Solo lo visité una vez, pero mis sentidos y mis papilas gustativas guardan eterna memoria de aquella Capilla Sixtina del arte de comer y beber

Ferran Adrià, durante los preparativos de la última cena de elBulli en julio de 2011.
Ferran Adrià, durante los preparativos de la última cena de elBulli en julio de 2011.JOSEP LAGO (AFP)
Carlos Boyero

Celebran con mucho énfasis políticos y multitudes los aniversarios de instituciones y acontecimientos que me resultan asépticos, incomprensibles, que no me tocan ninguna fibra emocional. Pero, al parecer, son cantidad de trascendentes. Como el día de la Patria, de la Constitución, de la Virgen, de las Comunidades, de las Fuerzas Armadas, de la Hispanidad y esas cosas. Pero aunque sea ateo rezo mis oraciones particulares en los aniversarios de seres cercanos, películas, libros, músicas que me donaron placer infinito.

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La segunda vida de Ferran Adrià

Hoy se cumplen 10 años del cierre del restaurante elBulli. Solo lo visité una vez, pero mis sentidos y mis papilas gustativas guardan eterna memoria de aquella Capilla Sixtina del arte de comer y beber. Era pedregoso, de tierra, muy árido el camino que conducía desde Rosas a elBulli. Y sabiendo que la comida de fusión se presta a la impostura y al gato por liebre sentí cierto mosqueo cuando en los aperitivos nos ofrecieron que chupáramos unos palitos. Informaban de que eran un mojito y un daiquiri. Y habiendo recorrido el Caribe trasegando esas fantásticas bebidas, no entendía cómo su sabor podía impregnarse en un palo. Pero el milagro existía. Y a partir de ahí un festín de infinitos platos de los que guardo agradecida y eterna memoria. Servidos por un equipo que funcionaba como una coreografía perfecta. Era una experiencia que había que compartir con personas queridas. No la concibo en soledad. Y como decía Lou Reed en una canción de su precioso disco Berlin: era el Paraíso. Tuve esa sensación en elBulli.

Hay muchos seres (o no tantos) que poseen talento, pero la genialidad es lógicamente muy escasa. Los segundos son únicos en el arte o la ciencia que practiquen, deslumbrantes, inimitables. Ferran Adrià pertenece a esa raza. Y creó un monumento llamado elBulli. Ojalá que todos los que valoran el placer (no comprendo a los que aseguran que comen porque no hay más remedio, ni a los abstemios vocacionales) y las personas que saben lo que es el hambre hubieran disfrutado alguna vez de ese templo mágico. Solo comparable a un largo orgasmo.

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