Una mujer denuncia a tres religiosos en Mallorca por abusos y violaciones durante más de tres décadas
Los jesuitas piden perdón por los abusos sexuales a una mujer de 53 años que acusa a dos exjesuitas del Colegio Montesión de Palma y a un cura diocesano, ahora apartados e investigados
EL PAÍS puso en marcha en 2018 una investigación de la pederastia en la Iglesia española y tiene una base de datos actualizada con todos los casos conocidos. Si conoce algún caso que no haya visto la luz, nos puede escribir a: abusos@elpais.es. Si es un caso en América Latina, la dirección es: abusosamerica@elpais.es.
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Una mujer mallorquina ha denunciado ante la justicia ordinaria y el tribunal eclesiástico a tres sacerdotes —un cura diocesano, J. C. V., que reside en Palma de Mallorca, y dos jesuitas, L. A. S. y F. M. R., que ahora viven en la Península— por abusos sexuales y violaciones durante más de tres décadas, según adelantó este domingo el Diario de Mallorca. “Los tres sacerdotes aprovecharon el TLP [trastorno límite de personalidad] que padezco, provocado por las violaciones continuadas que sufrí por parte de mi padre en mi infancia y juventud, para abusar sexualmente de mí entre 1985 y 2021 en distinto grado”, expone la víctima, una mujer de 53 años que prefiere permanecer en el anonimato.
En un comunicado, los jesuitas han admitido los hechos, a falta de que se produzca una sentencia definitiva y han pedido perdón a la víctima, “no solo por el grave sufrimiento personal y psíquico ocasionado por los religiosos, sino también por no haber sabido proteger a una joven vinculada a nuestra pastoral”. Javier Monserrat, el superior de Montesión, expresa la “rotunda condena por los abusos cometidos en el pasado por miembros de la orden, cuya labor precisamente debería haber sido proteger a una persona vulnerable”, y asegura: “Ante la demanda interpuesta por la víctima, nos ponemos a disposición de la justicia ordinaria para lo que desee requerirnos”.
En este sentido, tanto la Compañía de Jesús como el Obispado de Mallorca han dictado medidas cautelares contra los clérigos, prohibiéndoles el ejercicio del sacerdocio en público y el contacto con menores y adultos, a la espera de dictar las sentencias definitivas. Los tres casos —dos de ellos ocurrieron siendo la mujer mayor de edad— están incluidos en el cuarto informe de pederastia en el seno de la Iglesia católica española, elaborado por EL PAÍS, que ha elevado las cifras a 1.014 acusados, con al menos 2.104 víctimas.
Se aprovecharon de su vulnerabilidad
En el primero de ellos, la mallorquina asegura haber sufrido abusos sexuales, siendo menor de edad, por parte del jesuita F. M. R. Según su relato, en 1985, con 15 años, conoció a este sacerdote, cuando ya había sufrido violaciones por parte de su padre. “Yo iba todas las semanas al Colegio Montesión, que disponía de un lugar de formación juvenil cristiano llamado Congregación Mariana. Allí coincidí con F. M. R., que participaba en varias actividades, entre ellas el coro. A través de la música, poco a poco se fue acercando a mí”, recuerda.
“Entablamos confianza y yo le conté que mi padre abusaba de mí. Lejos de ayudarme, empezó él también... Empezó a estar más pendiente de mí y a llevarme en coche a casa. También dábamos paseos por el Paseo Marítimo y el Portitxol, durante los cuales me metía la mano por debajo de la ropa. Yo intentaba ponerme cuellos y bufandas para protegerme de sus manos, pero él me los quitaba”, continúa. Los abusos, dice, fueron a más, hasta llegar el sacerdote a violarla en el despacho que tenía en el colegio de los jesuitas en Montesión Son Moix. Pero la peor experiencia, asegura, la sufrió en uno de los últimos campamentos en Las Hurdes (Extremadura) donde daba clase y enseñaba juegos a niños que por tener que trabajar pastando cabras perdían mucho curso escolar: “Me obligó a dormir en su habitación para protegerme. Puerta cerrada con llave y abusada de arriba abajo”.
F. M. R. abandonó la isla en 1988, pero la víctima continuó acompañándolo al campamento en Extremadura todos los veranos. “También me citaba y me violaba cada vez que venía de visita a Mallorca. Aprovechando que me gustaba tocar el órgano de la Iglesia de Montesión, me llevaba allí a tocar y luego me introducía en una habitación del coro de la iglesia, donde me violaba. Siguió hasta el 2021 pidiéndome fotografías de mi cuerpo desnudo por WhatsApp”, recuerda.
El mismo año que F. M. R. se marchó, la mujer conoció a L. A. S., que había llegado a Montesión para reemplazar a F. M. R. Era profesor de religión, física y química, matemáticas e informática. “Lo tuvo a huevo. Rápidamente, entablamos amistad, pues coincidíamos todas las semanas en la Congregación Mariana. Me dio la llave de su despacho en Son Moix, el mismo que empleaba el otro”, comienza. “Cuando descansábamos en el sofá, empezaba a besarme en la mejilla, en la boca y con la lengua… Las situaciones eran cada vez más incómodas, y al final también me violó”, relata.
“A mí no me aportaba ningún tipo de placer y los odiaba”, reconoce la víctima. “Pero no me atrevía a negarme, mi forma de ser me lo impedía, tan obsesionadamente sumisa. Yo era tal y como me habían educado. Callaba y obedecía”, justifica la mujer, que se crio en un entorno familiar muy religioso y conservador, hija de un padre que la violaba. “En el momento de darle las buenas noches en la cama, mi padre aprovechaba para sobrepasarse y meterme mano. Mi madre lo sabía y no decía nada y yo lo veía como algo normal. Hasta que un día me violó en el velero de la familia”, explica la víctima, que interpuso una denuncia contra su progenitor. Aunque los hechos están prescritos, han sido trasladados a la Audiencia Nacional de Palma de Mallorca y, por lo tanto, no están archivados ni el proceso judicial acabado.
Con el paso de los años, el jesuita L. A. S. también se marchó de Mallorca. Pero al igual que F. M. R., continuó citándola y violándola cuando iba a Mallorca y pidiéndole fotografías y vídeos de carácter sexual. Ya en 2021, fue cuando la mujer interpuso dos denuncias eclesiásticas contra ambos jesuitas.
Apartados e investigados
Según una portavoz, la Compañía de Jesús “conoce ambos casos en abril de ese mismo año a través del Obispado de Mallorca”. Entonces, el provincial de España de los jesuitas “abrió dos procesos canónicos de investigación previa, y los jesuitas implicados quedaron bajo la supervisión de sus respectivos superiores”. Asimismo, la delegada de Entorno Seguro —una figura creada por la orden para acompañar a las víctimas de abusos sexuales por parte de sacerdotes— se desplazó a Mallorca para acompañar a la denunciante, “invitándola a denunciar civilmente” y “ofreciéndole ayuda”.
Los jesuitas explican que “en junio de 2021 se impusieron nuevas medidas cautelares a los denunciados, que incluyen la restricción de movilidad, limitación completa de actividad pastoral, prohibición de actividad con menores y adultos y obligación de ser sometidos a una evaluación psicológica”. La investigación interna ha sido remitida al prepósito general de los jesuitas en Roma, que a su vez la remite a la Congregación para la Doctrina de la Fe, hasta ayer en manos del cardenal mallorquín Luis Ladaria, también jesuita y conocedor de Montesión, según informa el Diario de Mallorca. “Hace demasiado que no sé nada de los jesuitas. Declaré ante el Tribunal de la Rota en 2021 y no he tenido noticias”, se queja la víctima.
En 1994, cuando la denunciante contaba ya con 24 años, se acababa de independizar de casa de sus padres. Afirma que por aquel entonces, y hasta sus 50, también sufrió abusos sexuales por parte de J. C. V., un sacerdote mallorquín diocesano. En este caso, la víctima lo conocía desde pequeña, ya que el capellán era amigo de la familia. “El trastorno psiquiátrico por todo lo que había vivido hasta aquel momento hizo que entrara en un bloqueo emocional y no pudiera defenderme”, comparte.
“Aunque este no me penetraba, sí que eyaculaba. Me hacía tocarle el pene y estaba obsesionado con los besos de tornillo y con sobarme las tetas. Cuando estuve ingresaba en el hospital, venía a verme. Rezábamos, me daba la comunión y me subía el camisón para violarme o abusar de mí”. Respecto a J. C. V., la víctima presentó una denuncia a la justicia eclesiástica a finales del año 2020, aún pendiente de sentencia definitiva. El cura actualmente vive en una residencia y tiene prohibido oficiar misa, oficiar sacramentos y cualquier otra actividad sacerdotal con menores y en público.
“Yo actué igual que con mi padre, con los demás padres. Tal y como me habían educado: ‘Te puedo tocar lo que quieras’, así que harás silencio”, concluye la víctima, que ahora muestra una enorme indignación: “Ya basta de silenciar lo que ocurre en algunas familias y entre los sacerdotes y su relación con las personas vulnerables. Mi esfuerzo no vale nada si no consigo dar voz a mi silencio, pues mi mayor deseo es proteger a otras niñas y niños, sobre todo vulnerables, de hogares desestructurados, con las emociones dañadas, de que puedan evitar desarrollar una enfermedad psiquiátrica incurable en el futuro”.
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