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Los trastornos alimentarios se disparan durante la pandemia

El encierro y el efecto de las redes sociales han provocado que los casos aumenten un 20% y hayan empeorado los 400.000 que ya existían, todos perjudicados también por el difícil acceso al sistema sanitario

Lucía Foraster Garriga
Nina Bozzo sufre un trastorno alimentario y se está curando. Come sano y hace deporte. Barcelona
Nina Bozzo sufre un trastorno alimentario y se está curando. Come sano y hace deporte. Barcelona©CONSUELO BAUTISTA

Cuerpos esculturales exhibiéndose en redes sociales. Mensajes evocando la necesidad de hacer ejercicio físico y llevar una dieta sana para no abandonarse. Viajes a la nevera que provocan sentimientos de culpabilidad. El último año y medio de pandemia ha sido un gran caldo de cultivo para los trastornos de la conducta alimentaria (TCA), tal y como coinciden pacientes y profesionales. Un hecho que ha afectado tanto a las personas que ya los sufrían y han visto empeorar su situación —unas 400.000 en España, de las cuales 300.000 son jóvenes adolescentes, según datos de la Fundación Fita (entidad dedicada a la prevención, la sensibilización y la comprensión de las problemáticas de salud mental)—, como a muchas con riesgo de padecerlos que han terminado por desarrollarlos. En un momento caracterizado por el difícil acceso al sistema sanitario, volcado en atender la crisis de la covid, los expertos señalan que los ingresos por TCA se han disparado un 20% durante la pandemia.

Lluna Iglesias (18 años) ingresó este junio en el Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona por la anorexia restrictiva que sufre desde los 12. Su madre, Flors Moreno, lamenta: “Lo teníamos programado desde antes de la pandemia, pero se retrasó mucho, así que Lluna llegó muy mal”. Moreno denuncia: “Los casos de salud mental son los menos y peor atendidos”. Según la OMS, esta es una de las áreas más desatendidas de la sanidad pública. Con respecto a los TCA, un 16% no son diagnosticados, y más del 30% no reciben el tratamiento que necesitan, según datos de Ita Salud Mental (red de centros especializados en el tratamiento de la salud mental). Para Nina Bozzo (21 años), “el confinamiento fue una vuelta atrás”. Sufre un TCA no especificado (cuadros incompletos de anorexia o bulimia nerviosa) desde los 14, y el encierro supuso un retroceso en su proceso de recuperación. “Vigilaba todo lo que comía, y aumenté mi rutina de ejercicio. Intenté controlar lo de dentro, ya que fuera era todo un descontrol”, admite.

Iglesias y Bozzo representan una realidad que afecta a miles de personas. Carmen Angosto, psicóloga sanitaria en EnMente Psicólogos, lo explica: “Los casos que ya estaban diagnosticados se han agravado, y el número de nuevas consultas se ha multiplicado. No damos abasto”. Anorexia nerviosa, bulimia, trastornos por atracón... Los TCA han campado a sus anchas. Angosto encuentra una de las razones: “Cuando limitas la cantidad de estímulos a un piso, a una habitación, a las pantallas, más espacio hay para las obsesiones”. Eduard Serrano, coordinador de la Unidad de TCA del Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona, coincide con Angosto: “Los casos que ya existían han empeorado y los nuevos, que son más que antes, son más graves porque no se han cogido a tiempo”.

Quiénes los sufren

El 90% de los afectados siguen siendo mujeres. Entre el 4% y el 5% de las chicas de entre 12 y 21 años en España sufre un TCA, según Ita Salud Mental. También ha descendido la edad en la que comienzan los trastornos. “Algunos niños empiezan a los ocho o nueve años”, detalla Angosto, y añade el retrato del perfil más típico de quien la padece: “Chica de 15 años, de clase social media-alta, con un buen rendimiento académico. En términos psicológicos, son controladoras, perfeccionistas, autoexigentes, rígidas”. Pero, según la Asociación contra la Anorexia y la Bulimia, cada vez hay más hombres, sobre todo chicos jóvenes, que sufren TCA y su portavoz asegura que el número de consultas sobre las variantes de este tipo de trastornos se han triplicado durante los últimos meses.

A Toni Mejías (37 años), cantante de Los Chikos del Maíz, le costó entender y aceptar que sufría anorexia. “No pensaba que podía afectar al sexo masculino”, justifica. En su libro Hambre: mi historia frente al espejo (Aguilar, 2021), publicado el pasado mayo, explica su batalla contra la enfermedad. Mejías recuerda experiencias que le marcaron y lo hicieron más vulnerable a padecerla: “Ser el gordito de tu grupo de amigos, que no se te dé demasiado bien el deporte, que te cueste hablar con chicas...”. Volver es el último tema que han editado Los Chikos del Maíz: “Es la canción que me debía. Escrita en ese camino de vuelta. De vuelta a reconocerme, a reencontrarme, a volver a ser”, publicó Mejías en su perfil de Instagram. “Sé que seré capaz de reeducar mi cerebro igual que lo estropeé y dañé en su día”, asegura. No obstante, confiesa: “En marzo de 2020 estaba en el mejor momento anímico y físico en años y ahora me vuelvo a notar mal”.

A pesar de que el origen de los TCA es “multifactorial”, Angosto afirma que “tiene mucho que ver con las redes sociales, la cultura de la imagen, el culto al cuerpo y la sexualización infantil”. Y subraya: “Son trastornos muy graves que, en el peor de los casos, pueden llevar al paciente a la muerte”. Un final dramático que afecta al 5% de las personas con anorexia.

Las redes sociales, la fosa de los leones

Bozzo recuerda el principio de su TCA, que llegó de la mano de las redes sociales: “Yo quería el cuerpo perfecto de Alexis Ren [modelo y estrella de Instagram]. Ojalá hubiera sabido antes que era fruto de un trastorno alimentario”. Mercedes Jorquera, directora asistencial de Ita Previ Valencia, explica el daño que están causando las redes, que fueron la única ventana al exterior durante el confinamiento: “Están muy de moda el real fooding y el ayuno intermitente. Siempre han existido los mitos sobre la alimentación, pero gracias a las nuevas tecnologías llegan a más y más personas”.

Según Jorquera, esto afecta sobre todo a adolescentes, pues se encuentran en un momento de “cambio y vulnerabilidad”. Desde la Fundación ANAR, de ayuda a niños y adolescentes en riesgo, lo confirman. Cuando comenzaron las primeras salidas después del encierro, los trastornos de alimentación en este grupo de edad aumentaron un 826,3% respecto al 2019, de acuerdo con datos que obtuvieron a partir del número de llamadas atendidas durante el 2020 en sus Líneas de Ayuda: más de 166.000 peticiones de auxilio de menores que estaban sufriendo algún tipo de problema.

Más allá de las redes, “siguen teniendo muchísimo poder las webs que fomentan la anorexia y la bulimia”, se queja Jorquera. Ofrecen consejos, dietas o ejercicios —algunos muy extremos— con los que perder peso rápidamente. Nina Bozzo cuenta su experiencia con estas plataformas: “Al principio, tanteas el terreno. Sabes que hay gente que vomita, que toma laxantes, pero lo ves tan lejos… Luego, terminas sentándote a comer desnuda frente al espejo, tal y como recomiendan, para verte gorda y dejar de comer”.

El papel de las familias

Flors Moreno, madre de Lluna Iglesias, reconoce: “Cuando te encuentras con algo así, te lo cuestionas todo”. Con el tiempo, ha aprendido que el trastorno de su hija no depende de ella. “No puedes entrar en su cerebro y cambiarlo”, explica. La madre, el padre, la hermana y el hermano de la joven han ido a terapia, con el fin de entender la enfermedad y acompañar a la joven en su proceso de recuperación. Para Moreno, la familia es “la gran olvidada”: “Todo lo que hemos hecho ha sido por nosotros mismos. Nadie te ofrece ni psicólogos ni grupos de apoyo”. A lo que Iglesias responde: “Mi familia es una de mis dos grandes motivaciones. La otra soy yo”.

Con el paso del tiempo, Flors Moreno se siente el “micrófono” de su hija: “Toda esa tristeza, rabia, impotencia, miedo que tengo dentro, los canalizo trasladando a otras familias el mensaje de que no están solas y de que de todo se sale”. Tal y como refleja la Guía de Práctica Clínica sobre TCA elaborada por el Ministerio de Salud y Consumo, alrededor del 50% o 60% de los casos se recupera totalmente, entre un 20% a un 30% lo hace parcialmente, y solo entre un 10% y un 20% cronifica la enfermedad. Los tratamientos son largos, y en el mejor de los casos duran más de dos años.

Casi siete años después de que estallara su TCA, Bozzo admite que no está curada: “Aunque ahora la que manda soy yo, y no el trastorno, sigo sin poder disfrutar de la comida con tranquilidad”. Sin embargo, la joven ha aprendido que el camino que tomó “solo trae sufrimiento e infelicidad”. Lo que más le cuesta es que su familia y amigos la vean como la de antes: “Me mato por demostrar que no soy solo mi enfermedad”.

Señales de alerta

Eduard Serrano, del Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona, enumera algunos de los comportamientos que pueden estar relacionados con la posible existencia de un TCA. A nivel físico, destaca “la pérdida importante o cambios bruscos de peso, la pérdida de la menstruación y la caída del cabello”. A nivel psicológico, “la obsesión por la imagen corporal, una baja autoestima, y cambios en el estado de ánimo hacia la tristeza, la irritabilidad y el aislamiento”. A nivel de conducta hay que estar atentos a comportamientos como “hacer dieta o mucho deporte, ir al baño después de las comidas, o cortar los alimentos en trozos muy pequeños”. Serrano insiste en otro aspecto clave: “Al principio, las personas con TCA no tienen conciencia del problema. Es importante que no pase mucho tiempo desde que empieza hasta que sale a la luz”.

Visibilizar los TCA

Desde hace tres años, la activista feminista Cinta Tort (25 años) visibiliza su experiencia con los trastornos alimentarios a través del arte, las redes sociales y las charlas. “Te dicen que estar delgada es sinónimo de ser feliz, y te lo terminas creyendo”, denuncia. El TCA de Tort empezó cuando tenía 13 años. A los 21 se dio cuenta de que no podía seguir de esa manera, y decidió “hacer las paces” consigo misma mediante la pintura.

 

Durante los meses de encierro, la artista estuvo trabajando en el proyecto 467 gramos. Relatos de un trastorno invisible en una sociedad gordofóbica. “467 son los gramos que pesan las 20 monedas de plata que hay en el cajón de mi abuela y que ocultaba en mi sujetador cuando iba a pesarme al hospital”, confiesa Tort. Que reconoce: “Durante el confinamiento lo pasé mal. No quería recaer. Perdí tres kilos y la gente me decía ‘qué guapa estás’. Tenemos que dejar de relacionar delgadez con belleza y felicidad”.

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Sobre la firma

Lucía Foraster Garriga
Reportera en Sociedad y Planeta Futuro desde 2021. Licenciada en Relaciones Internacionales por la Blanquerna - Universitat Ramón Llull y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Cubre temas migratorios, de género, violencia sexual y derechos humanos. Premio Ortega y Gasset de Periodismo 2022 por la investigación de abusos sexuales en la Iglesia española.

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