Cómo vender antibióticos sin desperdiciar pastillas para frenar la resistencia antimicrobiana
La Agencia del Medicamento, las sociedades científicas y la industria se reunirán este año para cambiar el número de pastillas que se venden por envase y estudiar incluso la dispensación individualizada para evitar el derroche
Para curar su infección, Antonio López necesitaba un tratamiento de siete días de antibióticos, tres pastillas al día: un total de 21 comprimidos. El medicamento que le recetaron solo se vendía en cajas de 20, así que el médico le tuvo que prescribir dos, con lo que se desperdiciaban 19 pastillas. No solo es un derroche, sino que este tipo de medicamentos no deberían estar en casa si no se van a consumir, porque su uso fuera de prescripción está contribuyendo a una de las resistencias antimicrobianas, una de las grandes amenazas para la salud pública.
López, que es jefe del Servicio de Enfermedades Infecciosas de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS), cuenta esta anécdota real para poner de manifiesto que es necesario revisar la forma en la que se venden este tipo de medicamentos. El Plan Nacional Resistencia Antibióticos (PRAN) tiene previsto reunirse en los próximos meses para abordar el asunto, que tiene más aristas de las que quizás se intuyen a simple vista.
El problema con los antibióticos es que se han usado más de lo necesario y, a menudo, para enfermedades para las que no son útiles, como las infecciones víricas. El almacenamiento de dosis sobrantes en casa genera dos riesgos: la automedicación cuando el paciente nota síntomas similares a cuando se lo recetaron (ciertos virus y bacterias pueden causar signos indistinguibles) o que se acaben tirando a lugares inadecuados.
Y ambas acciones contribuyen a lo mismo: estos medicamentos van perdiendo su efectividad contra las bacterias contra las que están diseñados, ya que entran en contacto con ellos sin matarlas, así que mutan y se adaptan. Un estudio en 130 hospitales españoles determinó que en el año 2023 fallecieron en el país 23.303 personas por esta causa. Y la OMS calcula que en 2050 las resistencias serán más mortales que el cáncer: si no se toman medidas drásticas para combatirlas, para ese entonces cada año pueden morir 10 millones de personas por su culpa.
El debate sobre modificar los envases no es nuevo. Ya en 2012 hubo un intento adecuar mejor el número de pastillas por caja al tiempo que suelen durar los tratamientos. Aunque incluso se llegó a comercializar algún envase con una única dosis, se dejó de hacer por falta de uso. También se crearon otros formatos de distintos tamaños y se consiguió reducir en aproximadamente un 15% el derroche en los dos siguientes años, pero continúa habiendo a menudo gran disparidad entre el número de comprimidos que necesita el paciente y los que se tiene que llevar a casa por los formatos en los que se comercializan.
La Comisión Europea dio un toque de atención el año pasado a los países miembros para que revisaran los formatos de los envases y se adecuaran mejor a las necesidades de tratamientos con el objetivo de seguir reduciendo el uso de fármacos: España es el quinto estado que más consume, y aunque se han producido una reducción del 25,5% en humanos desde 2014, Europa pide que se incremente otro 27% adicional hasta 2030. Y esto es lo que estudiará la AEMPS, junto a las sociedades científicas y a la industria farmacéutica.
Cajas individuales y pastillas sueltas
Se abren varias opciones. “No vamos con una idea prefijada”, asegura López. “Se podrían hacer de nuevo blísteres con un único comprimido y su prospecto, pero esto tiene unos altos costes de producción y el sistema tendría que estar dispuesto a asumir ese coste”, explica.
La posibilidad de vender las pastillas sueltas, como sucede en varios países anglosajones, también está sobre la mesa, pero habría que adecuar el sistema. “Ahora mismo no está preparado para hacerlo. La agencia garantiza que se ponen medicamentos en el mercado con una determinada calidad. Los farmacéuticos podrían seleccionarlos, pero habría que cambiar los procedimientos para que se garantizase unas garantías y una trazabilidad”, continúa López.
El responsable de la AEMPS duda de que la evidencia científica que existe con respecto a la mejora con este procedimiento haga que merezca la pena tal adaptación. Por eso, para tomar decisiones es necesario hacer un análisis de cuáles son los tratamientos más indicados, cuáles las dispensaciones, y qué diferencias suele haber entre unos y otras.
En determinados casos, cuando la diferencia entre lo que hay en una caja y el tratamiento es mínima (por ejemplo, de un comprimido, como le sucedió a López), algunos especialistas apuestan por simplificar el proceso. “El cuerpo humano no es matemático y el seguimiento de los tratamientos no se hace a rajatabla. Si son idealmente 21 comprimidos y la caja es de 20, se le puede decir al paciente que acabe con ella con tres tomas al día, y por una que no haga no va a haber diferencia en la curación”, señalaba un farmacéutico en un foro sobre resistencia antimicrobiana organizado el mes pasado en Madrid por Alliance Healthcare.
Porque la industria esgrime que cambiar los formatos de envases supone retos logísticos para unos medicamentos que tienen poco margen de beneficios. Emili Esteve, portavoz de Farmaindustria, cree que no tendría mucho sentido que España se desmarcase y adoptase formatos distintos a los de países de su entorno. “Muchas veces estos medicamentos se producen en plantas mundiales y lo que quieren compañías es que todos los blísteres tengan los mismos alveolos. Si los haces con 10 y te viene un país que quiere siete, la compañía se tiene que plantear qué hace en ese país”, razona Esteve, que está a la espera de iniciar conversaciones con la AEMPS para buscar soluciones.
Los países nórdicos ya tienen unos formatos distintos a los de la mayoría de Europa que tratan de adecuarse mejor a los tratamientos estándar. Pero, sea cual sea la presentación, es imposible que valga para todo tipo de infecciones, ya que cada una suele requerir distintas dosis. López plantea que la concienciación y los mecanismos para devolver las dosis sobrantes a las farmacias también pueden formar parte de la estrategia de reducción del abuso de los antibióticos.
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