Contra dietistas y pedagogos
Renegar de las navidades porque hay colas en El Corte Inglés es propio de mesías y gente que quiere hacer el bien, y por ello, casi siempre hipócrita
Los años y los hijos me han atemperado mucho el carácter Grinch o Scrooge que me inflamaba en las navidades pasadas, aunque no he llegado al extremo de cantar villancicos ni envolverme en espumillón. Ni siquiera he dejado de referirme a la zambomba como otra cosa que no sea una metáfora de la masturbación. Digamos que soy navideñista como los republicanos de los ochenta, aún temblorosos por el 23-F, se proclamaban juancarlistas en vez de monárquicos.
No negaré que estas navidades descafeinadas e intimísimas están siendo muy de mi gusto, pero como los deseos decepcionan un instante después de hacerse realidad, como bien sabe cualquiera que haya visto cumplidos los suyos, ya me siento incómodo y culpable de nuevo. No solo porque no puedo ser feliz, ni siquiera estar satisfecho, cuando todo esto es causa del apocalipsis y la peste, sino porque me he visto comulgando con los otros detractores de la navidad, los que detestan su lado consumista.
Renegar de las navidades por el trauma familiar tiene un pase, porque es un renegar egoísta y misántropo, y por ello, sincero. Renegar de las navidades porque hay colas en El Corte Inglés es, en cambio, propio de mesías y gente que quiere hacer el bien, y por ello, casi siempre hipócrita, pues quien hace el bien suele estar más interesado en hacer publicidad del bien en el que milita que en el propio bien. No quisiera ser confundido con uno de esos predicadores de un mundo mejor es posible o de que saldremos mejores de esta montaña de basura que nos ha caído encima.
Líbreme la diosa Visa de contemporizar con esos dietistas y pedagogos que nos reprochan las comilonas y los regalos carísimos e inútiles que traen los Reyes Magos. A gastar y a comer, amigos, que el mundo —según las predicciones más optimistas— se va a acabar.
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