_
_
_
_

Navarra es la primera comunidad que ofrece justicia restaurativa a las víctimas de abusos en la Iglesia

El servicio se ofrecerá a partir de enero, tras dos intervenciones pioneras, con el objetivo de ayudar a la reparación moral de los afectados

El arzobispo de Pamplona, Francisco Pérez (derrecha), en una comparecencia reciente.
El arzobispo de Pamplona, Francisco Pérez (derrecha), en una comparecencia reciente.Jesús Diges (EFE)
Amaia Otazu

“He soltado el nudo que tenía y ahora soy feliz”. Es una de las frases pronunciadas por Juan Antonio Arbizu (1955, Pamplona), uno de los dos navarros que han participado en un proyecto piloto a nivel nacional de justicia restaurativa para denunciantes de abusos en el seno de la Iglesia Católica. En estos procesos se ha tratado de crear un “espacio seguro” para que estas personas compartan sus necesidades, explica Alberto Olalde, uno de los dos facilitadores. A partir de enero, esta intervención, de carácter público, se ofrecerá a todas las víctimas que lo soliciten. Por ahora, más de una decena de personas se han mostrado interesadas en participar en un proceso que, dado que la mayoría de los agresores ha fallecido ya, no utiliza la mediación, sino métodos indirectos y más flexibles, sin una finalidad punitiva.

Son, por ejemplo, reuniones con herederos simbólicos de los agresores o visitas a los centros educativos donde sucedieron los hechos. Olalde detalla que, al principio, no saben lo que una víctima necesita: “Le escuchamos tanto tiempo como necesite para elaborar aquello que esa persona requiere para ser reparada. Es como un traje a medida”. “Nosotros no hacemos terapia psicológica, no hacemos orientación jurídica. Hemos hecho un trabajo de acompañamiento en la definición de esas necesidades de reparación”, añade.

Acompañado y comprendido es como se siente Arbizu. Nacido en Pamplona y criado en Estella, estudió en los años sesenta en el colegio de Nuestra Señora del Puy, donde denuncia que sufrió graves abusos físicos y psicológicos por parte del entones director del centro, José San Julián. Hubo un episodio especialmente duro: “Un día íbamos a la capilla y, subiendo las escaleras, parece ser que toqué el barandao. Me llamó a la dirección y se ensañó conmigo. Me agarró de las orejas, me las flexionó, me levantó en el aire y me las rasgó. Me quedé con la parte de abajo de las orejas sin pellejo”, rememora.

Cuando llegó a casa, se lo contó a sus progenitores, pero no le creyeron: “Le cogí odio al cura y a mis padres porque no me hicieron caso, no me defendieron”. Ese rencor le ha acompañado toda su vida, hasta que comenzó el proceso piloto de justicia restaurativa, que ha durado cerca de dos años. “Al principio iba con miedo, con precaución, hasta que vi que eran unas personas maravillosas, que me escuchaban con delicadeza, que podía hablar tranquilamente. Descubrí que uno de mis trabajos fundamentales era escribir una carta a mi madre pidiéndole perdón porque vi muy claro que mis padres no tenían ninguna culpa. Entonces el clero tenía mucho poder y no se atrevían a decir nada. Yo escribí la carta y se la leí a mi madre, pero ella ya estaba con Alzheimer. No sé si me entendió, pero yo me liberé, estoy como nuevo”, confiesa.

Jesús Antonio Zudaire (Estella, 1954) estudió en el mismo centro y la misma década. Allí padeció abusos sexuales, físicos y psicológicos. Tras más de veinte años de terapia psicológica continuada, se le sigue entrecortando la voz al recordar los abusos sufridos a manos del mismo agresor, San Julián, el entonces director del colegio diocesano de Nuestra Señora del Puy. Los abusos comenzaron cuando apenas tenía ocho años y terminaron cuando cumplió los catorce y se marchó del centro. “Siempre había tenido en la mente la imagen del colegio, le tenía un odio profundo. Desde que me fui hace 54 años, no había vuelto a entrar y, si podía evitar pasar por ahí, lo hacía. Ese odio te reconcome por dentro”. Tras este proceso, reconoce que se siente mejor. “Te liberas de esos males, de esos odios”, explica quien también es presidente de una de las dos asociaciones denunciantes de los abusos en la comunidad.

Tanto Zudaire como Arbizu pidieron y tuvieron sendos encuentros con representantes de la Iglesia. Ninguno de los dos ha podido reunirse con San Julián porque hace casi tres décadas que falleció, pero sí con sus herederos simbólicos. Olalde aclara que esos herederos simbólicos “pueden ser personas no directamente vinculadas con los hechos en un sentido estricto o formal, pero sí herederas de aquellos actos”. En el caso de Arbizu, fue un miembro del claustro actual de El Puy. “Él se sentó delante mía y yo le conté lo que me había pasado. Yo lo vi afectado. Al final nos dimos un abrazo, aunque eso siempre queda ahí, ¿entiendes?, pero la liberación que he tenido...”.

“Yo lo que quiero es que no vuelva a pasar lo que me ha pasado a mí. Si yo le hablo mirándole a los ojos y él está arrepentido de lo que hizo un compañero suyo, pues algo habremos hecho para que no vuelva a suceder”, añade.

Zudaire prefiere no desvelar quiénes estuvieron al otro lado de la mesa y se le entrecorta de nuevo la voz al recordar la dureza de aquella reunión: “Les pedí que admitiesen en público algunos de los actos que había realizado San Julián. Estar durante dos horas y media contando lo que te pasó es muy duro, pero cuando ves que te han escuchado, que te han pedido perdón, te sientes más comprendido”.

Tanto los denunciantes como Olalde son conscientes de que la otra parte no tiene por qué aceptar esa conversación. “Nosotros no podemos exigirle a nadie que escuche. Nosotros podemos pedirle, podemos invitarle y podemos acompañarle. A la iglesia hay que ayudarle. Si no le ayudamos, no va a tener la oportunidad de entender cuál es su lugar. Nosotros a la iglesia la podemos acusar o manchar y puede ser legítimo para quien lo quiera hacer, pero no le vamos a ayudar a que se ponga en un lugar de escucha”, concluye el facilitador.

Hubo más peticiones, como una indemnización económica o la visita acompañada al colegio del Puy. Zudaire la recuerda con emoción: “Recorrimos el colegio en silencio, tranquilos, recordando las cosas que habían pasado en la infancia. Me acordaba de todos los detalles de las tres estancias del colegio donde habíamos sufrido esos brutales abusos sexuales, físicos y psicológicos”.

“Es una especie de fantasma que tienes ahí y te vas quitando ese miedo, esa fobia hacia lo que suponía el edificio y el abusador”, narra. Como nunca había vuelto a ir al centro, sentía que tenía “una herida en carne viva”. La visita, asegura, le ha permitido cerrar esa herida “que te ha estado supurando toda la vida”. Hay otro tipo de emoción en la voz de Arbizu, que rememora aquel día en el que acudió al colegio acompañado por la gente de su cuadrilla: “Vinieron doce”.

El fin de un proyecto piloto de justicia restaurativa que ha coincidido en el tiempo con el relevo al frente del Arzobispado de Pamplona y Tudela de Francisco Pérez, cara visible durante 16 años. El 27 de enero le sustituirá en sus funciones Florencio Roselló, actual director del departamento de Pastoral Penitenciaria de la Conferencia Episcopal Española (CEE). El final del mandato de Pérez se ha visto marcado por las denuncias de pederastia en el seno de la Iglesia católica y, en el anuncio de su despedida, el arzobispo se refería a ellas: “Perdón por todo aquello en lo que no he estado a la altura de las circunstancias, porque veo que a veces no correspondo a la gracia de Dios”.

La Iglesia navarra ha reconocido que desde que Pérez accedió al cargo, en 2007, han tenido constancia de una decena de denuncias por abusos sexuales, aunque siete de ellas no han llegado a la justicia civil. El Arzobispado por primera vez ha admitido que durante el mandato del todavía arzobispo se han pagado indemnizaciones a algunas de estas víctimas, sin precisar su número ni las cuantías pactadas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_