La sanidad pública sufre el desgaste social de las listas de espera y los escándalos: “La gente está desmoralizada”
Crece la percepción de que el sistema sanitario funciona mal, que los expertos achacan al lastre de los retrasos y a crisis como las de los cribados de Andalucía


La satisfacción ciudadana con la sanidad pública está en horas bajas. Según el último barómetro sanitario del Ministerio de Sanidad y el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), la percepción de que funciona mal y necesita cambios profundos no hace más que crecer. Antes de la pandemia, en 2019, el 72% de la ciudadanía pensaba que el sistema de salud marchaba razonablemente bien y solo un 4% de la gente consideraba que funcionaba mal; ahora, en cambio, menos de la mitad de la población está satisfecha y el 21% defiende que necesita rehacerse. Los expertos achacan este giro en la opinión pública al lastre de las listas de espera y advierten de que los escándalos, como la crisis de los cribados de Andalucía o los recortes planeados en el Hospital de Torrejón, también erosionan la confianza ciudadana.
Carina Escobar habla como presidenta de la Plataforma de Organizaciones de Pacientes, pero también como usuaria del sistema de salud. Por su cargo institucional y también por su historia personal conviviendo con una enfermedad crónica —padece enfermedad de Crohn—, sabe de buena tinta a qué obedece ese giro en la percepción social de la sanidad pública. “Después de la pandemia no recuperamos la asistencia que teníamos; ha bajado la satisfacción y también la percepción de la salud de la gente. Las listas de espera van a peor, también el acceso a pruebas médicas, el diagnóstico tarda un año… Retrasos, retrasos y más retrasos. Tenemos un sistema que no se adapta a las personas, sino que se dedica a sacar actividad urgente, a salir del paso como puede y con falta de recursos”, sintetiza.
Los expertos consultados apuntan a las dificultades en la accesibilidad como un elemento clave de esta desazón ciudadana: cuesta más entrar al sistema de salud, hay colas para el médico de cabecera, lista de espera para visitar al especialista, demoras para pruebas diagnósticas… Y eso hace mella en la percepción ciudadana. “Seguro que no hay una única causa, pero lo que más molesta a la gente son las listas de espera, que no paran de crecer. Y eso cada vez cuesta más digerirlo”, asume Jaume Sellarès, vicepresidente del Colegio de Médicos de Barcelona (COMB).
Lo que ocurre con el médico de cabecera es paradigmático de ese problema de accesibilidad que la gente percibe de forma “intensa”, expone José Martínez Olmos, profesor de la Escuela Andaluza de Salud Pública y ex secretario general de Sanidad. “Hay dificultad para acceder al médico de familia y eso hace 15 años no pasaba. Es un cambio estructural. Y esa situación genera insatisfacción y percepción de que el sistema no responde a las demandas de la persona”, explica.
El propio barómetro del CIS, de hecho, plasma que solo el 22% de las personas que quisieron visitar a su médico de cabecera lograron cita el mismo día o al siguiente. El 70% tuvo que esperar más y la demora media rondaba los 10 días.
Ahora bien, Remedios Martín, presidenta de la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria, hace una puntualización en el debate de la accesibilidad: “Puede haber una demora, pero no tanto como en la pandemia. A veces, los ciudadanos confunden inmediatez con accesibilidad. La gente tiene que entender que hay demandas demorables y otras urgentes. Ahora existe una accesibilidad adaptada a la patología y eso no se vive bien por parte del ciudadano, que quiere inmediatez a una inquietud que le surge. Tenemos que alfabetizar en el uso racional de los servicios públicos”.
Según el barómetro, casi el 24% de la población refiere haber tenido problemas para consultar con su médico de familia en el último año. Y de ellos, cerca del 30% asegura que, para cuando tenía cita, ya no necesitó la visita.
Listas de espera
Las listas de espera, en cualquier caso, se replican a todos los niveles asistenciales. Desde las urgencias, donde terminan también usuarios de atención primaria que no logran contactar con su médico de familia, hasta las visitas al especialista o las pruebas diagnósticas. “Es un sistema que pone muchas trabas y el ruido político tampoco ayuda. Hay que ponerse a trabajar por la ciudadanía. La gente está desmoralizada”, lamenta Escobar.
De fondo, conviene Martínez Olmos, subyace un problema estructural. Porque “la demanda ha cambiado y está hoy determinada por el envejecimiento y la cronicidad, pero el sistema sanitario está más diseñado para la enfermedad aguda y con profesionales limitados”.
Pedro Gullón, director general de Salud Pública y Equidad en Salud, incide, además, en que el sistema sanitario tiene que atender también casos asociados a problemas de vivienda o de trabajo que acaban repercutiendo en la salud. “Hay nuevos elementos que el sistema sanitario tiene que manejar y a los que a veces no se les da la mejor respuesta por su complejidad y por su origen social, porque no tienen una solución sanitaria, sino social”, sostiene.
Celia Díaz, socióloga de la Universidad Complutense de Madrid, mira con “preocupación” los datos del barómetro porque “la confianza en las instituciones se asienta sobre qué servicios públicos se reciben”, dice. Y si la percepción de la ciudadanía sobre una de esas aristas fundamentales del estado del bienestar se viene abajo, la confianza en otras instituciones también se resiente, subraya.
Por lo pronto, el barómetro cristaliza un desplome en la satisfacción con el funcionamiento del sistema, pero lo que se mantiene intacto es la confianza en los profesionales sanitarios. “Hay que entender que no hay una sensación de colapso, pero sí parece haber una generalidad de que el sistema necesita reformas”, puntualiza la experta.
Y señala también como elemento clave a las trabas en la accesibilidad en un contexto, además, donde la percepción social de la salud ha cambiado radicalmente: “Ha habido un cambio cultural enorme por los discursos de prevención y la gente tiene más conciencia de su salud, pero el sistema no ha estado para respaldarlo, no podemos acceder. Ahí es donde está el muro”.
Escándalos que machacan la confianza
Tampoco ayuda a la imagen de la sanidad pública todas las polémicas que brotan a su alrededor, como la crisis de los cribados de Andalucía o el escándalo del Hospital de Torrejón en Madrid. Estas situaciones, asume Díaz, “erosionan la confianza del público”, un extremo en el que coincide Martínez Olmos: “La crisis de los cribados ha impactado mucho y redunda en que hay dificultades en el funcionamiento [del sistema sanitario]”.
Según el último barómetro, realizado en noviembre, después de que aflorara la crisis de los cribados, Andalucía (31%) es, solo por detrás de Ceuta (34%), el territorio con el porcentaje más alto de ciudadanos que creen que el sistema de salud funciona mal.
“El ruido mediático no ayuda. Cuando la sanidad se usa como arma política, nadie gana”, sostiene Sellarès.
Gullón concuerda con que estas polémicas pueden pasar factura a la credibilidad del sistema: “El caso de Torrejón, donde puedes ver que parte del sistema sanitario está buscando obtener beneficio económico, hace pensar a la población: ¿Qué pasa conmigo? Todo eso aumenta la desconfianza”. El director general de Salud Pública recuerda que “la confianza en las instituciones es algo muy difícil de construir” y no se puede perder: “Estos elementos pueden poner en riesgo esta confianza y tenemos que intentar recuperarla con buenas políticas públicas”.
Escobar considera, no obstante, que la percepción que revela el barómetro no está tan condicionada por estos escándalos o por la agenda política. Es, más bien, una voz propia, “desde la vivencia personal y la desesperación”, defiende.
Hartazgo de izquierda a derecha
Al cruzar variables ideológicas y socioeconómicas en la encuesta, se ve que el hartazgo es transversal. Si bien el 46% de los votantes de Vox consideran que el sistema funciona mal, tampoco hay tanta diferencia entre la visión de los simpatizantes del PP y los del PSOE: el 18% y el 21%, respectivamente, creen que la sanidad pública necesita cambios profundos, una visión que comparte también el 16,6% de los votantes de Sumar.
Y más allá del voto, por ideología, el 37% de los que se consideran más a la derecha y el 28% de los que están más a la izquierda, también creen que la sanidad pública funciona mal. “Las posiciones más críticas también parten de la izquierda: hay una crítica más intensa al funcionamiento del sistema a pesar de apoyar y defender la sanidad pública. Y aquí probablemente esté intercediendo la clase social: la gente prefiere ir a operarse a la sanidad pública, pero los de clase más alta pueden acceder a otros itinerarios sanitarios privados; y las clases más desfavorecidas, no”, sopesa Díaz.
En efecto, el 36% de las personas que se consideran pobres y el 20% de las que se sitúan como clase obrera, opinan que el sistema de salud funciona mal. Entre la clase alta, el porcentaje de insatisfacción es del 16%.
Los expertos coinciden en que el sistema necesita cambios. “Una atención primaria fuerte e innovación en procesos”, reclama Escobar. Y un giro en la gestión de recursos humanos. Y echar mano de la inteligencia artificial para mejorar la eficiencia y rebajar la sobrecarga, conviene Martínez Olmos, que pide, además, consenso político entre partidos, profesionales y pacientes, para acometer esos cambios profundos que redefinan el sistema de salud. Si no se toman medidas pronto, los próximos barómetros irán a peor, augura.
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