Así está el sistema sanitario cinco años después de la pandemia: más personal, pero también más colapso
Hay 45.000 médicos y enfermeras más, pero casi todos los indicadores han empeorado, sobre todo en primaria, donde más han crecido las consultas


Un análisis al Sistema Nacional de Salud cuando se cumplen cinco años de la pandemia revela varias paradojas: se han incorporado más de 45.000 médicos y enfermeras desde 2019, pero hay también más colapso. Los españoles se sienten mejor de salud, pero van más al consultorio. Hay menos citas con el especialista, pero más personas que nunca esperando para una cirugía. No hay una explicación simple, y la situación varía mucho en función del territorio y la casuística, pero está claro que el sistema está hoy peor que antes de la covid, y así lo refleja la opinión de los ciudadanos en las encuestas.
No es extraña esta percepción, porque el epicentro de este deterioro es la Atención Primaria, que es también la más cercana, el punto de mayor contacto entre los pacientes y el sistema. Las esperas para ser atendido por un médico de primaria se han multiplicado: el 70% de los españoles tiene que esperar más de un día, casi 24 puntos más que hace cinco años, comparando siempre los datos de los Informes anuales del Sistema Nacional de Salud del Ministerio de Sanidad de 2019 y 2023 (último publicado).
Aunque hay un millar de médicos más en la primaria, apenas supone una diferencia de un 4% más, prácticamente lo que ha crecido la población en este tiempo (un 3%). Son ciudadanos más envejecidos, que requieren cada vez de más atención. Según un informe del propio ministerio, faltan 4.500 doctores para cubrir las necesidades.
Todo esto se une a otro factor decisivo para la saturación del sistema: la población general tiene más demandas sanitarias que antes de la covid. Las consultas médicas en primaria han crecido un 9%, y ante el atasco, muchas personas se van directamente a las urgencias (que están saturadas) aunque no haya una verdadera emergencia o a la privada, cuyos clientes no han parado de crecer en estos años: uno de cada cuatro españoles tienen un seguro privado.
Hay más razones para el colapso: el absentismo laboral, que ha crecido en todos los sectores en estos cinco años, lo ha hecho notablemente en el sanitario, que ya de por sí era uno de los más altos (ha pasado del 8,6% al 10,8%, según los informes de Randstad). Para esto puede haber muchas explicaciones, pero en el caso de los médicos hay consenso de que influye que están “quemados”: más de la mitad presenta signos del denominado síndrome del burnout.
Esta deriva de una sanidad pública noqueada, que expulsa a cada vez más ciudadanos, preocupa a Vicente Ortún-Rubio, profesor emérito de la Universidad Pompeu Fabra y antiguo presidente de la Sociedad Española de Salud Pública (Sespas). “Si acaba siendo un sistema del bienestar para pobres, se convertirá en un pobre sistema del bienestar. Yo viví la transición del sistema benéfico privado a la Seguridad Social, y ahora podemos regresar al lugar de donde venimos”, alerta.
Cuando se pregunta a los expertos qué cambió la pandemia para llegar a este retroceso, esgrimen varios argumentos, aunque todos coinciden en uno: la patologización de la vida, ya sea en forma de más problemas de salud física, o mental, que se han disparado en un 26%. José Sáez Martínez, responsable del Grupo de Trabajo de Gestión de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG), asegura que la población acude al centro de salud por asuntos que antes resolvían en casa, o como mucho, yendo a la farmacia.
Sáez enumera varios problemas que tienen que ver con la falta de médicos, con el descuido inevitable que la pandemia supuso sobre el seguimiento a los pacientes crónicos, que todavía se nota. “Pero el cambio, sobre todo, es social. Igual que antes, si tenías un dolor de cabeza o una tosecilla, te tomabas un paracetamol, ahora hay un aumento de la asistencia al médico. Todos buscan que sea lo más urgente, lo que demora mucho la atención”, subraya. En su opinión, es necesaria una educación en salud para que los ciudadanos sean capaces de distinguir mejor cuándo requieren ir a la consulta.
La Sociedad Española de Epidemiología advierte de que “todavía no se conoce el impacto de la pandemia sobre la detección temprana de cánceres prevenibles y no prevenibles, así como el estadio avanzado previsible por la interrupción tanto de los programas de prevención, como de la derivación ante sospecha diagnóstica y la demora de los tratamientos. Además de todo esto y de los pacientes crónicos, cuya salud se deterioró, el propio coronavirus causa miles de casos que antes no existían, además de un número difícil de concretar de personas con covid persistente, que también tienen una alta demanda de atención médica.
Paloma Repila, portavoz del sindicato de enfermería Satse, subraya la necesidad de más enfermeras: “Aunque se reforzaron las plantillas, en muchos casos se desmantelaron los equipos y no es suficiente para un déficit estructural que el propio ministerio ha cifrado en 100.000 profesionales”. A esto suma que cada vez la prestación de servicios se incrementa: hay más cribados, más tecnologías, lo que también aumenta los procesos.
Es algo que también señala Anna García-Altés, presidenta de la Asociación Economistas de la Salud: “Cuando crece la oferta, también aumenta la demanda”. Pone el ejemplo de cómo muchos centros de salud se han reforzado con fisioterapeutas y psicólogos, que rápidamente han quedado desbordados. E insiste en una sociedad “cada vez más medicalizada” que acude al doctor en lugar de “priorizar el deporte, el aire libre y la socialización”.
Enseñanzas de la pandemia
Una de las grandes preguntas es si la pandemia dejó enseñanzas. En cuanto al sistema sanitario, sí las hubo, pero no todas se han aprovechado. Tanto García-Altés como Ortún-Rubio coinciden en que la flexibilización que hubo a la hora de hacer contratos y compras dinamizó mucho el funcionamiento de los hospitales, pero se quejan de que duró poco: en cuanto terminó la emergencia se volvió a la rigidez. “Si en un hospital necesito un especialista en digestivo que sea experto en páncreas, no lo puedo elegir, son ellos los que te eligen, y a lo mejor viene el sexto en hígado, que ya me sobraban”, ejemplifica Ortún-Rubio.
En los servicios de enfermedades infecciosas, que son las que causan pandemias, han cambiado cosas, pero tampoco tanto como deberían, en opinión de Javier Membrillo, vicepresidente de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica (SEIMC). “La capacidad diagnóstica de los laboratorios se multiplicó, y en muchos casos se ha mantenido. Se ha incrementado significativamente la disponibilidad 24/7 para evitar que los servicios cierren los viernes por la tarde. En algunos centros e incluso en determinadas comunidades autónomas ha habido intentos de dar pasos atrás, frente a los cuales nos hemos posicionado en contra”, asegura. Todavía hay un 40% de grandes hospitales que no tienen microbiólogos por las noches.
Además, esta especialidad sigue sin estar reconocida como tal por el Ministerio de Sanidad, no hay una formación específica en el MIR de infecciosas. “Actualmente, los profesionales tienen que buscarla dentro de la medicina interna, donde ni siquiera existe un período mínimo obligatorio de rotación en los servicios de enfermedades infecciosas. Como resultado, un especialista podría completar su formación sin haber pasado ni un solo mes en unidades clave como VIH, infecciones hospitalarias, políticas de uso de antimicrobianos, tuberculosis o infecciones de transmisión sexual. Esto es claramente insuficiente”, lamenta Membrillo.
Otro de los deberes que impuso la covid fue el de contar con unas reservas estratégicas de materiales para que no nos sorprendiesen sin mascarillas u otros equipos de protección, o sin suficientes de ventiladores mecánicos, algo crucial, pues los virus respiratorios son los más tendentes a causar pandemias. Por “seguridad nacional”, no se hace público lo que hay en estas reservas. Pero el secretario de Estado de Sanidad, Javier Padilla, defendía esta misma semana en la SER que hay equipos suficientes para hacer frente a una posible nueva crisis sanitaria y que se está trabajando en un protocolo para ir renovándolos de forma que se puedan usar antes de que caduquen (siempre que tengan un uso cotidiano).
“Tenemos que tener una cosa muy clara: una reserva estratégica supone pagar por unos productos que puede que no vayamos a utilizar nunca, pero que tengamos la seguridad que si algo malo ocurre vamos a poder tirar de ellos sin tener que esperar a las cadenas de comercio internacional y que pueda pasar lo que todos conocemos con la pandemia de covid”, subrayó Padilla.
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