Una mañana de luz blanca: relato de un médico tras su primera eutanasia
Jesús Medina, un doctor de Leganés, en la Comunidad de Madrid, realizó la intervención el 15 de noviembre de 2021. Esa noche, al llegar a casa, escribió un texto sobre cómo se sintió y lo que vio
Jesús Medina, un médico que trabaja en Leganés, realizó su primera eutanasia el 15 de noviembre de 2021. Es una de las 172 que se han realizado hasta la fecha en España tras un año desde la entrada en vigor de la ley que lo permite. “No me falles”, le dijo la paciente, una señora de 86 años con un cáncer de colon terminal, cuando pidió morir dignamente. Pero en un principio no podía hacer nada: la Comunidad de Madrid todavía no había formado su comité de garantías. Cuando se formó, la petición fue rechazada, pero fue aceptada tras apelar la decisión, casi tres meses después de que la paciente decidiera que no quería aguantar más. Esa noche, al llegar a casa, Jesús escribió este texto:
Debo prepararme por dentro y por fuera esta mañana de jueves. He pasado una noche inquieta y me desperté temprano. En la ducha noté que mi cuerpo estaba temblando.
Rezo y comparto mis sentimientos con mis seres queridos.
Vuelvo a rezar un rato largo cuando ya no hay nadie en casa.
Salgo a la calle y sigo temblando. Estoy a punto de no coger el coche porque temo no poder conducir. Pero hago un salto de confianza: sé que puedo conducir.
Llegamos al portal. El cielo es de un azul tan claro que me parece un papel de regalo que envuelve la ciudad.
Ya estamos los tres: los dos enfermeros y yo. Dedicamos unos instantes para contarnos lo nerviosos que estamos, pero lo convencidos de estar realizando un acto médico, movidos por el amor y el respeto a la libertad individual.
En la casa hay un ambiente casi festivo (como cuando esperas a que salga la novia de la habitación el día de su boda).
Están los hijos y muchos nietos. El marido es el miembro más frágil de la familia.
Ella está espléndida. Vestida con un pijama blanco y una bata de flores.
Maquillada, perfumada, con un ramo de flores que le acaban de dar sus nietas.
Saludamos a todos de forma discreta pero emocionados.
Ella consuela a los que se acercan. Está preparada, fuerte, serena y contradictoriamente parece llena de vida.
Explicamos en voz alta los pasos que vamos a realizar: preparamos la medicación en la habitación, después pasa la paciente para colocarle dos accesos venosos y después pueden pasar los familiares que lo deseen.
En la habitación se organiza todo, escrupulosamente ordenado. Se deja todo preparado en un ambiente solemne pero amigable. Queremos que todo esté previsto y el procedimiento sea fluido.
En el salón ya se oyen besos, deseos entrecortados, agradecimientos, algún sollozo y unos últimos abrazos muy apretados.
Ella pasa a la habitación y se tumba en la cama con completa naturalidad. Habla con nosotros en un tono jovial de detalles concretos y de temas trascendentes.
Me agradece todo mi acompañamiento en estos meses, me dice cosas muy bonitas que no puedo retener. Yo le digo que lo nuestro fue un flechazo de amor a primera vista, que nunca me voy a olvidar de ella.
Entra parte de la familia cuando están canalizadas las dos vías venosas.
La habitación es blanca, su pijama blanco, el propofol también es blanco y por el ventanal entra la luz de la mañana tamizada por toldos blancos.
Comienza la sedación y ella no pierde la sonrisa. Sus nietas le dicen todo lo que la quieren y ella se despide deseando felicidad para todos nosotros.
Son las once y media y queda en el aire un espíritu de paz, de dignidad, de respeto a la vida y al proceso de morir que nunca había experimentado.
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