La manera en que adoras o detestas a Justin Bieber te distingue del resto
Un experimento logra identificar sin errores a una persona en un grupo solo por las reacciones particulares de su cerebro a imágenes de comida o famosos
¿Qué tienen en común Justin Bieber o un barco con una porción de pizza? Nadie se lo aclaró a ninguno de los 50 participantes en un reciente experimento neurocientífico de la Universidad Binghamton, en Nueva York. Esa pasividad, sin embargo, acaba de hacer un poco más posible que la ciencia extraiga la huella cerebral de cada persona, el patrón de señales de su cerebro que la distingue del resto de sus congéneres.
La idea de los autores del experimento era que los individuos no tuvieran que devanarse los sesos en absoluto y se dejaran llevar. Solo les pidieron que se sentaran, les pusieron un casco con electrodos para registrar su electroencefalograma y les mostraron consecutivamente 500 imágenes, entre ellas las del cantante, el barco y la pizza. Querían saber cómo reaccionaban los cerebros de cada individuo a las imágenes y así descubrieron que cada mente respondía de una manera particular, única, a las ilustraciones. Tan particular y tan única de cada persona es esa reacción espontánea, que los autores creen que ya es posible identificar al 100% a un individuo, analizando únicamente las ondas que genera su cerebro cuando se le muestran determinadas imágenes.
El equipo de investigación, formado por ingenieros informáticos y psicólogos, ya había logrado un 97% de aciertos el año pasado en un estudio bautizado con ambición Brainprint ("huella cerebral") en el que participaron 45 personas expuestas a 75 acrónimos (como "FBI" o "DVD"), y no, como ahora, a palabras e imágenes. "El hecho de que antes solo usáramos palabras es porque así rentabilizamos un estudio previo de una de las autoras, especializada en dislexia", comenta desde Nueva York la investigadora peruana Mavi Ruiz-Blondet, otra de las autoras.
Es un paso más para que la imagen cerebral se convierta en un indicador biométrico, como la huella dactilar
Además, los resultados cuando se emplean imágenes además de palabras son mucho más ricos, definen mejor el perfil exclusivo de cada persona. "Queríamos crear un nuevo protocolo de identificación a partir de elementos que sabíamos que provocan reacciones muy distintas de una persona a otra, como por ejemplo la comida. Por eso pensamos en coles de Bruselas o camarones [gambas]", comenta la investigadora. Por el mismo motivo, escogieron personajes célebres que generan disparidades de gustos: Anne Hathaway y Justin Bieber figuraban entre ellos.
En el estudio con acrónimos del año pasado, el equipo ya había probado la existencia de esa huella cerebral (un término creado por analogía a la huella digital, única también de cada persona), pero temían que con el tiempo variase —como cambia y varía a lo largo de la vida el cerebro— y dejase de servir para identificar a una persona.
"Es cierto que algunas experiencias pueden cambiar, al menos durante un tiempo, nuestra manera de reaccionar a un concepto", ilustra Juan Lerma, director del Instituto de Neurociencias de Alicante, al conocer el estudio. "Si hemos perdido a nuestra pareja y le gustaba la playa, es posible que rechacemos imágenes de una costa durante un tiempo".
Sin embargo, a pesar de que el cerebro sea tan flexible y cambiante, Lerma considera que el hecho de emplear un número alto de imágenes, como las 500 del estudio, hace que un cambio temporal en la manera en que se percibe una de ellas se compensa por el resto, que permanecería inalterado. Es decir, el método no pierde eficacia a la hora de identificar a un individuo cambiante.
De hecho, el estudio demuestra que al menos durante seis meses la reacción ante las imágenes es inequívoca: la apetencia o el rechazo que muestra un cerebro a la pizza o las coles de Bruselas, la atracción o desinterés hacia Justin Bieber o Anne Hathaway, nos retratan con precisión pasado el tiempo.
Los autores del estudio aseguran, además, que han logrado el 100% de aciertos al adivinar a qué persona pertenece cada conjunto de reacciones. Ese índice de éxito alienta que la imagen cerebral se convierta un día en un indicador biométrico preciso, como la huella dactilar o el reconocimiento facial. Han descrito su protocolo, bautizado CEREBRE (acrónimo de Cognitive Event RElated Biometric REcognition o "reconocimiento biométrico cognitivo relacionado con eventos") en un artículo de la revista científica The IEEE Transactions on Information Forensics and Security.
Encontrar las llaves
El cerebro reacciona de manera peculiar a determinados estímulos, como mostrarle una cara conocida o una comida que le gusta, algo que aprovecha bienla neurociencia. Ante esas imágenes, el cerebro genera un fenómeno muy determinado (científicamente se denominan Potenciales Relacionados con Eventos o ERP en inglés) que puede analizar los investigadores. Por ejemplo, cuando se muestra una palabra cuyo significado conoce el individuo, el encefalograma registra una señal N400, llamada así porque se produce 400 milisegundos después de mostrarle la palabra. Otro estímulo bien conocido es el filtro de Gabor, ante el que el cerebro solo tarda 170 minutos en reaccionar.
Son fenómenos involuntarios, imposibles de evitar aunque la persona lo quiera. "Nosotros podemos mentir, pero nuestro cerebro no", explica Juan Lerma. De hecho, la única acción verdadera que tuvieron que hacer los individuos durante todo el experimento fue pulsar un botón cuando vieran una imagen en color. "Se lo pedimos porque de esa manera se obtiene un componente que nos interesa analizar, el P300", señala Mavi Ruiz-Bonet. Ese componente aparece 300 milisegundos después de encontrar algo que andamos buscando, como cuando vemos por fin unas llaves que habíamos perdido.
A pesar del índice de aciertos, los autores descartan que esta técnica se termine usando de manera habitual para la identificación de personas. Se reservaría para los casos de instalaciones de alta seguridad, las más exigentes. Uno de los motivos es que el prototipo que han empleado es caro: el casco utilizado para registrar con las mínimas interferencias la actividad cerebral cuesta 25.000 dólares, unos 22.000 euros. "Existen otros modelos mucho más baratos, desde 500 dólares, pero no ofrecen la limpieza de señal que necesitamos", apunta Ruiz-Blondet. "Si nos quisiéramos volver más comerciales, tendríamos que afrontar el desafío de extraer bien la señal a pesar del ruido".
También creen posible reducir el tiempo del experimento para conseguir buenos resultados: ahora se dedican 30 minutos a colocar el casco y otros 30 a mostrar las imágenes. El modo de ahorrar tiempo es mostrar menos imágenes, pero suficientes para extraer la huella cerebral de cada individuo. Ruiz-Blondet adelanta que ya están trabajando con un grupo de ingenieros para obtener aciertos de hasta el 99,5% mostrando solo 20 imágenes.
Pero no es el único siguienet paso. El equipo quiere saber si es posible que una persona imite cerebralmente a otra, parte de lo que, por analogía al lenguaje informático, se llama brain hacking o hackeo mental. Y los investigadores tienen una primera hipótesis de trabajo: investigarán si esa imitación se produce cuando se proyecta una imagen en una pantalla a la misma frecuencia (con la misma cadencia rápida de encendidos y apagados) que la de la onda cerebral de la persona que se quiere imitar. Suena como un acertijo. Y eso es lo que significa una de las palabras infrecuentes en inglés que se mostró a los individuos durante el test: conundrum. Si el lector ya conocía su significado, que sepa que su cerebro acaba de mostrar una valiosa señal N400, el primer paso para que los neurocientíficos lo identifiquen.
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