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Los brasileños se adaptan a la vida sin X mientras migran en masa a Bluesky: “Acabo de entender que estaba enganchada a Twitter”

La red de la mariposa atra dos millones de nuevos usuarios en cuatro días tras el cierre de la plataforma de Musk en Brasil

Elon Musk en X
La cuenta de Elon Musk en X, bloqueda en Brasil como el resto de la red desde el sábado, ante una bandera del país latinoamericano.Jorge Silva (REUTERS)
Naiara Galarraga Gortázar

Los más enganchados a X, que en Brasil son cientos de miles o incluso algún millón, ya esperaban el cierre del antiguo Twitter más pronto que tarde. Algunos empezaron a diseñar un plan B y a hacer copias de seguridad de sus cuentas cuando el volátil Elon Musk lo compró en 2022. Otros, el pasado abril, coincidiendo con el primer rifirrafe público del magnate con el juez brasileño que intenta pararle los pies. Pero eso no evitó que, una vez materializada la clausura por orden judicial el sábado, cuando constataron que los contenidos no se actualizaban en ningún dispositivo por mucho que intentaran, cundió el desconcierto entre los 22 millones de usuarios de la red en Brasil.

Jefferson Nascimento, un abogado de derechos humanos hiperactivo en X, donde atesoraba 136.000 seguidores, menciona las palabras vacío, laguna, orfandad, cuando se le pregunta al teléfono cómo es la vida sin la plataforma. Son días intensos para él, centrado en abrir el camino con consejos didácticos a los compatriotas que están migrando de manera masiva a otra red llamada Bluesky. En cuatro días, la plataforma creada en el seno del Twitter original ha sumado dos millones de usuarios, según Techcrunch.

Nascimento sostiene que la de X es sin duda una muerte anunciada desde que Musk compró Twitter, le cambió el nombre y modificó el algoritmo. Resultado: menos alcance, más publicidad y un ambiente más hostil. A finales de la semana pasada, a los brasileños les quedó claro que, ahora sí, la amenaza era real. La incógnita es si habrá resurrección. “Te surgen muchas preguntas. ¿Y ahora qué pasa? ¿Volverá X? ¿Merece la pena invertir tanto tiempo y esfuerzo con tanta incertidumbre?”, enumera Nascimento, que ya ha logrado sumar 40.000 fieles en Bluesky.

“Acabo de entender que estoy enganchada a Twitter… entro todo el rato y no carga NADA”, tuiteaba el sábado ya instalada en Bluesky Nath Finanças, una asesora financiera joven, negra y dicharachera que triunfa en redes con consejos sencillos para ahorrar e invertir. No todo era frustración, también había cierto alivio: “Qué PAZ sin anuncios cada dos tuits en tu TL”, añadía.

Aunque YouTube, Instagram o Facebook son mucho más seguidas, la influencia de Twitter y después de X era mucha para su tamaño. Infinidad de los debates surgidos en la burbuja de la red se trasladaban con rapidez al Brasil real.

Una vez estuvo claro que esta vez lo del cierre iba en serio, empezaron las consultas con los colegas. ¿Nos mudamos? ¿A dónde? En cuestión de horas, destacaron dos opciones: Threads, que pertenece a Meta, prefiere las marcas al debate político y se ofrece como una especie de complemento a Instagram, y Bluesky, muy similar en aspecto y funcionalidades al Twitter original, con el que comparte creadores como Jack Dorsey. En nada, a ciegas o siguiendo los consejos de los tuiteros más avezados, los brasileños se decantaron por segunda. Para muchos usuarios que aguantaron en X pese a los cambios drásticos implantados por Musk, era como volver a casa, aunque sea una casa de alquiler en la que más te vale tener copia de todo porque en cualquier momento cierra.

En solo cuatro días Bluesky ha ganado dos millones de seguidores. La broma aquí es que “los refugiados brasileños” han puesto a prueba la estabilidad de sus servidores y a sus ingenieros. Se ha colocado como la app más descargada en el país por delante de Threads, de Meta. Además, ese desembarco masivo de brasileños le ha dado a Bluesky un notable impulso otros mercados. Techcrunch informa de que, tras la suspensión de X, las descargas de la red de la mariposa azul se dispararon más de 1.000.000% en Brasil y casi un 600% en el resto del mundo.

El sábado, en un santiamén, millones de ciudadanos del país más poblado de América Latina se quedaron sin un universo construido durante 15 años donde conversaban, seguían el debate político o las desavenencias en la casa de Big Brother Brasil, se informaban, se desahogaban o desconectaban de las urgencias cotidianas con unas risas a cuenta del último meme. Brasil, con 212 millones de habitantes y más de nueve horas diarias de media navegando en Internet (solo los sudafricanos están más enganchados), es un mercado muy apreciado por las grandes tecnológicas. Y por los políticos. En las horas previas al cierre, incluso el presidente, Luiz Inácio Lula da Silva, tomó medidas. Tuiteó un listado recordatorio de todas sus cuentas en redes, incluida una en Bluesky.

Aunque tuiteaba poco, el juez brasileño Alexandre de Moraes suma más de un millón de seguidores en su cuenta @alexandre. La semana pasada usó el perfil oficial del Tribunal Supremo en X para enviar una citación oficial a Musk. Investido de amplios poderes por la corte, ordenó el cierre de X el viernes ante la reiterada negativa de la compañía de Elon Musk de cumplir la orden de bloquear un puñado de perfiles de la órbita bolsonarista. El multimillonario respondió al juez con una batalla legal y la acusación de que es un dictador que censura a rivales políticos. Además, el magnate jalea al expresidente Jair Bolsonaro y una cuenta nueva, @AlexandreFiles, divulga decisiones secretas adoptadas por De Moraes en sus investigaciones sobre desinformación e incitación al odio.

Mientras, sigue vivo el debate sobre la orden del juez de multar con 50.000 reales (8.000 euros, 8.800 dólares) a quien use una VPN para entrar en Twitter desde Brasil (sirve para fingir que uno está en otro país) y sobre la decisión de Starlink, la empresa de Musk que ofrece Internet por satélite, que bloquear finalmente X para 215.000 brasileños que pagan su servicio.

Fernanda K. Martins, del centro de investigación Internet Lab, cuenta que con la entrada de Musk redujo drásticamente el uso de X, donde tenía unos 2.000 seguidores. “Empezó a funcionar distinto. Aparecía mucho cotilleo, no me aparecían asuntos relacionados con los derechos digitales o los derechos humanos, así que ahora el impacto no ha sido tanto”, apunta. De todos modos, ella también se diseñó hace tiempo un plan B. En su caso, en Threads. “No me capturó la primera ve. Y ahora lo he vuelto a intentar, y tampoco”, explica al teléfono. “Como te trae los contactos de Instagram, donde suele estar la familia, antiguos compañeros del colegio y así, la dinámica es distinta”.

Mudarse de red no es ninguna novedad para los brasileños. Aprendieron con el cierre de Orkut, que reinó en estas tierras y en India hasta hace una década. Cuando Musk convirtió Twitter en X, hubo un desembarco masivo de brasileños a Koo (el twitter indio y objeto de todo tipo de bromas aquí porque se pronuncia como culo en portugués). Chiste va chiste viene, llegó a sumar 13 millones de usuarios brasileños pero fue un idilio efímero. La relación nunca llegó a cuajar del todo. Más exitosa fue la migración del bolsonarismo a Telegram en 2022, a medida que Facebook, Twitter, Google o YouTube iban tomando medidas contra la desinformación y las noticias falsas. Bolsonaro padre suma allí 1,6 millones de seguidores.

Martins, de Internet Lab, recuerda que en su día Twitter fue un excelente territorio de investigación. “Cuando X era Twitter tenía una importancia enorme como termómetro político, un lugar para recopilar informaciones sobre determinados acontecimientos, fuera una ola de ataques, un juicio... servía para investigar y comprender las dinámicas políticas y a partir de ahí, proponer políticas públicas”. La progresiva degradación de los contenidos fue minando ese papel.

Para esta investigadora, el asunto clave respecto al cierre judicial de X es “cómo un sujeto con mucho dinero intenta colocarse por encima de la soberanía de un país”, desobedeciendo abiertamente la ley. Que Musk presuma de ignorar la legislación brasileña e insulte a su juez más poderoso mientras hace negocios con China, que veta la red, o acata las peticiones de regímenes autoritarios de bloquear a usuarios incómodos es una auténtica ofensa para muchos brasileños.

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Sobre la firma

Naiara Galarraga Gortázar
Es corresponsal de EL PAÍS en Brasil. Antes fue subjefa de la sección de Internacional, corresponsal de Migraciones, y enviada especial. Trabajó en las redacciones de Madrid, Bilbao y México. En un intervalo de su carrera en el diario, fue corresponsal en Jerusalén para Cuatro/CNN+. Es licenciada y máster en Periodismo (EL PAÍS/UAM).
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