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Activistas combaten los vídeos de falsos rescates en YouTube que encubren maltrato animal

La ONG Lady Freethinker denuncia que muchas de las imágenes son en realidad montajes para ganar dinero con las visualizaciones

Enrique Alpañés
Imagen del supuesto rescate de un gato atacado por una serpiente en una imagen facilitada por la ONG World Animal Protection.
Imagen del supuesto rescate de un gato atacado por una serpiente en una imagen facilitada por la ONG World Animal Protection.

Es fácil encontrar el vídeo en YouTube. Lo difícil es verlo. Un gatito forcejea, intentando desenredar el abrazo mortal de una pitón, que lo aferra cada vez con más fuerza. Entonces el salvador interviene. Con la ayuda de un palo, un hombre separa a los dos animales. Después masajea al gato hasta que recobra la conciencia. El animal, encogido, mira a la cámara con terror y huye de su salvador. El hombre empieza a manipular violentamente a la serpiente mientras ríe. Se muestra orgulloso, ha salvado a un gatito de una situación horrible. Hay motivos para pensar que también lo metió en ella. “Las probabilidades de toparse con una serpiente estrangulando a un perro o a un gato en la naturaleza son increíblemente pequeñas”, confirma por email Nina Jackel, periodista y creadora de la ONG Lady Freethinker. “Sin embargo, los realizadores de este tipo de vídeos se encuentran con este escenario una y otra vez”. Y lo graban. Y lo suben a YouTube. Son falsos rescates, coreografías que suponen un maltrato a los animales y pingües beneficios a sus supuestos salvadores.

El primer vídeo es la vía de entrada a un bucle infinito. El algoritmo de YouTube encuentra en su enorme biblioteca más rescates de animales. Algunos parecen reales. Otros no. Los vídeos se van sucediendo sin más interrupción que los preceptivos anuncios. Gatos atrapados en tuberías, perros en verjas, en arenas movedizas. Serpientes y aves rapaces atacando a monos y mascotas. Las grabaciones tienen algunas características en común: suelen estar rodadas en países del sudeste asiático y tienen un montaje precario pero cinematográfico. Hay cierta posproducción, una música épica atronadora y titulares llamativos. “A veces la cámara sigue a una serpiente deslizándose en la hierba, corta a una camada de cachorros en una cueva de tierra hecha claramente por una persona. Luego muestra al supuesto rescatador caminando por el bosque, a punto de tropezar con el ataque”. Es como una película de serie B. Solo que aquí los animales sí han sufrido durante el rodaje.

No todo el mundo es capaz de advertir el montaje. Muchos de los comentarios de estos vídeos jalean a los autores como si fueran héroes. Pero para cualquiera que mire con atención, el engaño es obvio, señala Jackel. “Vemos a los mismos animales en varios vídeos”, denuncia. “Los depredadores muestran signos de ser mascotas cautivas. Las aves rapaces suelen tener las alas cortadas”. También debería ser obvio para YouTube, considera la activista. Por eso ha demandado a la plataforma de vídeo, propiedad de Alphabet, la matriz de Google. Lo hizo el pasado octubre ante el Tribunal Superior de California. La demanda afirma que la plataforma no cumplió su acuerdo con los usuarios, al permitir que se subieran videos de abuso animal y no tomar medidas cuando se le alertó sobre ello.

Las normas de YouTube prohíben “todo contenido violento o gráfico destinado a causar impacto o desagrado en los usuarios”. La empresa afirma que ha contratado a 10.000 personas y que emplea el aprendizaje automático para moderar las 500 horas de vídeo subidas cada minuto. Entre enero y marzo de 2021, YouTube aseguró haber retirado más de nueve millones de vídeos por incumplir sus normas.

“El proceso de revisión en YouTube es extenso y complicado”, reconoce Lucía Andaluz, profesora de Comunicación en la Universidad Europea. “El contenido no es retirado de forma automática, sino que pasa por un procedimiento de revisión, donde se comprueba si infringe las normas de la comunidad. En caso positivo, se procede a retirarlo”. La censura previa no existe en la plataforma, que suele poner en marcha su proceso de censura tras la solicitud de los espectadores. Esto hace que sea más fácil publicar un vídeo de maltrato animal en YouTube que un pezón femenino en Instagram.

Andaluz cree que esta forma de censura a posteriori puede no ser del todo efectiva, y lo relaciona con la proliferación de desinformación en la plataforma. “La pregunta que deberíamos hacernos es si estamos llegando a estos contenidos manipulados, cuando lo que pretendemos es informarnos. Porque entonces, el problema no está en el usuario ni en el algoritmo que sigue el mismo patrón, sino en la plataforma que no es capaz de eliminar contenidos de una manera rápida y eficaz”.

YouTube es consciente de la lentitud de su proceso de censura. Para intentar acelerarlo ha creado herramientas como su programa para informadores de confianza, una vía para que organismos públicos y ONG puedan ayudar en la moderación de contenido. “YouTube ignoró, y después rechazó, la solicitud de Lady Freethinker de abril de 2021 para unirse a este programa”, denuncia Jackel. “Nos dijeron que no aceptaban entidades con ‘experiencia en las áreas de políticas más relevantes para su organización en este momento’”.

Nick Stewart sí está suscrito al programa de informadores de confianza de YouTube, pero no tiene mucha fe en él. El jefe global de Campañas de World Animal Protection cree que la plataforma debería evitar que el contenido se suba en primer lugar. Con un repositorio de vídeos inabarcable, es difícil localizar y señalar los que incumplen las normativas. Y muchas veces, cuando se consigue, ya han llegado a una audiencia masiva. “Algunos de los videos que encontramos nosotros, por ejemplo, llevaban publicados años, con vistas que han dado mucho dinero, tanto a quienes los subieron como a YouTube”, explica.

Stewart supo de la existencia de este tipo de vídeos el pasado mes de abril. “Me quedé helado”, confiesa. Su sorpresa fue a más al comprobar que la tendencia, aunque al alza, no era nueva. Decidió entonces coordinar un informe para sondear la profundidad del problema. “Entre septiembre de 2018 y julio de 2021, identificamos más de 240 videos, publicados en 160 canales de YouTube, con más de 5,8 millones de suscriptores, en 26 países”. Estos videos habían acumulado colectivamente alrededor de 180 millones de visitas. Y a pesar de la censura de YouTube, la cosa va a más. “La tendencia muestra que la cantidad de publicaciones y de canales que las suben han aumentado durante este tiempo”.

El tamaño de las cuentas varía entre aquellas más pequeñas, con menos de cinco suscriptores y algunos cientos de visualizaciones en sus videos, hasta aquellas enormes, con millones de reproducciones y suscriptores. “Un video en particular acumuló más de cien millones de visitas”, denuncia el activista. Como se señalaba recientemente en este artículo, la monetización de un vídeo en YouTube puede variar dependiendo del tipo de vídeo, canal, época, país y otras variables. Pero en 2020 estaría en torno a los 500 dólares (433 euros) por cada millón de visitas.

Muchos de estos vídeos ya han sido retirados de YouTube por la propia compañía, pero otros ocupan su lugar rápidamente. Algunos permanecen meses, años, acumulando visionados y generando dinero hasta que alguien los denuncia. Otros duran días, pero poco después de ser bloqueados resurgen en el chorro audiovisual constante que se sube diariamente. Y vuelta a empezar. Stewart cree que nada cambiará hasta que no se cambien las reglas del juego. “Esto es como recoger agua en un balde cuando tienes un techo con goteras” explica. “Si no reparas el techo no estás abordando el problema de raíz”.

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Sobre la firma

Enrique Alpañés
Licenciado en Derecho, máster en Periodismo. Ha pasado por las redacciones de la Cadena SER, Onda Cero, Vanity Fair y Yorokobu. En EL PAÍS escribe en la sección de Salud y Bienestar

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