El largo brazo científico del Pentágono
Sharon Weinberger publica un libro sobre los proyectos visionarios de la agencia DARPA, que investiga para la Defensa de EE UU
¿Agencia científica al servicio de la seguridad nacional o agencia de seguridad que parte del conocimiento científico? Las indefiniciones y los claroscuros éticos persiguen desde su origen al brazo científico del Departamento de Defensa de EE UU, la Agencia de Proyectos Avanzados para la Defensa, conocida por sus siglas en inglés como DARPA. Este organismo del Pentágono, hijo de la Guerra Fría, fue creado en 1958 por la Administración de Eisenhower como respuesta tecnológica al desafío del lanzamiento del satélite Sputnik por la URSS. Algunas de sus iniciativas han cambiado el mundo. A DARPA se debe desde la gestación de los primeros nodos de Internet a los coches autónomos y los drones armados.
Seis décadas después del inicio de la carrera mundial por el poder tecnológico, la periodista estadounidense Sharon Weinberger (San Francisco, 1972), una de las mayores especialistas en ciencia y tecnología en el campo de la seguridad nacional y la defensa en su país, presentó el jueves, invitada por la Institució Alfons El Magnànim, en el Museo Valenciano de la Ilustración y la Modernidad (MuVIM) su reciente monografía The Imagineers of War, cinco años de investigación sobre la vida interna de DARPA a través de documentos desclasificados y un centenar de testimonios.
El término imagineers con que titula su libro, combinando los conceptos de “imaginación” e “ingenieros”, alude a las soluciones de ingeniería futurista con las que la agencia trataba de anticiparse a posibles escenarios bélicos. En ocasiones, derrochando miles de millones de dólares en proyectos inviables o en fracasos estrepitosos, como los aviones que prometían vuelos de dos horas entre Washington y Tokio, el escudo antimisiles planetario o el control cerebral con pulsos de microondas. Porque en DARPA, afirma Weinberger, a veces ha predominado el ilusionismo tecnológico sobre el consenso científico.
“Un tercio del presupuesto sigue siendo clasificado”, señala la investigadora, que subraya cómo la agencia se ha adentrado en ámbitos tan espinosos como los ensayos en seres humanos, archivados como alto secreto, “aunque ahora hay más preocupación por evaluar la investigación desde el punto de vista ético con un equipo de científicos procedente de distintas universidades”, admite.
La guerra es un problema humano
“El problema es querer ganar la guerra con la tecnología cuando la guerra es un problema humano. Si un Gobierno es corrupto, la tecnología no puede hacer nada”. Esta cita la extrae Weinberger de una entrevista no publicada a William H. Godel, uno de los subdirectores más controvertidos de la agencia, cuyo mandato coincidió con la guerra de Vietnam. DARPA pretendió en un principio “intentar la guerra sin tener que movilizar tropas, lo que fue un absoluto fracaso”, recuerda la autora.
The New York Times publicó recientemente una tribuna de Weinberger en la que ve antecedentes históricos del muro con el que Trump pretende aislar Estados Unidos de México en ideas que ya fracasaron en Vietnam. A DARPA se deben, entre otras cosas, el llamado agente naranja, un defoliante del programa de guerra química contra los insurgentes del Vietcong.
En paralelo, la agencia intentó amortiguar los movimientos cívicos de oposición apostando por inventos propios de la ciencia ficción. “La ironía fue que, pese al fracaso bélico, Vietnam significó un gran éxito para la tecnología, ya que a esa época pertenecen avances como los primeros drones y los aviones indetectables por el radar”.
El libro de Weinberger es más descriptivo que crítico y concluye que el legado de DARPA ha sido tanto positivo como negativo. “En general ha tenido éxito, porque ha inspirado gran parte de la tecnología actual. La idea de Trump de aumentar el presupuesto de investigación militar no es nueva y siempre suscita debate. La cuestión es valorar las consecuencias de invertir en algo que puede ser un éxito como Internet o un fiasco como Vietnam”.
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