La constelación de las luces insomnes
En mi memoria, el año 2020 se fijará como esa red de lamparitas, metáfora de un país ensimismado que se deshilacha en tragedias domiciliarias
Siempre he sido de mal dormir. Casi todas las madrugadas me desvelo y acudo al salón para amodorrarme con algo aburrido que me devuelva el sueño (hay una serie sueca horrorosa en Netflix, titulada Arenas movedizas, que va sobre una chica y su novio que se cargan a tiros a sus compañeros de instituto, más eficaz de un puñado de orfidales: tres líneas de diálogo y estoy frito, la recomiendo mucho). Vivo en el centro de mi ciudad, en un cruce de avenidas muy transitado. Antes del 14 de marzo, cuando me desvelaba, siempre pasaba alguien por la calle, fuera la hora que fuese: borrachos que volvían a casa, taxis libres, curritos madrugadores con el calor de la cama aún pegado al cuerpo… Me costó mucho acostumbrarme al desierto absoluto, pero lo que de verdad me inquietó fue la epidemia de las ventanas iluminadas.
En lo más profundo de la noche, varias luces de los edificios de enfrente delataban el insomnio de muchos. Antes de la peste no se veía ni la décima parte. Gentes que solían dormir bien -o eran capaces, al menos, de quedarse en la cama a oscuras- se han vuelto noctívagas y forman una constelación de luces insomnes. A saber qué series aburridas estarán viendo o a qué novelas recurrirán para olvidar el runrún que les tiene alejados del dormitorio.
En mi memoria, el año 2020 se fijará como esa red de lamparitas, metáfora de un país ensimismado que se deshilacha en tragedias domiciliarias. Un sinfín de puntos de luz que nadie une y que se esfuman al llegar la mañana entre datos de incidencia acumulada, frases de autoayuda a cargo de los gobiernos, bronca política cansina y series suecas de adolescentes homicidas. Me gustaría hacer una lista de las mejores luces encendidas de 2020, pero todas me parecen iguales.
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