Revolución en la arquitectura china: levantar rascacielos en 19 días
Zhang Yue, presidente de BSB, propone un nuevo sistema de construcción modular prefabricada para levantar el mayor rascacielos del mundo. Se enfrenta a los intereses de promotores, constructores, y políticos corruptos
Un rascacielos de 57 pisos no llama la atención en la China del siglo XXI. Salvo que se haya construido en 19 días, claro. Y eso es precisamente lo que ha conseguido Broad Sustainable Building (BSB), una empresa dedicada a la fabricación de purificadores de aire y de equipos de aire acondicionado para grandes infraestructuras que ahora se ha empeñado en liderar una revolución con su propio modelo de arquitectura modular prefabricada. Como subraya su presidente, Zhang Yue, es una fórmula económica, ecológica, segura, y limpia. Ese último término, además, lo utiliza tanto para referirse al polvo que se produce en la construcción como a los gruesos sobres que suelen circular por debajo de las mesas en adjudicaciones y permisos varios. “Quiero que nuestros edificios alumbren una nueva era en la arquitectura, y que se conviertan en símbolo de la lucha contra la contaminación y el cambio climático, que es la mayor amenaza a la que se enfrenta la humanidad”, sentencia.
La vicepresidenta de BSB y responsable del mercado internacional, Jiang Yan, explica en qué consiste el sistema: “Las piezas de los edificios que tenemos en catálogo se fabrican en serie en nuestras instalaciones, con todas las tuberías, conexiones eléctricas, y conductos de aire listos ya para su conexión. Luego se transportan en bloques hasta el emplazamiento del edificio, y allí se ensamblan en tiempo récord por nuestro personal cualificado. Es como montar un Lego. Apenas hay subcontratación, lo cual ayuda a mantener un costo bajo y un control de calidad estricto, y nos permite eliminar también la corrupción inherente al sector”, explica. La valía de este sistema se ha certificado ya con casi medio centenar de edificios construidos por toda China, sin que se haya producido ni una sola víctima mortal en el proceso, e incluso el expresidente mexicano Felipe Calderón inauguró la primera construcción de BSB en América.
La empresa que dirige Zhang busca repetir el éxito que ha tenido en la internacionalización de sus equipos de aire acondicionado -entre los que se encuentra el de la Terminal 4 del aeropuerto de Madrid-, y quiere llevar su sistema constructivo al resto del mundo. “Ha crecido la conciencia de abaratar costos y cada vez se apuesta más por el pragmatismo”, analiza la vicepresidenta. “Nuestro sistema de construcción resulta mucho más eficiente que el tradicional. En China, por ejemplo, es entre un 10% y un 30% más barato, mientras que en países como Arabia Saudí o Brasil el ahorro oscila entre el 30% y el 50%. Pero, además, hemos demostrado que el mantenimiento es también mucho más económico. El T30, nuestro producto estrella, consumiría 2,3 megavatios en aire acondicionado si se construyese de forma convencional, pero solo necesita un 10% de esa electricidad”, apostilla Jiang. Así, BSB está convencida de que sus edificios estándar -el T30 y el S30- son perfectos para todo tipo de uso, desde oficinas hasta viviendas sociales, y de que resultan especialmente atractivos en los países en vías de desarrollo.
Quiero que nuestros edificios se conviertan en símbolo de la lucha contra la contaminación y el cambio climático"
En China, por ejemplo, una de las ventajas evidentes es que el aire que se respira en el interior de los edificios de BSB es totalmente limpio. Se encargan de ello los purificadores que fabrica la propia empresa, cuya eficacia se muestra en las pantallas LED que recogen en tiempo real la concentración de partículas nocivas tanto dentro como fuera de la torre. Mientras el aire gris de Changsha supera los 300 microgramos por metro cúbico, apenas se alcanzan los diez microgramos dentro del Hotel Ark, una de las construcciones estándar de 15 pisos que BSB levantó en seis días y que utiliza en su sede de la capital de Hunan para convencer a clientes e inversores. Y la temperatura también está regulada por un sistema de climatización central que, gracias a las innovaciones de los científicos que trabajan en los impresionantes laboratorios de la compañía, apenas consume electricidad. Por si fuese poco, cada unidad habitable cuenta con un completo sistema de separación de deshechos y reciclado. “Solo hay que tirar cada cosa en su tubo. La basura va directamente a un centro de recogida desde el que se envía a reciclar”, explica Jiang mientras muestra el funcionamiento de los conductos, que están claramente identificados.
Poco atractivo estético
Salvo por la imposibilidad de abrir las ventanas, el ruido que las finas paredes de pladur son incapaces de aislar, y el escaso atractivo estético de los edificios que construye, el modelo de BSB parece inmejorable. Sin embargo, Zhang no ha conseguido todavía hacer realidad su mayor sueño: el Sky City. Es el coloso que mejor refleja su visión urbanística, una ciudad vertical de la que sus 30.000 habitantes apenas tendrán que salir. Porque en el interior de este rascacielos de 838 metros de altura -10 más que el Burj Khalifa de Dubai, actualmente la estructura más alta del planeta- y 202 pisos podrán trabajar, residir, comprar, disfrutar del ocio, ir al médico o a la escuela, e incluso hacer deporte en la ‘calle de diez kilómetros que unirá la planta baja con el piso 170, un espacio que se podrá recorrer incluso en bicicleta o en vehículo eléctrico. “Tendrán todo lo que necesiten, desde el paritorio hasta el crematorio”, sentencia Zhang.
Sin embargo, los gobernantes chinos no parecen tan convencidos de que el Sky City sea una buena idea. No en vano, ordenaron el cese de los trabajos justo un día después del inicio del trabajo en los cimientos, el 21 de julio de 2013. Zhang había afirmado que la primera fase de la construcción, la que se hace bajo tierra, llevaría seis meses, a los que habría que sumar otros siete meses del ensamblaje del edificio para dar por concluida su obra maestra. Pero el terreno en el que se iba a levantar la torre, a las afueras de Changsha, continúa desierto. Zhang rehúye responder al porqué, pero niega que sea por las razones de seguridad que han aducido algunos dirigentes comunistas. De hecho, responde con las pruebas a las que han sido sometidas estructuras a escala para reiterar que el suyo es un proyecto seguro, capaz de resistir el envite de un terremoto de hasta fuerza 9 en la escala de Richter.
¿Entonces? Las muecas que hace al ser preguntado por diferentes posibilidades dan una pista que luego confirma uno de los empleados, que pide mantenerse en el anonimato. “El Sky City es una amenaza para el sector de la construcción”, afirma. “Si se populariza este sistema muchos podrían acabar en la ruina”. Y otros, apunta, tendrían más difícil poner el cazo. No obstante, Zhang confirma a EL PAÍS que el proyecto sigue adelante, y que construirá el Sky City. No sabe cuándo, porque los edificios de más de 350 metros de altura requieren la autorización del gobierno central, pero lo hará. Y para que no haya duda sobre su determinación, a finales del pasado mes de marzo construyó un ‘mini Sky City’ de 204 metros de altura y 57 plantas. El ensamblaje llevó solo 19 días y en algunas jornadas se levantaron tres pisos en menos de 24 horas.
Pero, una vez más, Zhang tuvo que lidiar con las autoridades, que rechazaron el plan inicial de llegar a las 97 plantas y provocaron un parón de casi un año en la construcción. Claro que esta vez el razonamiento parecía lógico: la torre está en la plena aproximación final al aeropuerto. Además, aunque el proyecto es ahora una realidad, ya hay quienes critican que sus 800 apartamentos no son tan baratos como prometía el presidente: cuestan en torno a 12.000 yuanes (1.790 euros) el metro cuadrado, por encima del precio de mercado de Changsha pero muy por debajo de lo que se paga en las principales urbes del país. “Además el precio incluye toda la instalación e incluso la decoración interior”, se defiende Jiang.
Independientemente de que la burocracia china no parece interesada en las innovaciones arquitectónicas de BSB, y de que es evidente que Zhang no será capaz de hacerse con el 30% del mercado inmobiliario mundial en 2020 como anunció hace unos años, el presidente parece tener una determinación inquebrantable que se refleja en la seguridad con la que habla. No duda ni un segundo del éxito de su propuesta. “Puede que no sea ahora, pero sí en el futuro. Puedo esperar”, dice. Al fin y al cabo, ha conseguido construir un imperio empresarial desde cero en solo dos décadas: fundó la empresa en 1992 con 3.000 dólares y ahora disfruta volando su propio helicóptero. Eso sí, rechaza la idea del millonario excéntrico, y asegura que uno de los pilares fundamentales de su negocio es, precisamente, el compromiso con el Medio Ambiente y el buen trato hacia sus empleados.
Eso último es algo que se confirma en los dormitorios destinados a la plantilla, espaciosos y limpios; y en la comida que se les proporciona en el gigantesco restaurante en el que se nutren los más de 4.000 empleados. Los sueldos, aseguran algunos, están también por encima de los que se pagan en el mercado. Son las condiciones necesarias para atraer talento, sobre todo el de los chinos que se marcharon al extranjero a estudiar y que ahora ven en China la posibilidad de desarrollar una carrera profesional con más éxito que fuera de su país. En BSB abundan, y no solo aportan conocimiento, también nuevas formas de hacer las cosas. “Estamos en una nueva fase en la que no solo queremos fabricar, también queremos crear”, apostilla Jiang.
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