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‘Herejes’ en el valle de las maravillas

Quién es quién en el frente de escritores e intelectuales que intentan desmontar las fábulas de la nueva élite tecnológica

Joseba Elola
De izquierda a derecha, Dave Eggers, Evgeny Morozov, Sherryl Turkle, Jonathan Franzen y Jaron Lanier.
De izquierda a derecha, Dave Eggers, Evgeny Morozov, Sherryl Turkle, Jonathan Franzen y Jaron Lanier.

El mundo de las teorías acerca de Internet aún está esperando a su particular Woody Allen. Eso dice el azotador de pregoneros del paraíso digital Evgeny Morozov en La locura del solucionismo tecnológico. Y es posible que la mordacidad vehiculada a través del humor aún esté por llegar a Silicon Valley, pero caben pocas dudas acerca de la pujanza de un proceso que está en marcha, es imparable y resulta, cuando menos, higiénico: el cuestionamiento del cuento de hadas elaborado desde California.

Los fábulas fundacionales de las compañías que crean milagrosas apps, el deslumbramiento con esos consejeros delegados veinteañeros que llevan zapatillas deportivas y sudaderas con capucha, la fe ciega en el Dios Internet y demás martingalas de la era digital tienen enfrente a una creciente cohorte de intelectuales (y no solo intelectuales) que ya no compran la moto, por muy cibernética que esta sea. En estos días, al frente de este ilustrado y aguerrido pelotón, uno de los más certeros narradores de nuestro tiempo, el rotundo Jonathan Franzen.

“Igual que los antiguos politburós, el nuevo se presentaba como enemigo de las élites y amigo de las masas, dedicado a ‘dar a los consumidores lo que deseaban’, pero a Andreas le parecía que internet estaba más bien dominado por el miedo: miedo a no ser popular, ni suficientemente cool, miedo a perderse algo, miedo a ser criticado”. Es un extracto de Pureza, la nueva novela del autor de Las correcciones, en la que establece un paralelismo entre la opresión de los regímenes comunistas y la que ejerce la Red sobre el individuo.

En un reciente artículo en The New York Times, Franzen celebraba las aportaciones al escepticismo digital de la psicóloga clínica Sherry Turkle, estudiosa del impacto psicológico de las nuevas tecnologías. Los teléfonos (presuntamente) inteligentes nos han robado el aburrimiento, factor que permite desarrollar la paciencia y la imaginación, apunta Turkle. En Reclaiming Conversation, la profesora del prestigioso MIT (Instituto de Tecnología de Massachussets) argumenta que la tecnología digital está atrofiando la empatía. Si no hablamos cara a cara, no entendemos al otro, ni nos entendemos a nosotros mismos. Turkle reivindica, ante todo, la soledad, esa soledad que se han llevado por delante los omnipresentes e invasivos dispositivos móviles. “Algunas de las conversaciones más importantes que uno tiene son consigo mismo. Reduzca la velocidad lo suficiente como para que esto sea posible. Y practique el hacer una sola cosa. Piense que la unitarea es el próximo fenómeno. Aumentará su rendimiento y disminuirá su estrés”.

Sherry Trurkle: "Algunas de las conversaciones más importantes que uno tiene son consigo mismo. Reduzca la velocidad lo suficiente como para que esto sea posible"

En el pelotón de los escépticos que en un tiempo fueron creyentes de la verdadera religión de Internet se encuentra el siempre agudo Evgeny Morozov, fiscalizador de los agujeros negros de la Red que disecciona con pulso de cirujano las tesis de tecnoentusiastas como Jeff Jarvis y Clay Shirky. En La locura del solucionismo tecnológico, que se publica en España el 10 de noviembre, Morozov argumenta que Internet se ha convertido en una religión y acusa a los solucionistas de resolver problemas inexistentes.

Sí, siempre hay una app para resolver lo superfluo. Cabe preguntarse, de hecho, si alguien está pensando en resolver alguno de los problemas relevantes que acucian al ser humano en estos tiempos convulsos.

Pues bien, Morozov, que se presenta a sí mismo como un “hereje digital”, argumenta que el nuevo orden, con empresas tecnológicas como Uber que se desentienden de la calidad del servicio y de las garantías de los consumidores, mina fundamentos democráticos, recorta conquistas sociales cruciales y hace reposar, cada vez más, sobre los individuos responsabilidades que antes correspondían a las instituciones. En esta misma línea, también apuntada por Franzen –“La tecnología digital es el capitalismo a hipervelocidad, inyectando su lógica del consumo y de la promoción, de la monetización y la eficiencia en cada minuto del día”–, se sitúa Byung-Chul Han, filósofo coreano afincado en Berlín que observa con afilado espíritu crítico las sinergias entre neoliberalismo y tecnología digital.

Han, que considera que el neoliberalismo ha convertido al trabajador (o emprendedor) en alguien que se explota a sí mismo (dado que no se puede rebelar contra su jefe), reniega de los discursos adanistas de la interconexión (que no genera una mayor solidaridad real). “Airbnb, el mercado comunitario que convierte cada casa en hotel, rentabiliza incluso la hospitalidad. La ideología de la comunidad o de lo común realizado en colaboración lleva a la capitalización total de la comunidad. Ya no es posible la amabilidad desinteresada (…). También en la economía basada en la colaboración predomina la dura lógica del capitalismo. De forma paradójica, en este bello compartir nadie da nada voluntariamente”. La economía del compartir conduce a una mercantilización total de la vida, dice Han, que cita a Dave Eggers, autor de El Círculo, como otra de las voces que alertan sobre el control en la Red.

Sí, siempre hay una app para resolver lo superfluo. Cabe preguntarse, de hecho, si alguien está pensando en resolver alguno de los problemas relevantes que acucian al ser humano en estos tiempos convulsos

Las andanadas de Jaron Lanier, célebre programador de los 80 que describe Silicon Valley como una secta contracultural habitada por millonarios sociópatas en¿Quién controla el futuro?; los zarpazos de Nicholas Carr que, en Atrapados: cómo las máquinas se apoderan de nuestras mentes, alerta contra la complacencia automatizada, esa externalización de capacidades que hace que perdamos habilidades, y denuncia la manera en que buscadores, redes sociales y empresas de software captan nuestra atención y dirigen nuestro pensamiento; las objeciones de autores como César Rendueles en Sociofobia. El cambio político en la era de la utopía digital. Todos ellos pertenecen a un frente de disidentes que no se ciñe a integrar a los clásicos resistentes al cambio. El grupo crece, se multiplica. Franzen no está solo.

Morozov va aún más allá y, ni corto ni perezoso, llega a decir que la revolución digital no es para tanto, que todas las generaciones han creído que estaban al borde de la siguiente revolución y está por ver que esta sea más significativa que la de la imprenta, el telégrafo o la televisión. El autor bielorruso recupera una cita del historiador norteamericano Marshall Poe que dice así: “No es muy exagerado decir que Internet es una oficina de correos, un puesto de periódicos, una tienda de vídeos, un centro comercial, una consulta, una tienda de discos, una tienda de libros para adultos y un casino, todo en uno. Seamos honestos, es increíble. Pero es tan increíble como un lavaplatos: nos permite hacer con un poco más de facilidad algo que siempre hemos hecho”.

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Sobre la firma

Joseba Elola
Es el responsable del suplemento 'Ideas', espacio de pensamiento, análisis y debate de EL PAÍS, desde 2018. Anteriormente, de 2015 a 2018, se centró, como redactor, en publicar historias sobre el impacto de las nuevas tecnologías en la sociedad, así como entrevistas y reportajes relacionados con temas culturales para 'Ideas' y 'El País Semanal'.

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